El monarca de las sombras ha tenido una enorme repercusión periodística. Decenas de entrevistas se le han dedicado a Javier Cercas y su libro ha merecido numerosos comentarios, varios de inhabitual extensión. No hace falta ser aficionado a la literatura, basta con que el horizonte de curiosidad supere el conocimiento de las hazañas de Gran Hermano VIP para que cualquier español tenga básica noticia acerca de la novela, lo cual permite resumir en pocas palabras su contenido. El libro (¿novela, reportaje histórico, meditación autobiográfica?) cuenta la peripecia de Manuel Mena, tío abuelo de Cercas que se afilió a la Falange en Ibahernando, su pueblo natal y donde también nació el escritor, con diecisiete años y murió dos más tarde en la batalla del Ebro luchando en las filas franquistas. Jugando con el título de Isaac Rosa podría temerse que estamos ante otra maldita novela sobre nuestra última guerra civil. Pero no es así porque supera en su dimensión de artefacto literario y en su intencionalidad la rutina de este copioso subgénero narrativo.
Javier Cercas es un narrador muy consciente de la exigencia reflexiva a que obliga el arte de contar y tiene su propia teoría al respecto. Por analogía con un fenómeno de la visión, postulaba hace poco en un libro programático, El punto ciego (2016), que la novela plantea una pregunta que exige una respuesta, para la cual, sin embargo, no existe respuesta. «La respuesta es que no hay respuesta»: la respuesta es la búsqueda de la respuesta, la propia pregunta, el libro mismo. O sea, en este innovador planteamiento encontramos en primera instancia la novela de cómo se escribe una novela. En correspondencia con tal idea, El monarca de las sombras busca respuesta o respuestas a la confrontación social de 1936 contando el proceso de escritura del libro. Dicho proceso supone en su forma externa una investigación, la que llevan a cabo por partida doble el autor con su propio nombre y un narrador imaginario tanto acerca de las causas de aquella contienda como de sus efectos. La novela solapa la búsqueda con la propia respuesta.
La búsqueda adquiere muy seductores perfiles. Cercas viaja a su pueblo natal y habla con familiares suyos y con otros lugareños que guardan recuerdos de ayer, informa de la trayectoria de sus padres, emigrantes a Cataluña en la postguerra, incorpora a su mujer al relato, debate sus dudas acerca de escribir una novela sobre la guerra con el cineasta David Trueba, quien, a su vez le hace confidencias íntimas. También trata de sí mismo, de la mala conciencia que desde joven le ha perseguido por saberse heredero de los vencedores y de la necesidad, llegado a cierta altura de su vida, de afrontar ese legado, que hasta ahora solo conocía al modo de brumosa leyenda.
Esta materia envolvente posee atractivo anecdótico y calor emocional, con intensa carga afectiva, con proximidad comunicativa (el familiar Javi con que su madre interpela al autor), incluso dosis de sentimentalidad derivada de algunas descripciones paisajísticas que ponen un contrapunto lírico al puntillismo histórico y a cierta densidad informativa y especulativa. En suma, Cercas construye un ámbito narrativo en el que fluye una sustancia que nos agarra por la capacidad para recrear conflictos morales. Como ocurre en la novela tradicional, la de siempre. Solo que aquí el contenido no es imaginario sino de base real, una realidad compleja que participa del enmarañado juego entre la verdad y lo conjeturable. Para ello, para no simplificar la realidad, los capítulos de la novela alternan dos narradores (o dos puntos de vista). Uno es el propio Cercas, que aporta la visión subjetiva y mediatizada de los hechos. Otro es un narrador externo, un Cide Hamete Benengeli cervantino que, en papel de historiador, asegura su fidelidad a los sucesos y los reconstruye hasta donde le resulta posible con dedicación y exactitud de profesional.
Pero se trata solo de un legítimo señuelo, de la habilidad de un fabulador, a pesar de sus protestas de que no es un escritor, para meternos en una seria problemática de trascendencia histórica nacional. Que el libro no consiste en una narración solo amena e inquietante se observa desde la primera señal significativa de toda obra literaria, su título. Por su cubierta sabemos que nos encontramos ante una parábola, no difícil de descifrar para un lector común porque la propia narración la explica. En la Odisea, Aquiles, protagonista de la Ilíada, emblema del héroe entusiasta que muere por una causa ideal, visita en ultratumba a Ulises, símbolo del aventurero que ve recompensados sus afanes. Ulises le llama al mítico visitante «monarca de las sombras» y Aquiles protesta con una desmitificación absoluta de la heroicidad soñadora. «Más querría ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal, que reinar sobre todos los muertos que allá [en las luchas troyanas] fenecieron», le dice.
