Peter Wilson, sin duda uno de los historiadores más reputados del momento, se ha embarcado en una empresa titánica: narrar cinco siglos de historia militar alemana. Quinientos años de desarrollo de las armas, de estrategias en el campo de batalla, de cambios políticos y religiosos con un impacto directo en el resto del continente. Una obra monumental que nos ayuda a comprender el pasado, el presente y también el futuro de un territorio en gran medida marcado por la sangre, tanto propia como ajena.
En Zenda ofrecemos la Introducción de Hierro y sangre (Desperta Ferro), de Peter H. Wilson.
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Introducción
HIERRO Y SANGRE
«No es por medio de discursos y decisiones mayoritarias como se deciden las grandes cuestiones del presente –tal fue el gran error de 1848 y 1849–, sino por el hierro y la sangre [Eisen und Blut]». Estas palabras proceden del célebre discurso de Otto von Bismarck al comité presupuestario de la dieta prusiana del 30 de septiembre de 1862, con el que trató de convencer a los diputados para que incrementaran el gasto militar. La parte final se cambió de inmediato a «sangre y hierro», una cita errónea, que, repetida en la época y en etapas posteriores, se convirtió en sinónimo del militarismo germano, mientras que Bismarck pasó a conocerse como el canciller de hierro, quien sostenía que la guerra era el único modo de unificar Alemania. Un examen más detallado nos revela que esto es la caricatura de una historia mucho más compleja e interesante.
Al igual que hicieron con otros poetas de esa era, los nazis se apropiaron de la obra de Schenkendorf para dotar de fundamentos culturales a su ideología. El título del poema se refería a la nueva medalla por servicios al Estado creada por el rey de Prusia, Federico Guillermo III, a quien sus oficiales liberales habían empujado a romper la alianza con Francia. Aunque Schenkendorf reconocía el liderazgo del monarca, sus versos hacían referencia a la herencia teutónica de Prusia, al cristianismo y al paisaje. Sus otras obras muestran el idealismo juvenil y romántico característico de su tiempo y son lo bastante ambiguas como para ser usadas por cristianos, socialdemócratas e incluso modernos anuncios de coches y ropa.
La carrera de Bismarck estaba en entredicho. Apenas llevaba una semana en el cargo cuando el rey de Prusia le requirió que rompiera el bloqueo del presupuesto militar. Su referencia a 1848-1849 es un ataque evidente a los liberales germanos que dominaban en el Parlamento nacional convocado en Fráncfort en esa época y que, a pesar de ello, no habían sido capaces de crear un Estado unificado. Sus palabras no ejercieron el efecto deseado. Los diputados rechazaron su llamamiento a incrementar el gasto militar y precipitó a Prusia a una crisis constitucional de la que solo pudo escapar tras librar dos contiendas victoriosas, en 1864 y 1866. Estos conflictos, considerados parte de las «Guerras de Unificación de Alemania», dividieron la Confederación Germánica mediante la expulsión violenta de Austria y dejaron un legado que perturbó Europa central durante el siglo siguiente. El discurso de Bismarck provocó la alarma de su señor político, el rey Guillermo I, pues temía que se propusiera resolver los problemas de Alemania por la fuerza. Aunque el monarca disfrutó de la condición de líder nominal de la victoria sobre Francia de 1870-1871, numerosos alemanes no sentían gran entusiasmo por ir a la guerra.
Este discurso, y su recepción, ejemplifica el argumento central del presente libro: no cabe duda de que el militarismo ha sido un elemento integral del pasado germano y ha conformado el modo en que los alemanes han dirigido sus contiendas; sin embargo, esto no era ni un destino inevitable ni la única trayectoria posible. Las siguientes páginas tratan de ofrecer un relato accesible de la historia militar de la Europa de habla germana durante los cinco últimos siglos, enmarcado en la historia general de la evolución de la guerra, por tierra, mar y aire. Busca subrayar qué hizo diferente la experiencia bélica germana y qué tuvo en común con otros países de Europa y, cuando sea adecuado, con el resto del mundo. Todo el libro integra la historia militar dentro del desarrollo en general, ya sea político, social, económico y cultural, de lo que hoy es Alemania, Austria y Suiza.
