El historiador Manuel Jesús Roldán, autor del exitoso ensayo Eso no estaba en mi libro de Historia del Arte reconstruye en su nuevo libro, Historia del Arte con nombre de mujer, recientemente publicado por la editorial sevillana El Paseo, una Historia del Arte que sigue el orillado rastro de las creadoras que en todas las épocas y por todos los continentes dejaron una huella artística debilitada con el tiempo, más nunca desaparecida. Con el trabajo, esfuerzo, dedicación y talento de estas 125 mujeres artistas, el autor presenta un ejercicio de recuperación, arte y memoria tan hermoso como necesario.
—La portada de un libro es algo muy importante. En este caso, ¿quién elige como portada el retrato inacabado de esa mujer singular?
—Es muy curioso. Es una elección que planteamos a medias el editor y yo. Hace muchos años que nos conocemos, y tenemos una relación muy cercana de libros publicados juntos. Casi desde el principio sabíamos lo que queríamos. Por eso, al ver el autorretrato de Ana Bilinska decidimos que sería ese y no otro, pues aunaba todo lo que deseábamos que la portada transmitiera: tenía que ser una mujer, desde luego, de las citadas en el libro, y que portara los atributos de su trabajo, pero lo que nos conquistó de la imagen fue que, a pesar de ser un retrato inacabado y todo lo que eso tenía de simbólico, era capaz de transmitir mucho a través del rostro y el torso. Además, la mujer autorretratada encarnaba una vida que reunía el ideal que subyace en este libro: la lucha, la perseverancia, la incansable batalla por el trabajo, la fuerza de la mujer que interpela y mira al espectador desde los siglos a través de su obra y por encima de su propia vida, de su propia ausencia.
—En este libro hay 125 historias de mujeres, algunas de ellas completamente desconocidas, pero también hay mujeres que en su momento gozaron de éxito, reconocimiento y prestigio como pintoras. ¿Qué ha pasado con ellas para que las engullera el olvido?
—Ese es un apunte que considero muy importante de hacer, sobre todo en nuestros días. Es decir, en nuestra historia ha habido mujeres triunfadoras, pero ahora estamos cayendo quizás demasiado en cargar las tintas en las silenciadas, las olvidadas. En mi opinión esa carga de tinta en realidad no es justa con todas aquellas artistas que sí triunfaron en su tiempo. No podemos incluirlas a todas en el mismo saco, de manera que sí debemos reivindicar a las silenciadas y marginadas, pero sin olvidar a las mujeres triunfadoras que son ejemplos de mujeres de su tiempo. Quien lea este libro verá que durante muchas fases hubo mujeres que sí alcanzaron un cierto nivel de prestigio, que pintaron para papas, para los reyes del momento, para cortes, y que cobraron por su trabajo igual que los hombres. Por supuesto, con todas las limitaciones de cada momento, pero en el siglo XVI, por ejemplo, en el Barroco e incluso en el XVIII hay mujeres que triunfan. Ahora bien, luego llegó el silencio.
—¿Qué ocurrió?
—Ese silencio llega en el siglo XIX, un siglo especialmente machista, en el que el hombre limita mucho más a la mujer que en el siglo XVI. El siglo irrumpe quebrando la libertad de todas aquellas mujeres artistas renacentistas y barrocas, pues ahora, por ejemplo, no les permite la asistencia a las academias, a las clases de dibujo. Y eso es terrible, porque precisamente éste es el siglo de la creación del gusto, del coleccionismo y de los grandes museos; el siglo de los grandes manuales de la Historia del Arte. Y en esa consolidación teórica y científica de la Historia del Arte las mujeres se quedan fuera, repitiéndose el esquema durante dos largos, fundamentales siglos, hasta hoy.
—¿Se olvidaron porque no fueron catalogadas o escritas?
