DETRÁS DE LAS PALABRAS: HISTORIA DEL ARTE. ÚLTIMAS TENDENCIAS
Uno puede plantarse ante Verde sobre morado de Rothko, o delante de New York City 3 de Mondrian y hacerse muchas preguntas. Entre ellas, si el artista le está tomando el pelo al espectador con esas tiras adhesivas que crean líneas, eso sí, perfectamente paralelas y perpendiculares, o superponiendo dos colores ─verde y marrón─ y llamar a un cuadro así, por muy bien combinado que esté el cuadrado verde, sobre el cuadrado morado. Y es lícito, de hecho, plantearse esas cuestiones.
Durante un tiempo, la que ahora les escribe a ustedes trabajó tratando de explicar al público qué significaban esas obras, toda esa mundología pictórica. Por qué se habían concebido así. Por qué tenían tanto valor. Qué representaban, en el caso de que representasen algo. Y en caso contrario, qué técnica había usado el artista para hacer su obra. Trataba, en definitiva, de explicar lo que los curiosos tenían delante. Pero, sobre todo, lo que consideraba fundamental para que el espectador no se me escapase en digresiones a menudo inútiles (yo misma lo reconozco), era tratar de que conectase, que no le fuera indiferente. Reconozco que, a lo largo del tiempo, llegué a adquirir hábiles recursos para ello. Uno que no fallaba era contar cosas sobre la vida de esos artistas. Manías y peculiaridades de cada uno (como algunos de ellos eran bastante excéntricos la fórmula rara vez fallaba). También solía explicar el momento en que nació el estilo pictórico, o escultórico, que representaban, la circunstancia histórica, política o social, que pudieron influir a tal o cual artista para hacer obras que si bien pudieran tener un resultado estético, también pueden tenerlo dudoso en cuanto a la dificultad en la ejecución. Si tenía que explicar el “Papel arrugado con mancha de tinta” de Tàpies, se supone que iba implícito en mi oficio el sentir alguna clase de “reverencia” porque, simplemente, se trataba de un Tàpies. Pero yo no la sentía y, en realidad, creo que tampoco se la transmitía al público que tenía ante mí. En otros casos, comentaba al público que cada uno de nosotros estaba haciendo arte cada vez que, por ejemplo, se tiraba un huevo al suelo, como la obra titulada “Huevo estrellado en el suelo, nº 3”. Y ante la cara de perplejidad de los visitantes, yo sonreía y les decía: “Juzguen ustedes mismos”. Asimismo, ¿cómo demonios iba a decir que había arte en una pared repleta de cucarachas de plástico que Jaume Plensa ejecutó? Díganmelo. ¡Cómo demonios! Al poco de estos hechos, y justo después de ver expuesto un burro disecado colgando del techo de una amplia sala, dejé definitivamente mi trabajo como guía en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, el renombrado “MACBA”.
No obstante, y pese a mi satisfacción por el trabajo bien hecho como guía del museo, hubo algo que me salvó durante aquellos años y me ayudó a entender y a conseguir todos esos recursos de los cuales les hablo y que, en muchas ocasiones, dejaba encandilado a mi público ante obras tan absurdas. Debo matizar que me ayudó a tratar de entender no todo, porque era imposible, pero sí una parte. Y esa salvación personal a la que hago referencia fueron los excepcionales recuerdos que conservaba de mi último año trascurrido en las viejas aulas de la facultad de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona. Me refiero especialmente a la sabiduría impartida por una de las mejores profesoras que tuve, doña Lourdes Cirlot. El exhaustivo libro que ella escribió, y del cual os quiero hablar, Últimas tendencias de arte, fue mi guía, mi piedra angular. Un texto imprescindible donde yo iba a encontrar respuestas. Pues allí, en ese gran libro, está todo. Abarca desde el periodo de las Segundas Vanguardias (1942-1968) hasta las denominadas Tendencias Posmodernas (1968 hasta nuestros días). Desde el Informalismo, pasando por el Expresionismo Abstracto, el Pop Art, el Minimalismo, el Arte Cinético, el Happening, el Arte Conceptual, el Arte Póvera, el Hiperrealismo, el Neoexpresionismo Germano, la Transvanguardia Italiana, hasta llegar a las últimas tendencias en pintura y escultura en Estados Unidos, Reino Unido y España. Nos introduce con audacia hacia cada movimiento artístico, sobre los múltiples significados que cada uno de ellos lleva implícito, y asimismo sobre las técnicas usadas, base ideológica, representantes y análisis de sus principales obras. Se trata, en el fondo, de un libro crítico, que destaca, también, por estar muy detallado, ilustrado y excelentemente explicado. En definitiva, un libro excepcional, de fácil lectura y comprensión. Un libro de referencia.