¿UN MODO ÚNICO DE HACER LA GUERRA?
La historia militar alemana es inmensamente popular. No faltan libros acerca de las guerras, campañas, generales, armas y el militarismo germano. La mayor parte de estas obras solo trata el periodo 1914-1945, seguida, muy de lejos, por los cincuenta años precedentes, la época de la Alemania imperial. En conjunto, podría decirse que la etapa anterior a la década de 1860, si es que es llega a tratarse, se presenta como una mera introducción al «surgimiento de Prusia», no como parte integral de una historia mucho más extensa. Un gran número de libros son estudios especializados, a menudo muy técnicos, en particular los que tratan de armamento, uniformes y tácticas. La mayoría son soberbios en su campo concreto, si bien un número considerable de ellos recicla interpretaciones manidas y detalles factuales –a menudo– inexactos.
Esta obsesión por la era de las dos contiendas mundiales anquilosó el debate y congeló la historia militar germana en un marco anacrónico y teleológico, que, surgido a finales del siglo XIX cristalizó tras 1945. Este enfoque proyectó el mito de un modo «específicamente germano» de hacer la guerra, en teoría predeterminado por la situación geopolítica de Alemania en el corazón de Europa, donde se hallaba rodeada de vecinos hostiles. Existía la creencia generalizada de que los alemanes estaban, en cierto modo, predispuestos de manera natural a la guerra de agresión, porque temían ser cercados y aspiraban a expandir su «espacio vital». Esto, a su vez, promovía un modelo político de singular autoritarismo, pues solo un «Estado potencia» podía movilizar los recursos necesarios para desarrollar y sostener la necesaria capacidad de «golpear primero». En lo operacional, las contiendas germanas debían ser Blitzkrieg [guerra relámpago] para ganar victorias rápidas y decisivas antes de que sus enemigos pudieran concentrar su superior número contra ellos. Las fuerzas armadas alemanas buscaban la eficiencia técnica y la superioridad tecnológica para ganar una ventaja relativa sobre sus numerosos adversarios. Para tal fin se confiaron a profesionales que operaban fuera del control político, todo lo cual tuvo consecuencias fatales para la sociedad alemana y la paz del conjunto de Europa.
Esta interpretación se convirtió en una ortodoxia casi inamovible, en particular debido a que las instituciones castrenses germanas, como el Estado Mayor General, fueron modelos muy imitados a partir de la década de 1870. Los avances alemanes eran varas de medir del rendimiento y la eficiencia de las fuerzas armadas de otros países. El ejemplo teutón ha ejercido una profunda influencia en los debates desde la década de 1970, acerca de si existe –o debería existir– un modo estadounidense de hacer la guerra. Deslumbrados por el espejismo de la Blitzkrieg, la Administración Bush de la década de 1990 fomentó un modelo de «guerra moderna» de alta tecnología y gran precisión científica, que buscaba establecer una ventaja permanente sobre los adversarios. Las fuerzas armadas chinas, por el contrario, han dejado a un lado su anterior admiración por los métodos germanos y ahora consideran que su fracaso de 1914 es una advertencia de que no se debe ir a la guerra con solo un gambito inicial y sin un plan estratégico.
Los historiadores de izquierdas, más escépticos, tampoco han hecho mucho por cuestionar esta interpretación, puesto que refuerza la interpretación popular de que la sociedad germana se militarizó y «feudalizó» durante el siglo XIX, lo cual preparó el terreno para la Primera Guerra Mundial y, en último término, para Hitler y el Holocausto. Con frecuencia, los autores adoptan una explicación cultural, que arraiga el militarismo germano en la «sangre y tierra» de Prusia, lo cual invierte los términos de la celebración de estas mismas características de los nacionalistas decimonónicos. En función de la perspectiva, los aristócratas prusianos son o serviles o independientes, pero siempre implacables, mientras que sus soldados son, por algún motivo desconocido, «guerreros naturales». Este controvertido enfoque ha vuelto a respaldarse en fechas recientes por la derecha política, como fuente de inspiración para las fuerzas armadas germanas de hoy. Se consideraba que el ejército era un «sistema cerrado» que permanecía aislado, aunque, al mismo tiempo, sus valores marciales permeaban al resto de la sociedad y conformaban sus valores.
