Poema: De promesas que no fueron. Libro: Lás máscaras (2004). Editorial: DVD Ediciones
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CREO QUE SIGUE BAILANDO
Recuerdo bien aquel otoño en Angers (Francia). El frío. La noche que irrumpía pronto y se hacía con todo: de la luz al ánimo. Las horas de espera en cualquier terraza, con el cuaderno de escribir, con el día por delante. Solo como cuelgan los disfraces solos. Solo como el llamarse incluso Antonio. Ella ensayaba en el Centre National de Danse Contemporaine. Yo esperaba a que se hiciese oscuro para verla aparecer por el jardín destartalado de un caserón hecho a retales donde fundamos nuestra extrañeza por unos 20 días. Dos veinteañeros que casi no se conocían, pero habían decidido encontrarse en otoño en Angers, por prolongar lo inesperado de aquel verano.
Escribí en esos ratos algunos poemas de Las máscaras y corregí muchos otros. El ciclo estaba casi cerrado cuando llegué, haciendo escala en París. Tenía demasiado tiempo por delante. Estos versos, De promesas que no fueron los escribí en las dos o tres últimas tardes, cuando se había consumado el fracaso. El cariño inquebrantable y el fracaso. Dos vidas con brújulas distintas. Pero dos vidas que juntas sumaban una con la gracia impertinente de los veintipocos años. En esas semanas aprendí algunas cosas de danza que aún no he olvidado. Nombres de coreógrafos extraños. Músicas que no sabía. Disfruté de ensayos. Los vi sudar. Acariciarse las piernas para aliviar los calambres. Reír por un mal paso. Llorar. Aquel viaje abría mil promesas inciertas, casi las imponía. Así es el entusiasmo. Pero al final nosotros dos éramos “la desnuda alfarería de unas sombras”. El poema fue el modo de asumir que hay exploraciones que si quedan fijadas en la mucosa de la memoria es porque nunca deben ser descifradas del todo. Así sucedió con nosotros.
Duró más el poema que el desconcierto. Es más, leído ahora, después de tantos años, el poema tiene más sentido que la aventura. Es lo extraordinario de la poesía: dispensar con la potencia de una evocación sentidos nuevos e inéditos de un momento, de un paisaje, de un nombre, de un daño, de una fiesta, de un resplandor. Hay poemas que han durado más que los países en que fueron escritos. Puede que aquel fuese el primer mejor octubre de mi vida. El más consciente de lo que era tener un mundo con secreto, con incendio, con desquicie. El primero que ofreció algo inesperado que se convirtió en motor de explosión de cualquier movimiento, de cualquier motivo.
Me gustó escribir este poema. Mejor: me gustó leerlo de vuelta en el tren a Madrid, ya sólo mío. Trabajarlo levemente. Sumarlo al conjunto del libro nuevo, Las máscaras, donde buscaba un quiebro en la voz de los dos libros de antes, un riel con el que escapar del cerco de la sucesión de imágenes atronadoras. En esos textos estaba el principio de un paso más, el momento de abandonar algunas lecturas asumidas para huronear en otras aún no estrenadas. De amansar la emoción con un relente de idea. El discurso estallante aplacarlo con un pensar hacia dónde, y para qué.
Lo cierto es que nadie se despidió de nadie en el andén. La última mañana sucedió con la naturalidad del que echa un cacillo de agua a una lumbre de promesas. Dudo si hubo algo más que un “buen viaje”. Nos hemos vuelto a ver dos o tres veces desde aquel 2002, siempre en estaciones de paso. Siempre al azar. Siempre extraño. Con la certeza de que nuestra impaciencia ya nunca será una fortaleza. Creo que sigue bailando.
DE PROMESAS QUE NO FUERON
De aquello cuanto hicimos embriaguez y triunfo
apenas una huella de costumbre queda.
Insólito era el tiempo,
tan violento el vaivén de pensar el futuro
que miedo daba ver su lumbre en promesas.
Hasta nosotros vino la descalza tormenta,
el marfil malogrado del cielo en otoño,
el envés de la luz, esa piedra tan larga,
donde olvida el amor su párvula muerta.
Allá la impaciencia era una fortaleza,
un pie de bailarina,
y en la misa del mar, hace ahora tres años,
se frotaban los pechos, casi templos de gloria.
He aquí mi juventud y lo que resta,
mi infancia de búhos, mi memoria de lunas,
tu palabra encalada, mi nostalgia de todo.
Quisimos que así fuera.
La distancia es una yegua con venas de árbol mudo.
Hoy la Historia se escribe con iniciales oscuras,
No volverá a nosotros la métrica del rayo,
su aguja de alegría,
ni agosto disfrazado de sexo o de pureza,
ni todo lo que estuvo,
ni aquello que antes fue causa de vida:
ya tan sólo ofreces un latido balbuciente,
un tintero de sangre sin aurora,
apenas una huella de costumbre queda:
la desnuda alfarería de unas sombras.
De promesas que no fueron es uno de los poemas de Antonio Lucas incluido en Fuera de sitio. Poesía (1995-2015). Editorial: Visor. Páginas: 368. Edición: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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