Para todos aquellos que estén leyendo lo que les cuento, sean aficionados o no al arte, incluso para aquellos que no se pierden una bienal en Venecia, o un ARCO en Madrid, este libro es LA guía. Se trata de una obra absolutamente fundamental sobre todas y cada una de las tendencias, movimientos y estilos que han llegado hasta nuestros días y que nacieron poco después de la segunda guerra mundial, tras el movimiento expresionista germano. La frontera entre lo que es arte y no lo es es frágil en el denominado “Arte Contemporáneo”, pues otros son los que han decidido que algo sea considerado digno de admiración y de subastarse y exhibirse bajo un precio desorbitado, o que sea, literalmente, desechado, olvidado. No es precisamente el tiempo quien pone un precio y un valor a una obra, sino la crítica. Alguien con credibilidad dice que algo es bueno, y de ahí a la fama. Como la “bañera oxidada” de Beuys, la cual es expuesta como un objeto de culto. También recuerdo una instalación de Boltanski que consistía en cientos de cajas de metal apiladas formando una especie de cajón enorme que se podía recorrer a través de un estrechísimo pasillo. Imagino lo que muchos espectadores pensarían al ver eso. Pero si yo les cuento a ustedes que esas cajas son un recuerdo del holocausto, que si entras dentro sentirás casi asfixia (de hecho, es así cómo funcionaba esa instalación cuando había que recorrerla por dentro) y que al entrar allí sentías clavarse en tu nuca las miradas de todas las fotografías de fallecidos en campos de concentración nazis, la cosa cambiaba. No eran cajas apiladas. Era un atentado a la tranquilidad en la que creemos vivir y estar a salvo. Ya lo dice la propia profesora Cirlot en su libro: el eslogan “todo vale” hizo que se cayera en un peligro real en la posmodernidad del arte. Adelgazó las fronteras. Hubo tanta diversificación que resultó difícil establecer una pauta, diferenciar corrientes. A veces, ese mismo lema llevó a los artistas a pecar de falta de originalidad.
Y en esas cábalas me hallaba yo precisamente el otro día, paseando por el Thyssen, y contemplando un cuadro de Van Gogh, el cual me parece estéticamente precioso por su combinación de colores, la textura que se llega a percibir. Yo sí veía arte allí. Y decidí que al final la explicación era muy sencilla. Hay cosas que son innegablemente buenas. Porque hay una técnica depurada, un esfuerzo, como puedan ser los Velázquez, los Vermeer, etc. Porque hay una perfección objetiva. No hay un azar. Y en el arte contemporáneo sucede que una obra le puede llegar a uno, o no llegar. Es subjetiva, y muchas veces hasta un absurdo. Es algo que te remueve por dentro. Algo de lo que sigues hablando, o en lo que sigues pensando. Y no tiene por qué haberte generado buenas sensaciones. Goya no las generaba. Era una patada en mitad del alma (“esto es lo verdadero”, decía él), que no tiene por qué coincidir con lo que a uno le gusta mirar o admirar. Las venus de Tiziano son ensoñaciones. Los garrotazos de Goya, reales. Quizá lo peor que le podría suceder a una obra de arte es la indiferencia del espectador.
No digo que sea necesario leer este libro para entrar en una galería de arte moderno. Porque de lo que se trata aquí es de contemplar sin prejuicios y dejar que fluya. Lo que no llega por los sentidos, a veces puede llegar a ser comprendido si se sitúan en su preciso contexto. Entonces y sólo entonces —especialmente si lo desligas de las instituciones, siempre tan preocupadas por quedar bien y salir en las fotos, los poderes fácticos y monetarios que hay allí involucrados, creando un teatro más falso que los duros a tres pesetas de Josep Pla— puedes llegar a sentir, en algún momento, la magia de los neones de Merz. Las telas tristes y roídas del Arte Póvera de Italia. El baile que hay en las pinceladas de Sonia Delaunay. Los irresistibles colores vivos del Rothko, o la fuerza del «dripping» de Pollock. Puedes llegar a sentir la lluvia del Temps de pluja de Barceló.
Para todos aquellos que quieran saber más, entender el porqué de ciertas obras, acérquense a uno de esos informadores o guías de sala de museo (les aseguro que la mayoría de ellos lo están deseando). O háganse con este sencillo, más que interesante y práctico libro al que hago referencia. Especialmente para los estudiantes de arte resulta sencillamente imprescindible. Cirlot tenía, y tiene, el don de transmitir y hacer que lo que pasaba desapercibido pudiera ser valorado, observado y considerado con otros ojos. La mirada limpia, y libre, para no negar primero. Hablo de esa mirada que solo poseemos de niños y luego perdemos. Eso es lo que me enseñó esta carismática e inteligente profesora. Y esa capacidad que tenía como maestra está recogida en este libro. Incluso para alguien agnóstico como yo, que pone en duda y cuestiona una gran parte del arte realizado después de los fauvistas, se convirtió desde aquellos años universitarios en libro de cabecera.
Historia del Arte. Últimas tendencias
Lourdes Cirlot Valenzuela
Ed. Planeta, col. Historia Universal del Arte
Barcelona, 1994
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