Ha llegado el momento de descongelar la historia militar alemana y ponerla a la altura de los estudios que se están haciendo del resto del pasado germano. Numerosas décadas de investigación han producido una visión mucho más matizada y sofisticada de la Europa de habla germana. Buena parte de estas obras ha abordado un enfoque comparativo, que cuestiona que la evolución de Alemania deba describirse como una senda especial (Sonderweg) de extraordinaria beligerancia y autoritarismo, que se desvía de la del resto de Europa. En todo caso, es «especial» por el hecho de que la evolución de Alemania se caracterizó por una descentralización político-militar mucho más prolongada que en la mayoría de países europeos. Los vínculos habituales entre estructuras políticas y organización militar se desmoronan cuando vemos que los países en general asociados a la democracia liberal, como Gran Bretaña y Francia, establecieron monopolios de violencia desde el primer momento, en tanto que en Alemania se caracterizaron, hasta entrada la década de 1870, por una política y una seguridad colectiva descentralizadas.
Por encima de todo, el interés reciente en la historia global y en la evolución trasnacional plantea validas cuestiones de si sigue siendo correcto escribir historia militar «nacional». Un asunto de particular importancia para el pasado germano, dados los orígenes de la Alemania moderna, muy recientes. No existe una razón que nos obligue a enmarcar la historia militar germana en la geografía política surgida a partir de 1866, como tampoco la existe para la historia social, económica, religiosa o cultural de Alemania. Para ello, el presente libro abarcará la historia militar de las regiones de Europa central que hayan estado bajo el predominio político germanoparlante durante todo, o parte, de este marco temporal, esto es, el área aproximada de las actuales Alemania, Austria y Suiza.
Este enfoque geográfico extenso corrige una gran deficiencia presente en las pocas historias militares generales de Alemania, todas las cuales siguen un enfoque teleológico, que presenta la historia alemana como el ascenso y la caída de Prusia. Algunas obras llegan incluso a trazar una continuidad desde Arminio, vencedor de las legiones de la Antigua Roma, hasta el mismo Hitler. La mayor parte, sin embargo, trunca la historia germana al hacerla comenzar en la década de 1640, que suele considerarse, de forma inexacta, la del «nacimiento» del ejército prusiano. Todo el pasado castrense germano se lee a través de la lente de la experiencia prusiana, de modo que buena parte de dicha experiencia está mal comprendida, al no enmarcarse dentro del contexto general, germano y europeo.
La evolución institucional se presenta como la historia de un ejército prusiano-germano unificado, si bien, con anterioridad a la violenta destrucción de la Confederación Germánica, Prusia solo había librado dos guerras –la «guerra de las vacas» de Düsseldorf de 1651 contra el Palatinado y la intervención en la revuelta patriota neerlandesa de 1787– sin la colaboración de, al menos, otro territorio germano; incluso en 1866 recibió la asistencia de seis pequeños principados. El poder militar, lejos de proyectarse por un Estado centralizado, siguió estando descentralizado la mayor parte de la historia germana. Hacer la guerra fue una actividad colectiva durante todo el Sacro Imperio y en el periodo de sus sustitutos federales, de 1806-1813 y 1815-1866. Incluso el Imperio alemán de 1871-1918 conservó un sistema de contingentes, con ejércitos independientes para Baviera, Wurtemberg y otros Estados.
Aún más importante: Prusia no fue la principal potencia militar «germana» hasta las postrimerías del siglo XIX. Hasta entonces, la monarquía habsburgo austriaca siempre tuvo un ejército más grande y se consideraba un modelo más deseable por muchos, tanto en el mundo político germanoparlante como en otros países de Europa. Pese a que sirvieron como soldados más suizos que prusianos en relación con el porcentaje de la población, la historia solo tiende a acordarse del «militarismo germano». Por el contrario, la dimensión marcial de la historia suiza, y, en particular, de la austriaca, ha sido indebidamente desatendida. Al liberar la historia militar de anacrónicos marcos nacionalistas, podemos explorar estas narrativas desde nuevas perspectivas. Este enfoque más general nos revelará cómo las ideas, prácticas, instituciones y la tecnología se transfirieron no solo por toda la Europa central de habla germana, sino también entre esta región y otros confines de Europa y del mundo. Solo entonces podremos determinar si existió un modo alemán de hacer la guerra y cuál puede ser su significado histórico general.
