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Hermanos a muerte

Hermanos a muerte

En su último título recién editado en España, El rey de Os (Roja & Negra, 2024), Jo Nesbø regresa a los indómitos parajes de Noruega donde transcurre El reino (Roja & Negra, 2021), un pueblo situado al noroeste de la ciudad de Notodden, de apenas mil habitantes, tres mil en todo el municipio, a seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar, donde los veranos son breves, cálidos y secos, y los inviernos duros e intensos. Un lugar en el que hasta los pájaros son tan duros que les parece una cursilada cantar para seducir a las hembras, y las conquistan construyendo abrigados nidos.

El reino y El rey de Os son el primer y segundo acto de una tragedia con ribetes bíblicos y shakespearianos que explora los claroscuros del amor fraterno, la ambición desmedida, la violencia y los límites de la moral. Una historia monumental que presiento tendrá su tercer acto final, pues el segundo culmina demasiado felizmente. En todo caso, estamos ante la obra más ambiciosa de Nesbø, nacida con voluntad de ser un clásico.

"El rey de Os empieza ocho años después de los acontecimientos que se relatan en El reino, cuyo trágico desenlace es la muerte de Shannon, la bella arquitecta, esposa de Carl"

Los hermanos Roy y Carl Opgard comparten un terrible secreto que ha cristalizado el fuerte lazo que los une: el asesinato de sus padres cuando acababan de salir de la adolescencia como reacción a los abusos sexuales a los que el progenitor sometía a Carl, el hermano pequeño, en presencia del mayor y ante la indiferente complicidad de su madre. Nada que ver con el caso de los hermanos Menéndez popularizado por la serie de Netflix. Mientras los americanos de origen cubano actuaron de forma torpe e improvisada, los de la ficción de Nesbø urden un plan casi perfecto con frialdad mecánica. Mecánica, porque es manipulando el motor del Cadillac de Ville de la familia como perpetran un asesinato que pasará como accidente excepto para el perspicaz viejo alguacil del pueblo. Roy y Carl no representan a Caín y Abel. Son dos caínes de distinto pelaje y perfil. Ambos ejemplarizan cómo el mal se injerta en el alma por vía genética y sobre todo a través de la experiencia y el aprendizaje. Y también de cómo esa maldad convive sin problemas con la necesidad de amar y ser amado, una pizca de solidaridad y la sensibilidad suficiente para admirar la belleza de los pájaros, ya sean chorlitos dorados o chonchines. Carl es extrovertido, despreocupado y simpático, tan guapo como lo fue su madre, con quien guarda una gran semejanza. Según uno de los personajes, Roy se parece a Leonard Cohen en feo. Él mismo se describe: «Una raíz brutal e irregular, boca ancha, barbilla cuadrada, ojos hundidos y cabello oscuro de nacimiento, tupido, de esos que prometen no retroceder o, al menos, no del todo». El caso es que lleva mejor los años, 44 tiene en esta parte de la historia, que su apuesto hermano, y tiene también éxito entre las hembras alfa del pueblo, que detectan al potencial rey que lleva dentro.

El rey de Os empieza ocho años después de los acontecimientos que se relatan en El reino, cuyo trágico desenlace es la muerte de Shannon, la bella arquitecta, esposa de Carl, asesinada por éste a golpes al descubrir que está embarazada de otro hombre. Los hermanos Opgard han progresado económicamente y gozan del respeto de su comunidad. Carl es director y propietario de parte de un hotel spa de lujo y Roy ha adquirido el pub Frit Fall y va a comprar un cámping para construir un parque de atracciones presidido por la montaña rusa de madera más grande del mundo. Aparte de sus propiedades, los hermanos Opgard cuentan con un balance de siete asesinatos perpetrados al alimón, aunque es Roy quien suele ejecutarlos. Despeñar coches por el Huken, un barranco cercano a su hacienda, aprovechando una curva peligrosa y hacer desaparecer los cadáveres mediante un disolvente industrial es su táctica preferida.

"El motor de la novela que empuja a avanzar sin pausa ni tregua por sus 454 páginas es la compleja personalidad del narrador y protagonista, Roy"

El motor de la novela que empuja a avanzar sin pausa ni tregua por sus 454 páginas es la compleja personalidad del narrador y protagonista, Roy, llena de matices y contradicciones entre el afán de proteger a su hermano y los métodos reprobables que suele emplear para conseguirlo. En él se funde el espíritu del chorlito dorado, capaz de elevarse y volar, y el ánima recia del lobo, no en vano sendos animales ilustran las portadas de ambos libros. No la del lobo que caza en manada, sino la del depredador solitario. Un macho talludo y hambriento que ronda por los alrededores del pueblo y aparece fugazmente, cual figura fantasmal, acechando una presa y husmeando entre la basura.

