En el verano de 2024 leí mi primera novela china: Más duro que el agua (2001), de Yan Lianke. Había leído, hasta entonces, bastante narrativa japonesa, pero no china, y la nueva experiencia me resultó gratificante. Al sentir este reciente interés por la literatura china, me había fijado también en Can Xue (Changsha, 1953), una autora de la que la editorial extremeña Aristas Martínez tiene publicadas dos antologías de sus relatos: Hojas rojas (2022) y Al otro lado (2024). Traducidas al español, también existen dos novelas de Can Xue: La frontera y Nubes flotantes ya envejecidas, en la editorial Hermida. En septiembre estuve buscando información sobre los candidatos más firmes para ganar el premio Nobel de Literatura en 2024 y uno de los nombres que aparecía con más fuerza era el de Can Xue. Entonces, decidí solicitarle los dos libros de relatos a Aristas Martínez para poder leerlos y reseñarlos. La editorial, amablemente, me los envió.
Hojas rojas consta de ocho relatos y está traducido por Belén Cuadra, la misma traductora de Duro como el agua, de Yan Lianke. Su trabajo en esta novela me pareció excelente, así que imaginaba (con razón) que su trabajo en Hojas rojas también sería muy bueno.
Forasteros es el primer relato. En él conoceremos a Juhua, una niña que al despertarse por la mañana en su cama siente frío, como si el viento del exterior se colase por debajo de su edredón. A partir de aquí —y hablo tanto del relato como del libro en general— una sensación de desasosiego acompañará al lector. Juhua decide visitar el cementerio del pueblo cercano y, en su caminar hacia allí, se va disolviendo el realismo en el que, durante las primeras páginas, pese a la sensación de extrañeza, parecía transcurrir la historia. Un pequeño animal sin identificar se unirá a la niña en el cementerio y desaparecerá también, como si se volatilizara. Será muy frecuente en todos los relatos de Xue que aparezcan y desaparezcan personajes secundarios que acompañaban al personaje principal, con esa falta de lógica propia de los sueños. De hecho, un aire onírico, de amenaza continua y saltos de lógica narrativa, propia de los sueños —o más bien de las pesadillas— suele caracterizar la composición de estos relatos. También recorrerán el cuento fogonazos poéticos, normalmente en torno a la naturaleza.
Confesiones de un sauce es el segundo relato y, para mí, uno de los mejores de las dos antologías (al escribir esta reseña casi he acabado también de leer Al otro lado). La voz narrativa es la de un sauce que se va secando en un jardín. Un jardinero humano ha dejado de regarlo, y él desconoce el motivo. «No me explico por qué decidió el jardinero cortarme el suministro de agua» (pág. 43).
En la contraportada del libro se habla de las influencias de Can Xue: Kafka y Borges. Lo cierto es que yo he sentido en los cuentos de las dos antologías (y en especial en cuentos como Confesiones de un sauce) sobre todo la influencia de Kafka. Confesiones de un sauce parece estar escrito bajo la lectura de relatos como Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones, donde se personifica a los animales. Todos sabemos que Kafka, en muchas de sus narraciones, escribe sobre el Dios del Antiguo Testamento, ese Dios lejano e incomprensible que rige el destino de las personas. En este relato de Can Xue, ese Dios lejano sería el jardinero para el sauce, un Dios del que depende para subsistir, y que no sabe por qué le ha abandonado. «Creí comprender de veras que nunca llegaría a lograr la tranquilidad y la felicidad que todo el mundo ansía y que, por lo tanto, debía aprender a sentir cierta alegría en mitad de la sed, la ansiedad y el dolor», leemos en la página 50.
En El delito un padre deja a su hija una extraña herencia: una caja sin llave, que cuando se agita parece sugerir que su interior guarda objetos cambiantes. Una prima de la protagonista, con la que tiene una relación difusa, empieza a vivir temporalmente en la casa. ¿Querrá, quizás, apropiarse de la caja? Este es un relato misterioso, con una desasosegante lógica propia.
Hojas rojas es otro de los cuentos que más me ha gustado de los que llevo leídos de Can Xue. El profesor Gu se encuentra en la cama de un hospital. Mientras limpian la habitación, él piensa en las hojas rojas que podía encontrar junto a su casa, unas hojas rojas que acabarán apareciendo en la habitación del hospital, cuando la frontera entre lo real y lo imaginado empiece a disolverse. Una amenaza parece cernirse sobre el profesor Gu: siente la presencia en el hospital de unos hombres gato. Tratará de encontrarlos y se topará con un exalumno, que el lector intuirá que está muerto y que, por tanto, se está empezando a diluir para el profesor Gu la frontera entre la vida y la muerte.