—Exacto. Su vidas y obras se excluyeron de la narrativa oficial y académica. Y el olvido y la desmemoria del ser humano hicieron el resto La historia está escrita por los triunfadores, y el triunfador es generalmente de género masculino. Hasta que no llega el siglo XX no hay un cierto plano de igualdad, pero relativo. Recuerde que ni las Vanguardias Históricas, con toda su cacareada modernidad, fueron capaces de poner en igualdad a la mujer y al hombre.
—¿Hemos pasado, pues, de un siglo XIX de manuales cargados de pintores masculinos casi en exclusividad a un siglo XXI donde hay que incluir a la mujer a toda costa?
—Los libros de historia del arte generalmente se basan en libros anteriores, y estos, en general, copian modelos del siglo XIX. Como en este siglo hay esa preponderancia masculina, pues es el resultado es el que todos conocemos. Ahora bien, desde hace unos años parece que es casi una obligación moral meter la figura de la mujer, y no es eso, no se trata de encontrar el último resquicio de la mujer, sino de que hay determinadas figuras que deben estar al nivel del hombre, no por el hecho de ser mujeres sino por su propia calidad.
—¿Cuál era entonces su intención al escribir este libro?
—Este libro quiere situar en el lugar que se merecen a una serie de artistas que luego han sido silenciadas, pero como una cuestión de justicia histórica. No trato de revisar el pasado, sino de señalarlo; es que el pasado está ahí. No es que yo quiera hacer una interpretación del pasado ni mirarlo desde el prisma actual, lo que quiero es que recordemos cosas que hemos olvidado. No pretendo cambiar la historia, pero sí avivar la memoria. La historia está ahí y en ella hubo mujeres importantes.
—Aparte de un sustancioso listado de mujeres artistas, ¿qué aporta su manual de historia del arte a la Historia del Arte?
—Motivación. Este libro tiene la función de motivar los estudios sobre esas mujeres; a que muchas más personas las conozcan y se motiven por seguir escribiendo.
—¿Ha habido alguna artista que se haya quedado fuera de esas 125 mujeres elegidas?
—Evidentemente, se me han quedado muchas en el camino, pero había que poner un límite. De hecho, a medida que iba llegando al siglo XX, aumentaba la nómina de mujeres artistas, claro. Por eso el criterio de selección se organizó en torno al límite de mujeres que hubiesen nacido antes de 1930. Yo creo que esa fecha permite abarcar a un buen grupo de artistas, pero por supuesto este no es un libro cerrado. Espero haber abierto una ventana a un proyecto interminable…
—En las épocas más difíciles para el acceso de la mujer al conocimiento, ¿cuáles han sido los núcleos donde se han desarrollado sus habilidades artísticas?
—En el Renacimiento, en algunas zonas del norte de Italia, se permitía que las mujeres participaran en las academias, por ejemplo. Y aunque hoy nos resulte chocante, no debemos olvidar que en los círculos conventuales, durante siglos, las mujeres encontraron un mundo de “libertad” intelectual que contrastaba con la reclusión física. En muchos casos el convento no suponía un encierro para la mujer, sino su realización como persona, pues disponía de biblioteca, instrumentos de pintura, de música, de creación, reflexión y lectura o escritura. Allí muchas (no todas, por supuesto), encontraron el tiempo para cultivarse y la renuncia “feliz” a lo que la sociedad les exigía: contraer matrimonio y concebir hijos.
—¿Es este un libro feminista?
—En el prólogo hago alusión a eso. Mi opinión sobre el feminismo es que es un concepto profundo y complejo, que no debemos usar a la ligera, ni mucho menos para polarizar a la sociedad. No creo que sea bueno, ni para el libro ni para las artistas que en él se estudian y destacan, poner etiquetas. No he pretendido abanderar nada, sino poner mi granito de arena para tratar de recuperar a grandes artistas de un olvido injusto. No es un libro para mujeres ni pensado con una orientación política. Se trata de un manual de Historia del Arte, y los artistas no entienden de otros condicionantes.
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