No, no se me ha ido la pinza ni quiero hablar de políticos de moral dudosa, banqueros de honradez incierta o empresarios de corrupción más que conocida. El “Chanchullo” es uno de los nombres por los que se conoce en nuestro país uno de los juegos más antiguos que existen.
El jueguecillo en cuestión ha acumulado muchos nombres a lo largo de su dilatada existencia: dentro de nuestras fronteras se le llama también “Chanquete” o “Tablas Reales”; en Italia “Tavola Reale”; en Francia “TricTrac”; en Alemania “Puff” y en Gran Bretaña se le conoce por su nombre más popular: el Backgammon (ya se sabe, estos malditos ingleses siempre haciendo publicidad de su lengua).
Les supongo al tanto de las reglas: es un juego de recorrido por las casillas de un tablero, según lo que marquen los dados, al estilo del parchís. Cada uno de los dos jugadores sale de un extremo opuesto del tablero y avanzan para tratar de sacar sus fichas por el otro extremo. Las fichas enemigas pueden capturarse. Sí, otra vez como el parchís. Los estudiosos le encuentran semejanzas (y lo difícil sería no verlas) con el Juego Real del Ur babilónico o el Senet egipcio.
¿Y cuándo nace el “Chanchullo” (o Backgammon). Buena pregunta, ya que no tiene uno sino dos padres posibles. Y quizá sea hijo de ambos. Hasta puede que los dos sean uno solo. Déjenme que me explique:
Por un lado, en Grecia y sobre todo Roma existía un juego muy similar llamado “Ludus Duodecim Scriptorum” (juego de las doce líneas) al que todo el mundo llamaba “Tabula” por jugarse sobre un tablero de 24 casillas (y con 30 fichas y 3 dados, por si tienen interés). Un escritor tan serio como Suetonio lo cita en su Vidas de los doce Césares, explicando que el emperador Claudio era tan aficionado que llevaba siempre en su carroza imperial un juego para entretenerse, sobre todo en los viajes largos. Al parecer hasta escribió un pequeño tratado sobre el juego, que por desgracia no ha llegado hasta nuestros días. A su muerte, el poeta satírico Turmus (o Turmo, como prefieran) hasta llegó a ponerle en el Tártaro (el Infierno) jugando una partida eterna con un cubilete desfondado, por lo que nunca podría acabarla… En fin, ya se sabe, aduladores del poder actual y criticones de los muertos o los que ya no tienen poder los ha habido siempre.
Volviendo al Tabula, las legiones romanas extendieron el juego mientras conquistaban el mundo conocido, pues no sólo el emperador era un empedernido jugador: durante la República el juego había sido prohibido, ya que había una legión de auténticos adictos, que apostaban dinero (a veces fuertes sumas) en cada partida. La multa si pillaban a dos jugadores era tanta como cuatro veces lo apostado, así que si se jugaba sin apuestas es de suponer que no pasaba nada (aunque no pondría yo la mano en el fuego en cosas relacionadas con la ley romana).
Con el fin del Imperio el juego cae en desuso… y entonces los musulmanes traen de Asia un juego llamado “Nard”. Las reglas, componentes y tablero son muy similares a los del Tabula, excepto por el hecho de que se juega con dos dados en lugar de tres. En China se conoce como “T’shu-Pu”, y en Japón como “Sugoroku”. ¿Tenemos el Tabula con otro nombre? Algunos dicen que sí, otros que aunque las primeras referencias árabes al juego son del siglo IX, se llevaba jugando siglos antes, y que quizá los griegos lo aprendieran de los persas (mientras les conquistaban el imperio) y ellos se lo enseñaron a los romanos. La verdad, tanto monta que monta tanto, pero hay gente que se aburre mucho y discute por cualquier cosa.
Sea como fuere, durante el “intercambio cultural” (ejem) que supusieron las Cruzadas los hombres de armas europeos aprendieron de los musulmanes el “Nard” (en esa zona lo llamaban “Takht-nard” o “Tawla”). Piensen que era más sencillo de aprender y de jugar que el más señorial ajedrez, y además el factor azar de los dados daba una posibilidad de ganar aunque jugases a saco, sin pensar demasiado. Así que se hizo muy popular para distraer los ocios mientras asediaban (o eran asediados) en Jerusalén y alrededores. Encontramos una mención a este juego en The Codex Exoniensis (El Libro de Exeter), escrito en el siglo XI. Se hizo bastante popular en Inglaterra, donde lo jugaban tanto los nobles en sus palacios como los plebeyos en las tabernas… a menudo, cómo no, con apuestas (por lo que fue prohibido en los ambientes bajunos hasta el reinado de Isabel I Tudor, que argumentó que si no apostaban en ese juego lo harían en otra cosa, y que prohibir por prohibir como que es tontería). Por cierto, entonces al juego se le llamaba “Tables”. Lo del nombre actual procede de 1645, cuando se combinaron las palabras del inglés antiguo back (atrás) y gammen (juego). Las reglas tal y como las conocemos se escriben y publican en 1743. Agradézcanle la cortesía a un tal Edmond Hoyle (famoso por sus tratados sobre los juegos en general y cartas en particular, por si tienen interés)
Por cierto, y a modo de curiosidad: según cuenta José María Iribarren en su libro El porqué de los dichos (Ariel, 2013) la expresión “sacar de las casillas” procede de este juego. Ya saben, cuando una ficha “comía” a una rival y la sacaba fuera del tablero…
… es decir, de sus casillas.
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