Morad tiene una herida. En Una oración sin dios (2023), Karima Ziali nos cuenta el día en el que Morad abre los ojos ante esa herida, que tiene muchas aristas y que ha ido creciendo, dando vueltas sobre sí misma, hasta convertirse en “una bola de alambre incrustada en su diafragma”.
A Morad le duele ser moro, o lo que cree que le pasa por ser moro. Le duele, también, ser musulmán, o las cosas que piensa que debe hacer por ser musulmán. Y, sobre todo, le duele ser hijo de Farida, o la deuda de amor que siente hacia ella. Esa madre “de las manos de hierro con piel de jazmín” que lo envuelve todo con su amor asfixiante: un amor al que Morad se somete y del que, a su vez, quiere escapar.
Entre las diversas cuestiones que nos plantea Una oración sin dios una de las más universales es la complejidad e intensidad de los vínculos familiares y, en este caso concreto, en un contexto de migración. Un entorno que puede ser fuente de amor y seguridad o de dolor e incomprensión. La novela muestra cómo se entremezclan los sentimientos con los sacrificios realizados, las deudas colectivas con las aspiraciones individuales. Parece difícil escapar del papel impuesto a cada uno. Ziali nos guía por los entresijos de la familia de Morad con una prosa punzante que te sumerge en un torbellino de imágenes tan intenso como el torbellino de emociones que sacude al protagonista de la novela.
Morad vive entre la presión por el abandono de su hermano Moha, la dura comprensión de su hermana Salma, la indiferencia de su padre Saleh y el amor abrumador y exigente de su Farida. Una madre que lo es todo para él, “su amor y su rabia, las dos cuerdas que lo anudaban a su vientre del que todavía parecía ser una extensión: un nudo de carne con carne”. Una madre que le ha dado su amor pero que, a la vez, le impide ser libre. Entre todas estas tensiones emocionales derivadas de su situación familiar, Morad cuenta con el cariño de su profesor de filosofía del instituto, Doménech, quien le ofrece su apoyo y consuelo “como Morad siempre imagina que lo hace un buen padre”.
Los personajes de Una oración sin dios se nos presentan sin juicios y, también, sin idealizaciones. Quizás, el único personaje que puede parecer en cierto modo idealizado es el profesor, en quien Morad encuentra el padre que él siente ausente y que le plantea incisivas preguntas de las que no logra desprenderse. Es también quien le da espacio para el desahogo cuando su herida se abre en carne viva. Hoy en día, parece que solo en la ficción un profesor pueda tener una influencia así en un alumno. Gracias, Karima, por poner en valor esta, en ocasiones, denostada profesión.
Doménech le dice a Morad que su problema no es ser moro, aunque su historia muestra algunos de los problemas de ser moro, de vivir en España teniendo raíces o vínculos marroquíes: el racismo que se manifiesta en la violencia policial, en la sospecha de terrorismo y, también, en la precariedad, la incomprensión y el constante cuestionamiento. Sin embargo, es cierto que el dolor de Morad tiene unas raíces todavía más profundas.
Será solo hacia el final de la novela, cuando Morad despierta y por fin siente “que su carne se separa de la carne madre”, cuando descubrimos la naturaleza de su herida de alambre. Una herida que se ha ido infectando y enquistando por el silencio impuesto a lo largo de los años. Abrir esa herida es lo que le permite empezar a sanar, a comprender y perdonar. Y, como mencionaba al principio, será entonces cuando emprenda su búsqueda de la felicidad. Dejo que el público lector descubra si, finalmente, Morad consigue ser feliz.
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Autora: Karima Ziali. Título: Una oración sin dios. Editorial: Esdrújula Ediciones. Venta: Todostuslibros.
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