El maestro Mario Vargas Llosa publicó en 1971 un opúsculo titulado Historia secreta de una novela, donde contaba cómo escribió su novela La casa verde. No puedo evitar recordar aquella lectura apasionante al comenzar a escribir estas líneas acerca de cómo escribí mi novela Madagascar (Anorak Ediciones, 2017).
Todo empezó una tarde del verano de 2016 en que acudí a visitar a mis padres. Hacía calor en Zaragoza, las persianas del comedor estaban bajadas, zumbaba el aire acondicionado. Yo me acerqué a las estanterías y cogí al azar un tomo de la enciclopedia geográfica Conocer el mundo, editada por Salvat en 1976. Es una costumbre que tengo desde mi infancia. Cuando era niño solía hojear todas esas enciclopedias que nuestros padres compraban por fascículos, cuyos lomos dorados adornaban los salones. Por aquel entonces eran para mí una ventana al mundo, a las artes, a las ciencias. Con el paso del tiempo, conforme han ido quedando desfasadas y las ha sustituido internet, he advertido que esas enciclopedias se convirtieron en mi imaginario.
Aquella tarde del verano de 2016 abrí el tomo de Conocer el mundo sobre los estados meridionales de África, por el breve capítulo de unas diez páginas dedicado a la “República Socialista de Madagascar”. En 1976, el capitán de fragata Didier Ratsiraka acababa de dar un golpe de estado al frente de un directorio militar y promulgado la “Carta de la Revolución Socialista”. Ratsiraka vestía trajes de Pierre Cardin, vivía en un palacio estilo Luis XIII y jugaba al golf. Madagascar estaba repleto de agentes de la CIA y del KGB. Unos conspiraban para derrocar a Ratsiraka; otros para mantenerlo en el poder.
De pronto advertí que en aquellas diez páginas de Conocer el mundo había una novela de espías, una novela de aventuras. Decidí escribirla. El protagonista sería un biólogo y periodista español que viaja a Madagascar en los años setenta. Antes había tratado de quedarse de profesor en la universidad, pero la plaza no salió. Acaba de perder su empleo en una revista de ecología, su novia lo ha dejado. Nada le ata a España, de modo que coge todos sus ahorros, su cámara Nikon F3, un bolígrafo Parker y unas libretas y decide marcharse a Madagascar. El país siempre le ha atraído, aunque apenas sabe nada de él. Su objetivo es visitar parques nacionales, fotografiar a esos monos misteriosos llamados lémures. Sueña con vender sus fotografías a National Geographic, con convertirse en un famoso periodista de naturaleza. En la praxis de sus sueños le ocurrirán aventuras sin cuento.
Pero cuando comienzan a narrarse las aventuras del protagonista, el novelista —mi alter ego— irrumpe en el relato para contar cómo va escribiendo la novela. Crea, de este modo, una trama paralela, una pequeña novela dentro de la novela. El novelista confiesa ser un impostor: él nunca ha estado en Madagascar, ni siquiera ha buscado fuentes documentales más allá de la enciclopedia, porque cuando lo hace se da cuenta de que la poesía de ese mundo desaparecido de la Guerra Fría desaparece.
Por otra parte, ¿qué más da ser un impostor si el lector cree en nuestras ficciones? —se pregunta el novelista— ¿Acaso Verne recorrió el mundo en ochenta días? ¿Acaso Salgari estuvo en Malasia? ¿Acaso Karl May conoció a los indios norteamericanos?
De este modo, Madagascar, tal como afirma mi amigo el escritor Joaquín Berges, es una novela, pero también su “making of”. Cuando la escribí tuve como referentes a los autores citados, cuyas lecturas llenaron mi infancia. También me serví de Le Carré y de Simenon. Por último, me influyeron Albert Camus, Lawrence Durrell, Paul Bowles, Walter Benjamin.
Quienes se han adentrado en las páginas de Madagascar me cuentan que es una novela de lectura sencilla, se la terminan en una tarde, o en una noche, o en varios días. Pero, al mismo tiempo, perciben vacíos, faltas de información que la convierten en una novela misteriosa. Eso es lo que yo pretendía. Coincido con Borges en que la complejidad de una obra literaria debe estar más en el fondo que en la forma. En apariencia, solo en apariencia, un relato debe ser sencillo.
La novela incorpora fotografías de la enciclopedia de los años setenta. Al comienzo cito a Luciano, clásico latino del siglo II d.C. En su famosa obra Relatos verídicos afirma: “Al menos diré una verdad al confesar que miento».
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Autor: Ricardo Lladosa. Título: Madagascar. Editorial: Anorak Ediciones. Venta: Amazon y Casa del libro
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