¿Acaso no te ha impresionado en alguna ocasión la mirada profunda de un animal?
Cuando me solicitaron un ensayo sobre el trato que damos a los animales no imaginaba que se abría ante mí un popurrí variado de experiencias: de nuestra vida, de nuestra alimentación, de cálculos técnicos y de reflexiones filosóficas. El origen del presente ensayo está en la emoción; la emoción compasiva ante la tristeza de un animal que sufre; las emociones alborozadas que impregnan nuestras relaciones con los animales. Pero, a medida que iba enriqueciendo mi perspectiva sobre el mundo animal, fui pasando del asombro a la militancia. Asombro ante la peculiar desatención que la sociedad occidental presta al mundo animal; después, militancia creciente en favor de la «causa animalista».
En efecto, asombra descubrir que la historia de la filosofía occidental —con escasas, aunque destacadas excepciones— ha sido la de un permanente desdén hacia el «reino animal». Hasta el evolucionismo a mediados del siglo XIX, la filosofía ha considerado al ser humano como formando parte de una naturaleza divina, un mundo en el que los animales estaban subordinados al hombre cuando no eran sus esclavos. Aunque esta cosmovisión ha sido profundamente modificada por el evolucionismo asombra que siga persistiendo una asimilación social e institucional tan lenta y perezosa de una posible nueva relación del hombre con el resto del mundo animal y la naturaleza.
Y así llegó mi primer paso hacia la militancia en pro de la causa animal. Reconocer que, en efecto, tratamos mal a los animales, les hacemos un daño inmenso y permanente; por egoísmo colectivo y por comodidad individual. Y ello tiene consecuencias nocivas sobre nuestra salud corporal, la salud del planeta, la salud del tercer mundo y sobre nuestra salud moral. Las motivaciones del hombre para utilizar a los animales son, básicamente, la comodidad o la crueldad, pero en ningún caso ni la razón, ni la belleza, ni la justicia. Estamos lejos de los epicúreos: «No hay una vida gozosa sin que sea sensata, bella y justa».
¡La justicia! Martha Nussbaum, junto con Amartya Sen, ha propuesto el revelador «enfoque de las capacidades» en cuanto a la justicia aplicable a los animales: «[…] la violación de una capacidad es una injusticia sin importar si produce riqueza o algún otro tipo de bien, y la protección de cada capacidad es un bien político intrínseco». ¿Hemos de reconocer los derechos de los animales? El debate no ha hecho más que comenzar.
Mi siguiente paso militante ha sido en apariencia sencillo: hacerme vegetariano. Por conveniencia para mi salud (exigencia utilitaria), por compasión hacia los animales (exigencia ética) y por justicia (exigencia filosófica). Y en unos pocos meses mi vida ha mejorado. Estoy más atento a la naturaleza y menos a la sociedad del espectáculo. Y he perdido peso. A quienes votar cada cuatro años o colaborar con las ONG no les parezca suficiente para contribuir a un mundo mejor les ofrezco estas frases de los animalistas: «Comer es un acto económico, ético y político» (Corine Pelluchon), «Una persona vegetariana contribuye más al cambio climático que quien decide no utilizar el coche» (Frédéric Lenoir).
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Autor: José Luis Belío. Título: Tristeza infinita: El insoportable escenario del trato animal. Editorial: Ediciones Trea. Venta: Todostuslibros y Amazon
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