Este pasaje homérico sirve como un guante para establecer una alegoría con el tío abuelo de Cercas: Manuel Mena se inmoló al servicio de la sublevación militar contra la República por una causa, la falangista, y también por abnegación personal, para evitar que su hermano fuera enviado al frente. Combatió con arrojo en las unidades de vanguardia más peligrosas. Tuvo reconocimiento en su pueblo y, nuevo monarca de las sombras, fue un héroe para Blanca Mena, madre de Cercas, figura que se revela con importancia de verdadero protagonista y casi razón última de la escritura del libro. ¿Qué le hizo a aquel primer miembro con estudios universitarios de una familia de agricultores modestos de un pueblo pobre sumarse a un complot contrario a sus intereses y a los de su gente? El odio de la época, expone Cercas. Por ello se equivocó Mena. Para explicarlo, y para explicar la guerra, Cercas establece una delicada diferenciación entre razón política y razón moral. El tío abuelo del autor padeció hasta sus más graves consecuencias esa disyuntiva. Varios motivos le negaban la razón política: se sumó a una mala causa, la sublevación contra el gobierno legítimo, y se puso de parte de quienes defendían intereses de la oligarquía, que no eran los suyos de pequeño propietario rural, los cuales, en cambio, sí habrían defendido una República cercana a las clases populares. Sin embargo, le asistió la razón moral. Esta reside en la honestidad de su entrega idealista a una causa en la que creía, la del mensaje revolucionario de Falange, antiburgués y anticapitalista.
Ir a las raíces mismas de la guerra supone un ejercicio lacerante de la memoria histórica, más cuando implica al propio Cercas y afecta a su madre, a quien la escritura —y lectura— de la novela le ha de causar un serio conflicto al desvanecérsele el mito de Manuel-Aquiles. Algo sorprende que Cercas, que no ha mucho fustigó la mercantilización de la memoria histórica, se meta tan de lleno en tan espinoso jardín. Pero se entiende la rectificación porque con ella el escritor exorciza fantasmas de culpabilidad (su padre fue alcalde de Ibahernando tras la victoria franquista) y busca comprender las razones de una época que abarca toda la posguerra. La iluminación del pasado ayuda a entender el presente y, a la manera clásica de la novela histórica, a evitar que se repita. Siendo la historia, como querían los renacentistas y sostenía Pérez Galdós, magister vitae, El monarca de las sombras se proyecta hasta la actualidad. No es arqueología de la guerra civil sino interpretación de sucesos que han dejado un lastre traumático durante generaciones, todavía no superado.
Que así es lo demuestra la recepción de la novela, muy positiva respecto de sus tesis a favor de superar reduccionismos sectarios en un sector de la crítica y muy hostil por sus hipotéticas complacencias con los vencedores en otro. El historiador extremeño Francisco Espinosa, experto en el estudio de la represión franquista y de la memoria histórica, le ha dedicado un duro artículo con un título que lo dice todo: «Javier Cercas blanquea de nuevo el fascismo». Estos últimos escritos han aparecido en los nuevos medios digitales vinculados con el movimiento popular del 15M y con las organizaciones políticas que han asumido su representación. Cercas ha respondido con comprensible enojo en alguna entrevista que él de ninguna manera es un equidistante. Las reacciones antagónicas a la novela indican la pervivencia en nuestra sociedad de un fondo de confrontación social. Yo no creo que quepa sospechar en Cercas la menor condescendencia con el fascismo o el franquismo ni por su trayectoria ni por El monarca de las sombras. Solo aboga por comprender el pasado sin maniqueísmos. En la novela queda claro que hubo malvados en los dos bandos en litigio, al igual que también idealistas en ambos. Cercas desautoriza la razón política de aquellos y reconoce la razón moral de estos.
El monarca de las sombras no es una novela para leerse con frialdad e indiferencia. Toca fibras todavía muy sensibles de los españoles. Y su amplia sombra cobija un conflicto ideológico actual. Exige una lectura comprometida, casi reactiva. Cada cual tiene que dar su personal respuesta a la investigación que el autor realiza y que muestra en forma de reportaje. No es literatura para el entretenimiento, aunque la novela resulte bastante entretenida, salvo por esporádicos momentos algo reiterativos y desfallecientes. Cercas pertenece a la estirpe de los escritores que usan su arte para incitar a la reflexión. Escritores necesarios que aportan lucidez, inquietud o debate a la sociedad. Que se desmarcan del literato puro y asumen la función analítica del intelectual crítico. La escritura novelesca reciente de Cercas, desde Soldados de Salamina, afronta problemas colectivos importantes y vivos y alcanza un hito en esa dirección en El monarca de las sombras al llevar a cabo una indagación ética de las complejas raíces de la guerra.
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Autor: Javier Cercas. Título: El monarca de las sombras. Editorial: Random House. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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