Foto de portada: Javier Naval. Teatro Español
Yo había llegado a Madrid una semana antes, con mi equipaje de iluso, y afanoso por subirme al tren eléctrico del periodismo. Estoy hablando de 1979: otro milenio, otra glaciación. Como desconocía los límites de la realidad me dio por llevarle un puñado de artículos a Emilio Romero, que dirigía Informaciones, una cabecera fabulosa que daba sus últimas cabezadas tipográficas. Al viejo zorro aleonado debió de gustarle mi prosa, o más bien mi osadía, y me encargó que le hiciera una entrevista a Antonio Buero Vallejo, y allá que me presenté en casa del dramaturgo, en las cercanías del Paseo del Generalísimo, como se llamaba todavía la Castellana. Buero tenía entonces 63 años, la misma edad tardía que gasto yo ahora, y era un clásico en carne viva, la leyenda teatral del anti-franquismo, el escritor que yo había estudiado unos meses atrás en el libro de Literatura de COU. Era impresionante para aquel mocoso estar delante del autor de El concierto de San Ovidio y El tragaluz, con su pipa de hombre tranquilo y su elegancia discretamente burguesa. Por aquellos días fui al Teatro Lara a ver Jueces en la noche, la recién estrenada obra del dramaturgo.
Ahora, las peripecias en una escalera de vecinos han vuelto al escenario del mismo teatro donde se representó hace setenta y cinco años, y lo ha hecho con un éxito clamoroso. Desde antes del estreno están agotadas las localidades para todas las funciones. La obra estará en cartel apenas dos meses, por necesidades de programación, pero es evidente que el interés suscitado por la misma entre los aficionados a la dramaturgia requeriría de una permanencia más larga en la cartelera. La respuesta del público es acorde con la categoría del hecho teatral, un verdadero acontecimiento, que no va mucho más allá de los propios mentideros dramáticos, porque curiosamente los teatros se llenan, pero fuera del ámbito escénico apenas tienen repercusión, entre otras cosas porque los medios de comunicación le prestan escasa atención. Así, el otoño pasado se estrenó, también en el Español, una muy aplaudida versión de Luces de bohemia, con el cartel de “no hay entradas” desde las primeras representaciones, pero el eco fuera del escenario fue insignificante. Durante décadas era un tópico recurrente hablar de la crisis del teatro, y ahora estamos instalados en la paradoja de que no hay tal crisis, que lo que ocurre en los escenarios es devorado por un público fiel, pero más allá del patio de butacas tiene menos trascendencia que nunca.
Helena Pimenta ha llevado al escenario del Español una Historia de una escalera a la vez costumbrista, social y existencialista: las vidas de un puñado de vecinos que suben y bajan a lo largo de treinta años por una escalera sin salida, el punto donde confluyen las ilusiones infundadas y las esperanzas que chocan con el principio fatal de la realidad; los sueños que el tiempo vuelve pesadillas. No aparece el problema, tan actual hoy, de la vivienda, porque los personajes tienen un techo, aunque sea modesto, lo que no tienen es un horizonte que les permita una vida digna. Arduo empeño en la España de posguerra en que se estrenó la obra escrita por un hombre, Antonio Buero Vallejo, que pese a su penosa odisea por las cárceles de la postguerra consiguió ser una figura imprescindible del teatro de la dictadura, un tiempo en que las cosas que ocurrían en los escenarios importaban bastante más que hoy.
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He visto la representación en el Español. No he leído la obra de Buero Vallejo. He echado de menos alguna alusión explícita a la situación política en la que vivian, un enfoque más crítico. No sé si la obra original lo permitía.