PLAN GENERAL
El libro combina cronología y temática. La primera es importante para trazar la evolución a largo plazo, mientras que la segunda permite explorar aspectos clave con mayor profundidad. La cronología busca deshacer de forma deliberada el relato estándar, que sigue el ascenso de Prusia y culmina en las dos conflagraciones mundiales. Estos conflictos son, sin duda, relevantes y tendrán una marcada presencia, aunque la visión de conjunto solo puede verse cuando el marco temporal abarca desde mucho antes de la década de 1640 y también más allá de 1945. La Alemania reunificada en la década de 1990 ha existido casi tres veces más tiempo que el Tercer Reich, mientras que la era de paz posterior a 1945 es más extensa que el periodo que va de 1871 a 1945. A pesar de ello, la historia militar de la República Federal de Occidente y su rival comunista oriental, entre 1949 y 1990, todavía no se ha integrado con la historia militar previa a la Segunda Guerra Mundial.
Una de las grandes ventajas de este enfoque más prolongado es que permite una evaluación más exhaustiva de los hechos que suelen considerarse «puntos de inflexión» de la historia germana, tales como la Paz de Westfalia de 1648, el ascenso al trono de Federico el Grande en 1740, la derrota de Prusia en Jena en 1806 y su victoria sobre Francia en Sedán en 1870, la derrota total de 1918 y la «hora cero» de 1945, todos los cuales se han designado mediante un estrecho enfoque en la alta política. Una de las tareas principales será evaluar hasta qué punto las victorias y las derrotas han «hecho» la historia germana y así situar a la guerra en el contexto general del pasado teutón.
Con demasiada frecuencia, los relatos existentes se concentran en los éxitos y tienden a resaltar la mayor agresividad o superior organización, real o supuesta, en particular del Estado Mayor General y sus métodos de mando y control, representantes de un supuesto «genio para la guerra» singular. A pesar de que este enfoque ha desaparecido de la mayoría de obras en lengua germánica, continúa estando muy arraigado en las anglófonas, muchas de las cuales celebran abiertamente los métodos prusiano-germánicos. Estas tienden a interrumpir el relato en el momento en que los éxitos del inicio dejan paso a costosas contiendas de desgaste que finalizan en tablas –por ejemplo, Prusia en la Guerra de los Siete Años– o en un desastre total –ambas contiendas mundiales–. Un examen más detallado de la derrota revela que lo que diferencia a los métodos prusiano-germánicos entre mediados del siglo XIX y mediados del XX era un foco obsesivo en cómo lograr una rápida victoria, no en qué hacer con dicho éxito, o qué hacer cuando no se lograba. Es más, este enfoque solía deberse a la preocupación de que el país no podía permitirse un conflicto prolongado, más que en la creencia en la validez del uso de la fuerza para lograr objetivos políticos. De hecho, de forma casi invariable, existía una desconexión fatal entre planes militares y una estrategia nacional general, lo cual llevaba a descuidar otras líneas de acción tal vez más fructíferas.
Por esta razón, la cronología del libro está estructurada en cinco partes determinadas, en cierto modo, por las formas de organización y práctica militar que predominaba en cada siglo, así como su relación con las estructuras sociales, económicas y políticas. Comenzar por el siglo XVI nos permite seguir a Alemania, Austria y Suiza desde sus orígenes comunes en el Sacro Imperio Romano, en un momento en que la guerra en Europa experimentaba profundos cambios. Aunque la Europa medieval no carecía de conflictos, las contiendas solían ser intermitentes y localizadas. A finales del siglo XV surgieron mecanismos de movilización y empleo de recursos de una forma más sostenida y coordinada. Sin embargo, en Alemania esto no se logró por medio de la creación de un Estado nacional unificado, sino por medio de estructuras colectivas y multilaterales. La autonomía, no la centralización, siguió siendo la característica política primordial hasta el siglo XX y resurgió en forma modernizada tras las dos guerras mundiales, consagrada en el federalismo de las repúblicas alemana, austriaca y suiza.
