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Hola, ¿cómo están?

Hola, ¿cómo están?

Así, con fórmula tan poco ceremoniosa, «Hola, ¿cómo están?», arranca cada entrega en el canal de YouTube de Jaime Bayly. La puesta en escena está igualmente desprovista de solemnidad, desarrollándose con minimalismo espartano: vestido con elegancia informal —casual, en el usual anglicismo—, en una esquina de un salón que podría ser cualquier salón, con sus cortinas color crema y color canela, su plantita como de sala de espera del reumatólogo. ¿Qué decir de los sombreros? Cada día un sombrero. Un panamá, un cowboy, un turbante de turista en el desierto de Dubái, una gorra de béisbol con su cocodrilo, un gorro de lana de rapero de Atlanta, un bombín. En lugar protagonista, unas cejas leoninas, montaraces, rabiosas.

Bayly viaja por el mundo. Cuando no está en su casa de Key Biscayne, en Miami, nos habla desde Berlín, Londres, París, Lima, Bahamas, Colorado, República Dominicana, Madrid, pero en los hoteles se las apaña para que la esquina sea lo más parecida posible a su esquina, como si de una franquicia multinacional se tratara. Cuando se decide a salir de la habitación, nos pone los dientes largos con un jardín primoroso o una playa de agua turquesa.

"Sabemos, sin necesidad de abrir ninguno de sus libros, que en esas historias de su canal, con tan cremosa textura, están decantadas sus mejores habilidades narrativas"

¿Qué tiene el canalito de Bayly para haber conquistado en poco tiempo, con un vídeo diario de unos pocos minutos, la atención y, sobre todo, el corazón de cientos de miles de seguidores? En primer lugar, la forma. Bayly es un orador peculiar, pues la voz y el tono suenan amodorrantes, pero tienen fuerza hipnótica. Las ondulaciones, sazonadas con el sedoso acento peruano, acarician el oído. El énfasis está siempre en su justo punto, ni altisonante ni postizo. De tanto en tanto y a modo de pausa, una sonrisa sardónica, estoica, propia de quien mucho ha visto y mucho ha sufrido, de quien sabe que, a la postre, él también es un perdedor. Y un traguito al ginger ale. Temo que la magia del Bayly orador juegue contra su ambición literaria, pues la mayoría de espectadores de su canal no hemos leído ningún libro suyo, y no sé yo si tenemos intención, porque lo que queremos es que nos hable, queremos escucharle. Sabemos, sin necesidad de abrir ninguno de sus libros, que en esas historias de su canal, con tan cremosa textura, están decantadas sus mejores habilidades narrativas.

¿Y de qué nos habla Bayly? Confieso una cierta irritación al comienzo: ¡este hombre solo habla de sí mismo! Temía que la fascinación que ejercía sobre mí la performance me hubiera engatusado, incitándome al aplauso pronto ante un discurso vacuo. Ciertamente, a menudo muestra eso que algún pedante llamaría “un compromiso con la actualidad”, pero tiene que liarse una muy gorda: un libertario que se hace con la presidencia de un país, un disparo a un candidato presidencial en Estados Unidos, el fraude cínico y criminal en las elecciones venezolanas… En Bayly late la pulsión política, con la ventaja de estar ideológicamente en el lado correcto de la historia. Pero se le nota demasiado que, una suerte de Oscar Wilde hispanoamericano, le gusta más hablar de sí mismo. Porque ha tenido una vida apasionante, de esas que seduce oír, pero que duele vivir. Millonario antes de llegar a los treinta años, ha sufrido tanto que no sabe uno si envidiarlo o compadecerlo. Al fin lo comprendí: ¿por qué va a hablar de otras cosas si su vida, la pasada y la presente, es lo más interesante que tiene para contar? Como con la mayoría de gente, vaya, solo que su vida es interesante de verdad. Desprecia a esos entrevistados que, llegadas las preguntas personales, se escudan en la ingrata y pusilánime trinchera: «de mi vida privada no hablo».

"Él mismo confiesa que aburría hasta el bostezo a los pocos alumnos a los que durante un breve tiempo intentó enseñar literatura hispanoamericana en la Universidad de Georgetown"

El canal de YouTube de Jaime Bayly es la muestra plástica y paradigmática de ese rasgo de nuestros días que es la renuncia voluntaria a la intimidad. El uso masivo de las redes sociales ha hecho de la privacidad un atributo obsoleto, como las enciclopedias en tomos. ¿Por qué dejar que la penumbra se enseñoree de alguna parcela de nuestras vidas? Hágase la luz, sobre lo glamuroso y sobre lo sórdido. ¿O no es una de sus entregas estelares, acaso, aquella en la que cuenta sus flatulencias en un avión, que hubo de comerse la mismísima Shakira? ¿O no lo es cuando nos cuenta, frente a su mujer, que Shakira, la apestada por él mismo, es su fantasía sexual? Sí, hágase la luz en todos los rincones, también cuando nos tiramos pedos, cuando nos hacemos pajas, cuando comemos como osos, cuando nos peleamos con nuestros hermanos. Esta es la consigna de los tiempos, contar todo, porque contar solo una parte es decir una media verdad: y eso es mentir.

Pero este hombre es escritor, algo tendrá que decir de literatura, ¿no? Él mismo confiesa que aburría hasta el bostezo a los pocos alumnos a los que durante un breve tiempo intentó enseñar literatura hispanoamericana en la Universidad de Georgetown. Me lo creo. Demasiado impetuoso para ofrecer análisis académicos. Demasiado inquieto para acomodarse en el encomio a las grandes obras; él mismo lo confiesa a propósito de Las cartas del boom: «Leí las cartas de Fuentes a Cortázar, de Cortázar a Fuentes y de Fuentes a Vargas Llosa y de Vargas Llosa a Fuentes, pero me aburrí soberanamente. Me pareció plúmbeo el libro, la verdad. Porque las cartas son todas iguales, es un escritor diciéndole a otro “qué genio eres”, “qué obra maestra capital es tu novela”, y en correspondencia o reciprocidad, ese escritor glorificado le dice al otro “qué genio eres”, “has escrito una obra cumbre en la literatura en español, una obra maestra”. Demasiado ditirambo. Demasiadas loas. Demasiadas alabanzas que iban y venían. La verdad es que es un coñazo el libro. A mí me gusta la literatura, los libros afiebrados, los libros revoltosos, que están vivos, que huelen, que sudan, que apestan, que follan, que se drogan».

Y lo que vale para los libros vale para los canales de YouTube.

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