Jake Larson acariciando emocionado la arena de Omaha Beach
Jake Larson tenía 21 años el día 6 de junio de 1944. Una edad ideal para hacer planes, o para no hacerlos, perseguir sueños y dejar que te persigan, para salir de juerga con los amigos y para retar en buena lid a Eros, a Baco y a cuanta deidad desatada se tercie. Pero el 6 de junio de 1944 Jake Larson era uno de los miles de soldados norteamericanos que habrían de protagonizar con franceses, británicos y canadienses la Operación Overlord, la que hoy conocemos como el Desembarco de Normandía. Su objetivo: Omaha Beach. Así que probablemente sus pensamientos se centrarían en finalizar la jornada vivo y entero.
El pasado año se cumplieron 75 años de este monumental despliegue militar, y las ceremonias conmemorativas se sucedieron a lo largo de toda la costa normanda. Las cinco playas en las que se desarrolló el desembarco, Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword y otras ubicaciones emblemáticas como Point du Hoc, las baterías alemanas de Longues, el cementerio americano de Colleville-sur-Mer, el alemán de La Cambe, el británico de Bayeux, el canadiense de Bény-sur-Mer o la ciudad de Caen focalizaron la atención de los numerosos asistentes, provenientes de todos los rincones del mundo.
El confinamiento por COVID-19 ha cambiado sustancialmente las cosas este año, ya que lo normal, al recorrer durante varios días estos escenarios en las fechas de celebración, lo primero que llama la atención es la permanente presencia de cientos de personas ataviadas con uniformes militares de la época, sobre todo americanos y británicos, y desplazándose en los míticos Jeep, en camiones, camionetas, semiorugas y motocicletas. El catálogo de vehículos de época es extensísimo y digno de una gran exposición para los frikis
del vintage bélico.
Supongo que la faceta turística del asunto es inevitable, y mientras el respeto esté por encima de lo anecdóticamente visual no hay nada que decir. En cualquier caso, las medidas de contención de la actual pandemia han dotado a este 76º aniversario de una pátina de discreción hasta ahora inédita.
Levantada esa primera capa cosmética, conviene recordar, aunque sea brevemente, lo que supuso la Operación Overlord en el devenir de la Segunda Guerra Mundial.
El tremendo poderío y la temible eficacia de la maquinaria de guerra de la Alemania nazi solamente pudieron ser doblegados por la acción conjunta de los aliados en los diferentes frentes. Tampoco es desdeñable la ineptitud de Hitler como estratega militar, que sus generales nunca se atrevieron a cuestionar. Alemania estaba seriamente dañada tras los fracasos en el frente oriental y el avance de rodillo del ejército rojo hacia Berlín, junto a la apertura del nuevo frente en Normandía, dejaban pocas dudas sobre el final que podría tener la contienda.
El paralelismo con lo sucedido en la Primera Guerra Mundial es inevitable y, más allá de quién o qué intervención fue más determinante para lograr la victoria final, es incuestionable que en ambos conflictos el desgaste producido por los aliados en conjunto fue lo que les condujo al éxito.
Y como ocurre con los escenarios de la Primera Guerra Mundial, playas, cementerios, museos y memoriales se convierten en lo que no quieren ser; porque si bien pretenden servir de testimonio y promesa de algo que no volverá a suceder, la parte más oscura que el alma humana esconde los convierte en certezas. Certezas de deshumanización, huellas del futuro.
La gran diferencia entre el final de las dos guerras mundiales estriba en que en 1945 las naciones vencedoras, muy al contrario de lo sucedido en 1918, se volcaron afortunadamente en la ardua tarea de lograr la neutralización del odio. A comienzos del siglo XX la Revolución Industrial, que ya había transformado para siempre el mundo del transporte, de la fabricación de todo tipo de bienes de consumo, de la agricultura y naturalmente de las relaciones sociales, tenía una asignatura pendiente: su aplicación en el campo de batalla. Y el odio era el mecanismo humano por excelencia que se precisaba para hacer de la tecnología una eficaz herramienta para la masacre indiscriminada de seres humanos. Militares y civiles. La Primera Guerra Mundial supuso el estreno; la Segunda una continuación más tétrica y sofisticada si cabe.
Neutralizar el odio probablemente pudo suponer el origen de una Europa estable durante los últimos años. Con sus luces y sombras, pero estable y más o menos unida.
Algo destacó en los fastos del 75º aniversario celebrado en 2019, y es que las grandes conmemoraciones de corte estrictamente político, con presencia de jefes de Estado, no han podido evitar el afloramiento de síntomas de una Nueva Vieja Europa, o quizá los costurones de una Vieja Europa herida de Brexit que no permiten ver el futuro con demasiado optimismo.
El desembarco de Normandía necesitó de un colosal esfuerzo humano, logístico y tecnológico. Como jamás se había conocido. En junio de 2019, 300 de los veteranos que se bañaron en playas de sangre eran los únicos supervivientes de aquellos trágicos días; todos ellos superaban los noventa años, y quiero pensar que quizá lo que hicieron viniendo de nuevo a Normandía era volver a movilizarse para exigir responsabilidad a los actuales gobernantes y para recordar a las nuevas generaciones que convertir los vestigios del pasado en perfiles de futuro no es una buena opción.
Jake Larson, con 96 años, viajó desde California con su familia a una Francia a la que no había vuelto desde hacía 75 años. Camina con dificultad, pero es vivaracho y locuaz y atiende con infinita paciencia a las distintas cadenas de televisión que hacen cola para entrevistarlo y a los múltiples desconocidos que se acercan para hacerse una foto con él, estrechar su mano y decirle thank you.
Estábamos en ese momento en la playa de Omaha, la misma en la que él se había visto rodeado de sangre y de cadáveres; la misma en la que, cuando le preguntó a su amigo Duddy si tenía cerillas, al no contestarle, se giró y vio que no había cabeza debajo de su casco. Mientras yo hacía fotos y él era entrevistado, en un momento dado se agachó, cogió en su mano un puñado de arena y la miró emocionado; no hablé con ninguno de los presentes, pero estoy seguro de que a todos se nos heló el corazón.
Jake había vuelto a Omaha Beach.
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