Roy es a la vez primitivo neandertal y hombre refinado, pues a pesar de ser disléxico y no haber ido a la Universidad como su hermano, que estudió en Estados Unidos gracias a una beca, posee una amplia cultura de lector autodidacta y una aguda inteligencia. En ciertos aspectos me recuerda a Phil Burbank, de El poder del perro. No es homosexual reprimido ni irradia olor corporal y masculinidad tóxica, pero destaca por su capacidad de manipulación, de adelantarse a los acontecimientos, de descubrir el punto débil de los demás y no tener reservas en usarlo a su favor. Y si los argumentos y la persuasión fallan, no duda en recurrir a los puños. Recibió clases de boxeo de su padre y practicó de joven en peleas defendiendo a su hermano de los chavales cabreados porque el apuesto Carl conquistaba a sus chicas. «De las peleas pueden asegurarse un par de cosas. Una es que, por mucho que hayas practicado, si te cruzas con uno que ha dedicado su juventud a pelearse en las fiestas de los pueblos, llevas las de perder». Cuando entra en modo violento, reacciona de forma instintiva, «como si el cerebro hiciera un cálculo muy sencillo y enviara instrucciones a mis músculos basándose en las conclusiones a las que había llegado. Que debía salvarme».

"Quienes leyeron El reino saben que el poli rural tiene buenos motivos para sospechar de ellos"

Todo parece sonreír a los Opgard en su carrera hacia el trono de Os, pero un obstáculo se interpone en su ascenso económico y social: el proyecto de construir un túnel que desviará la carretera nacional en un trazado alternativo, dejando aislado su reino y muertos sus negocios. Roy no es de los que se quedan de brazos cruzados, e idea rápidamente un plan para evitar el desastre. Esta vez la sangre no llega al río, aunque sí recurre a métodos poco ortodoxos. Pero existe un peligro todavía más grave e inmediato, los persistentes intentos del nuevo alguacil, Kurt Holsen, de demostrar la implicación de los hermanos en la muerte de su padre, Sigmund. Quienes leyeron El reino saben que el poli rural tiene buenos motivos para sospechar de ellos. Sigmund Holsen no se suicidó dejando sus célebres botas de piel de serpiente en una barca de pesca.

Roy no pierde el tiempo atormentándose con remordimientos ni se plantea, como Raskólnikov de Crimen y castigo, si forma parte de la casta superior con derecho a eliminar a sus semejantes considerados inferiores. Roy mata por el bien de su familia porque, como decía su padre, «la sangre es más espesa que el agua», y para salvar a su hermano. «¿Me había arrepentido alguna vez de haberlo salvado? Es como preguntarle a alguien si se arrepiente de haber devuelto el golpe la primera vez que le pegaron un puñetazo en la nariz. No había elección, estaba ya programado de antemano».

"Más allá de la trama criminal, el relato describe la convivencia de los habitantes de una pequeña comunidad rural a través de una galería de personajes"

Nesbø se graduó en Economía y fue cantante y compositor antes de dedicarse a la literatura. Estas dos facetas se proyectan en una historia en la que el dinero y las propiedades tienen un importante papel. La música es también protagonista, la que Roy escucha en el coche, la que suena en su pub e incluso los violines del folk noruego que le aproximan a Natalie Moe, la chica que salvó de un padre abusador, convertida en una hermosa y espabilada joven que trabaja en el hotel. Su idilio será intenso y accidentado, con varias rupturas y reconciliaciones pero con un feliz desenlace. «Era tan hermosa como una de esas canciones que te dan ganas de llorar. (…) El problema era que verla se asimilaba a recibir un chute de morfina en un cuerpo maltrecho, resultaba imposible no querer más». Resiliente y empoderada, bastante más joven que él, Natalie será no solo su amante y alma gemela, sino también su aliada y salvadora cuando en un momento de flaqueza decide tirar la toalla. Gracias a ella se enfrenta con posibilidad de éxito a un doble duelo, contra el policía persistente y contra la oscura sombra fraterna.

Más allá de la trama criminal, el relato describe la convivencia de los habitantes de una pequeña comunidad rural a través de una galería de personajes, como la peluquera cotilla Grette Smitt, las fuerzas «vivas», y los trabajadores del bar y la gasolinera, que Roy trata con amabilidad. En plena montaña, con mucha tierra de pasto y un mínimo de tierra cultivable, Os responde al tópico de que allí vive «gente resistente y parca en palabras que ha aprendido a sobrevivir en un entorno hostil, pero, ¡qué cojones!, no se aleja mucho de la realidad». Condiciones que propician un equilibrio «entre la calidez de una solidaridad tenaz y una claustrofóbica cultura de cotilleos y envidias».

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La prosa de Nesbø posee un poder hipnótico y adictivo semejante a la de Murakami y muy diferente a la vez. Mientras el japonés te sumerge en mundos irreales y evanescentes, el noruego te inyecta en vena una sobredosis de hiperrealidad cubierta de púas y aristas cortantes, llevando a sus personajes al límite de la supervivencia física y mental. El mundo como ensueño. El mundo como lucha. Hay que contener el aliento, apretar los dientes, cerrar los puños y dejarse llevar por la vorágine. Como si cabalgaras en la montaña rusa más grande del mundo.

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Autor: Jo Nesbø. Título: El rey de Os. Editorial: Roja & Negra. Venta: Todostuslibros

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