La consolidación institucional del Imperio se aceleró entre 1480 y 1520 con la creación de nuevos mecanismos para reunir hombres y dinero para la guerra, así como para resolver disputas entre las múltiples autoridades políticas. Todas utilizaban una variante del sistema de movilización de tres escalones, formado por una leva selecta de hombres jóvenes apoyada por dos categorías de reservas. Aunque experimentó muchas modificaciones, este método siguió siendo la forma de reclutar soldados hasta entrado el siglo XX. Estas estructuras, y la cultura política que fomentaban, ejercieron una poderosa influencia sobre los hechos posteriores, en particular al sancionar la existencia de numerosos «señores de la guerra» (Kriegsherren) con posesión legítima de fuerza armada.
En el otro extremo del marco temporal del libro, adquiriremos nuevas perspectivas acerca de las dos contiendas mundiales si las vemos dentro del progreso general del siglo XX, en lugar de como resultados inevitables de los fallidos intentos de unificación bajo la Alemania imperial entre 1871 y 1914. Otra de las grandes ventajas de esta estructura es que abarca tanto la paz como la guerra. Hasta ahora, los debates en torno al «modo alemán de hacer la guerra» se han centrado en exclusiva en la forma en que se dirigen las contiendas una vez iniciadas las hostilidades y no en los periodos, a menudo extensos, de paz relativa, como los de 1553-1618, 1815-1848, 1871-1914 o de 1945 al presente. Los Estados germanos, Prusia incluida, no eran en absoluto los únicos que se preparaban para la guerra. Todos los países europeos hacían planes para futuros conflictos y es al contextualizar correctamente la experiencia germana cuando podemos ver que muchas de las afirmaciones que sostienen el carácter excepcionalmente militarista de su pasado son una exageración.
Estos argumentos suscitarán controversia, por lo que debo dejar claro desde el principio que la presente obra no busca blanquear la historia alemana o minusvalorar la destrucción provocada por los ejércitos germanos, en particular durante la Segunda Guerra Mundial. Como declaró el presidente federal Joachim Gauck el 26 de enero de 2015: «No existe la identidad alemana sin Auschwitz». El enfoque comparativo busca contextualizar la experiencia germana, no relativizarla mediante un burdo recuento de víctimas mortales, similar a la «disputa de historiadores» de la década de 1980, en la que se comparó a Hitler, Stalin y Pol Pot. Es más, el adjetivo «alemán» es una cómoda solución para abarcar las regiones de Europa situadas en Estados regidos por dirigentes de habla alemana. El presente libro rechaza de forma explícita que los alemanes posean unas «cualidades marciales» peculiares a causa de su relación con su «sangre y tierra». De hecho, no tiene sentido hablar de historia militar «alemana» sin incluir la experiencia de los millones de personas que hablaban otros idiomas. Esto no solo es válido para Suiza y para la monarquía habsburgo, sino también para Prusia, que siempre tuvo una numerosa población de habla polaca y lituana.
Cada una de las cinco partes cronológicas del libro está subdividida en tres capítulos que siguen temas clave a través del tiempo, a la vez que proporcionan un relato. El capítulo inicial de cada parte aborda de forma cronológica la relación entre guerra y política y se centra en por qué se libraron los conflictos y hasta qué punto la historia germana «se hizo sobre el campo de batalla». El capítulo central de cada parte examina la ejecución de mando, planes e inteligencia, así como la forma en que dichos contingentes se reclutaban, organizaban, equipaban y entrenaban. La sección final de estos capítulos abarca la guerra naval, con una sección adicional en el siglo XX –Capítulo 14– acerca del poder aéreo. El tercer capítulo de cada parte examina las actitudes hacia la guerra, la motivación y estatus legal de los soldados, su relación con la sociedad, así como el impacto demográfico y económico de la guerra.
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Autor: Peter H. Wilson. Título: Hierro y sangre: Una historia militar de Alemania desde 1500. Traductor: Javier Romero Muñoz. Editorial: Desperta Ferro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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