Aurora Q. comienza a lo Cide Hamete Benengeli. Ya saben, ese recurso tan espectacular del manuscrito encontrado que sube el telón de la historia que se nos va a contar y de la ficción que nos vamos a creer. Porque Aurora Q., de Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), Premio Málaga de Novela 2023, comienza con una nota a pie de página en la primera, que es la página nueve donde nos informa de la forma y del fondo de lo que va a acontecer a lo largo de las casi 200 páginas de interpretaciones y elucubraciones acerca de lo que les sucedieron a una madre y a sus dos hijos. Bueno, incluso después de la ficción, este hecho no está aún claro.
Utilizo macabra porque macabra es una de las primeras fotografías que se incluyen en la transcripción de la primera sesión del caso: en ella aparecen dos adolescentes vestidos con unas túnicas blancas manchadas, muy manchadas, de lo que parece sangre, de una sangre —después te enteras— que no era de ellos, sino de una evisceración. Esos adolescentes son recogidos cuando caminaban solos y desnortados, sin adulto acompañador —quizá sí, en su imaginación—, mostrándose hieráticos, aturdidos, fríos y semi autistas. Esa fotografía aparece en las primeras páginas y solo tiene un fin: violar la imaginación del lector. Entre otros motivos porque recurriremos a ella en más de una ocasión mientras leemos la novela. Incluso nos sorprenderemos tratando de ampliarla con los dedos índice y pulgar. Sin conseguirlo, claro; es una fotografía impresa sobre papel. No obstante, en cada una de las visitas que le hagamos trataremos de adivinar dónde están los dientes de cocodrilo, o la boca del cocodrilo, que es la madre, como precisará después Lacan. Así son las ecuaciones literarias. Lean Aurora Q. y trátenla de resolver.
Lacan está muy presente en Aurora Q. porque ella «pesó sobre la tierra alguna vez». No se sabe si fue la madre o qué fue de estos dos niños que se convirtieron en lobos, en lobos asesinos de, no solo su madre —esto lo demuestra el grado de imaginación con que uno se acerque al relato—, sino de alguien iluso que pudo haber sido tú o yo. Los dos adolescentes irradian miedo por los brutales hechos que imaginamos y porque, aunque durante el relato permanezca congelada, solo destilan maldad humana.
Para qué desvelar más sobre el contenido de Aurora Q. si de lo que se trata es de conjugar lo que sucede y lo que se transcribe en cada una de las sesiones y lo que de realidad de Wikipedia tiene este sorprendente, y premiado, artificio literario. Es aquí donde reside una de las genialidades del autor, pero sobre todo quiero subrayar el despliegue portentoso de su quehacer como hacedor de literatura. Porque de esto se trataba, de escribir literatura.
El lector de esta novela no tratará primero de interpretar y juzgar los hechos que acaecen, sino de confrontar lo que está leyendo con una supuesta y antepasada realidad. Este trabajo resultará infructuoso porque Aurora Q. es como esa ficción definida por Virginia Woolf en El arte de la ficción: «La ficción recibe el tratamiento de un parásito que se nutre de la vida y que, en justa gratitud, debe asemejarse a la vida, o bien perecer».
El juego que nos presenta Mario Cuenca Sandoval es especular y por esta razón, muy al final ya, el lector empieza a comprender el adjetivo que se le endosa a la novela en el texto de contraportada: «Una novela que sumerge al lector en un sistema de narraciones concéntricas, de esferas que giran en torno a Aurora Q., la misteriosa mujer a la que la psiquiatría de su tiempo atribuyó la causa de los crímenes de los niños salvajes David y Raquel S.»
A lo largo del relato los adolescentes son sometidos a experimentos. Las interpretaciones que de ellos se deducen son múltiples y retroalimentan cada una de las páginas. Interpretaciones basadas en lo que ya dijeron y dejaron por escrito tanto Freud como Lacan, protagonistas indiscutibles de esta historia. Pero también, y así nos invita el narrador, tenemos que considerar la presentación que se nos hace con traje de alta costura y verosimilitud Gaspar Minaglia, Antonio Alba-Monge e Ignacio García Riedel. Ellos son los que invitan al lector a sumarse a la interpretación de las diferentes propuestas psicológicas y etológicas que se vierten tras el análisis del comportamiento de los niños, y casi animales, David y Raquel S.
Me sirvo para cerrar esta glosa de unos versos de Gottfried Benn. Pueden servir como una interpretación más sobre lo que nos inventa Mario Cuenca Sandoval. Son versos relacionados con la pulsión analizada hacia el final del relato y que está vinculada con ese agarrar, ese morder con los dientes lo que queremos para nosotros, después de utilizar, claro está, nuestra más eficaz herramienta prensil: la mano. Escribe Benn: «Tengo amores bestiales. / En la primera noche todo está decidido. / Se atrapa con los dientes aquello que apetece./ Hienas, tigres, buitres son mis armas». Un día quiso saber qué cosan son los hombres, decía la protagonista de “Yo he sido deseada por todos los hombres”, de Luis Martin-Santos, cuyo relato “Orestes” empezaba: «Él dijo después que lo había hecho porque estaba cansado de ser un hijo de puta», como David, como Raquel S, como Aurora Q.; lección de psiquiatría.
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Autor: Mario Cuenca Sandoval. Título: Aurora Q. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.
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