En más de una ocasión, leyendo estos relatos, y sobre todo en algunos, como en este de Hojas rojas, he sentido que existía una conexión entre la obra de Can Xue y la de autores latinoamericanos como Mario Levrero y César Aira, también lectores de Kafka.
Movimiento vertical empieza con la siguiente frase: «Somos unos animalillos que habitan la tierra negra del subsuelo del desierto». También tiene un aire muy kafkiano. En este caso me ha recordado, sobre todo, al relato de Kafka El refugio, también sobre un ser que vivía en el subsuelo. Tengo la sensación de que cuando los cuentos están protagonizados por plantas o animales, Can Xue se muestra más contenida que cuando los protagonistas son humanos, relatos en los que a veces, según nos acercamos al final, el surrealismo, el aire onírico y la incomprensión tienden a monopolizar la narración.
En La cabaña del monte ocurre lo que apuntaba antes, que Can Xue se desborda al mostrar la extrañeza de lo contado. Una mujer ordena los cajones de su casa, de un modo obsesivo, y sabe que en una caseta, detrás de su casa, hay una persona encerrada. Viento, lobos, ratas, ladrones… diversos miedos acosan a nuestra protagonista. En algún momento, este cuento me ha llegado a recordar a esos cuentos que muestran relaciones familiares enfermizas que escribe Mariana Enríquez en libros como Un lugar soleado para gente sombría. La cabaña del monte tiene menos páginas que otros cuentos del conjunto y me he conectado menos con él, aunque es uno de los cuentos más famosos de la autora.
Los hombres sombra nos habla de un viaje; ya avanzado el relato conoceremos el porqué: «Recordé el motivo que me había llevado hasta aquel lugar. Alguien me había robado el tesoro familiar: un valioso tintero de piedra». El protagonista se adentrará en una ciudad, o más bien en un mundo —el mundo de los «hombres sombra»— regido por unas leyes que no acaba de comprender. De este modo, puede resultar acogido en una casa o expulsado. De nuevo, aparecen aquí muchos errores de percepción de la realidad del personaje. Y, de nuevo, he sentido detrás de este cuento el pulso de Kafka, de algunas páginas de El desaparecido o El castillo, por ejemplo.
Conviviendo con humanos cierra esta antología de cuentos. Aquí el protagonista es una urraca macho de mediana edad. Como ya he apuntado, al ser un animal el protagonista, parece que Can Xue controla más su narración y acota mejor los límites en los que se va a mover que en los cuentos protagonizados por humanos. De nuevo, el terror para la colonia de urracas partirá de los humanos, de un niño que ataca sus nidos con un tirachinas y, principalmente, de la bedel de un colegio cercano. La bedel tiene una función narrativa similar a la del jardinero de Confesiones de un sauce. «Imposible adivinar lo que les pasa por la cabeza a los humanos, ¿verdad?», dirá la pareja del protagonista en la página 157.
En un artículo de José de Monfort, publicado en The Objective, leo que las influencias principales de Can Xue son Kafka, Borges, Calvino y Beckett. Diría que yo, principalmente, he visto en los cuentos de Xue la influencia de Kafka, si bien es cierto que el cuento Movimiento vertical nos puede hacer pensar en el Samuel Beckett de libros como Compañía; pero, al fin y al cabo, esta última historia es una reescritura de El refugio, de Kafka, fuente de la que también mana el relato de Can Xue.
También he sentido en los cuentos de Can Xue la confluencia con las voces de otros descendientes de Franz Kafka, como son César Aira y Mario Levrero. Dudo de que Can Xue haya podido leer a Aira o Levrero, y sobre todo a Levrero (con quien encuentro en la obra de Can Xue bastantes paralelismos), pero sí considero que ambos escritores, partiendo de una influencia común, han llegado a lugares oníricos, angustiosos, pesadillescos y líricos, que guardan relación.
Me hubiera gustado que el libro incluyera un prólogo, que indicara, por ejemplo, en qué año se publicaron originalmente los cuentos, o más notas explicativas sobre su contexto, pero lo cierto es que los cuentos se sostienen por sí solos.
Ha sido una grata sorpresa acercarme a este libro de cuentos de Can Xue. Hojas rojas contiene páginas valiosas, en el contexto de la literatura actual. La obra de Can Xue ha sido traducida a veinte idiomas y es una firme candidata a ganar el premio Nobel. Al final, el Premio Nobel de Literatura de 2024 ha sido para la coreana Han Kang; en cualquier caso, Can Xue será una gran premiada si la academia sueca decide concederle el galardón algún otro año.
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