Regresaba del club de lectura que dirijo, cuando me vino el recuerdo de los muchos artículos que he leído en las últimas semanas sobre este tema, el de los clubs de lectura (o clubes, que también esto ha dado para debatir). Demasiado pontífice sobre por qué lee cada uno, sobre por qué es mejor leer en soledad o en compañía, sobre el sentido de comentar lo que se lee, sobre si es reprobable que las librerías utilicen los clubs para vender libros, sobre por qué hay más mujeres que hombres… Habría dado para un doctorado sobre el tema si no fuera porque se fundamentaría en apreciaciones subjetivas de unos y otras, que parece que leen la mente o tienen una bola de cristal.
Efectivamente, leer es una actividad solitaria, aunque también se hace en familia. Como ver una película o una serie. Y cuantos de nosotros comentamos estas antes, durante y después de verlas. Lo mismo pasa con los libros.
Durante años he asistido a clubs de lectura invitada como autora. Siempre fue una experiencia enriquecedora, de las mejores que recuerdo en este mundo a veces ingrato. Te encuentras con un grupo de personas que te reciben con entusiasmo, a veces percibes un atisbo de emoción en alguna mirada. Ya te han leído, intuyes que les ha gustado, al menos a la mayoría, o no te habrían convocado. Igual hay algún lector escéptico, a contracorriente, que te mira como diciendo «yo no te lo voy a poner tan fácil», y se queda en un acicate estupendo para darle más salsa a la tarde. Gente generosa que te ofrece lo mejor que tiene, su pasión por la lectura y a veces hasta una merienda casera. Cariño y criterio, eso he encontrado siempre.
De su mano descubrí aspectos de mis libros en los que no había reparado —sé que es un tópico del que alguno se ríe, pero es cierto: pasa—, me ha ayudado a organizar mis ideas a la hora de escribir, a enfocar mejor las nuevas obras… Y, por qué no, me han hecho sentir bien. Me transmitieron una conexión muy gratificante que, en definitiva, es lo que como escritora busco: conectar con los lectores, provocar emoción al otro lado. Y comprobarlo de primera mano es un privilegio. No sufres la presión de las presentaciones —¿se llenará? ¿gustará lo que cuente? ¿se venderá la novela?—, ni de las ferias, de las que ya hablé aquí. Puedes relajarte y disfrutar de la experiencia.
En muchos de estos clubs me he encontrado con personas que afirmaban que, hasta que se apuntaron, tenían abandonada la lectura. Leer es una actividad que necesita afición, ganas, tiempo y fuerza de voluntad. Es tan fácil tirarse en un sofá, darle al botón y dejar que te lo den todo hecho… La tentación es grande. Y pertenecer a un grupo de lectura puede ser el empujón, el acicate, para retomarla o incluso para iniciarte en ella. ¿Algún problema en que sea así?
También parece pecado mortal que las librerías organicen encuentros de este tipo para vender libros. Imagino que deberían promover torneos de petanca. O sentarse a esperar a que suene la campanita de la puerta. Y, mientras, nos rasgamos las vestiduras cuando se anuncia un nuevo cierre. Claro que quieren vender libros, y generar nuevos lectores que a su vez compren más libros. ¿Por amor a la literatura? ¿Para sobrevivir? ¿Para hacerse ricos? Lo último es broma, no conozco a ningún librero que se haya hecho rico vendiendo libros. Pero, ¿qué más da? Tan lícito me parece querer promover la lectura como confiar en que su actividad les permita poner un plato caliente en la mesa, pagar la hipoteca, disfrutar de unas vacaciones… Al final las dos cosas van cogidas de la mano.
Hasta hace poco más de un año no era miembro formal de ninguno. Con lo que me gusta comentar libros, nunca se me ocurrió, como si por escribir y publicar solo pudiera estar al otro lado.
Seguía la actividad del club de un grupo de amigos en el que habían leído y comentado mis novelas, de hecho, por ahí vino la amistad. Y leía sus comentarios en Instagram sobre el libro elegido, veía las fotos con el autor, y pensaba cuánto me habría gustado poder preguntarle algunas cosas o escuchar los comentarios del grupo sobre esa novela. Uno de esos días en que me quedé con los dientes largos, pensé, ¿y, por qué no? Así aterricé en Plumas&Cubiertos. No sé si por ello he perdido personalidad lectora, criterio, muestro padecer alguna carencia o soy un borrego, pero leo más, abro mi campo a lecturas que de no estar en el grupo no hubiera leído y disfruto de otros aspectos. Hasta este debate, daba por hecho que eran algo indiscutiblemente bueno y no me había preguntado si éramos más mujeres que hombres —el origen de tanta polémica—. Para saberlo he tenido que mirar el grupo de wasap, señal de que la proporción no era algo llamativo. Lo que sí tenía claro es que opinaban e intervenían sin problema.
Casi por las mismas fechas me propusieron desde la AECC de Valencia, donde colaboro como voluntaria, lanzar un taller de lectura como nueva actividad. Empezamos bajo mínimos, apenas cuatro lectoras y yo como coordinadora. Es un club algo especial, lo integran personas afectadas por el cáncer y voluntarios de la asociación. Los participantes no siempre tienen una capacidad de concentración óptima o ganas de leer, a algunos les cuesta, y sin embargo es increíble la pasión y las ganas que ponen durante la casi hora y media que compartimos cada quince días. De las cuatro que empezamos —todas mujeres al principio—, hemos pasado a 28, aunque la cifra fluctúa. Los hombres, aunque en minoría, son participativos, ocurrentes, incisivos… Como ellas. Cada persona tiene su impronta, no hay dos iguales y eso se nota en el club y lo enriquece, independientemente de su sexo. Allí todo el mundo interviene, aporta, cada uno a su manera, con su estilo; nadie juzga. Se ha convertido en un rato maravilloso en el que todo se olvida salvo los personajes y la historia que nos ocupa. Libros cortos, ligeros, entretenidos y buenos, esa es la premisa. Y que estén en bibliotecas para facilitar el acceso, por si a alguien se le hace cuesta arriba adquirirlos. A veces se ha colado uno más largo, cuando nos ha pillado vacaciones por medio. Las lecturas seleccionadas no han agradado a todos por igual y así lo han expresado, pero han disfrutado de ese rato de intercambio de opiniones. Distracción y cultura.
Son dos ejemplos, pero hay miles y cada uno es distinto. Ninguno de estos dos clubs cuadra con nada de lo que he leído, por ejemplo, en el artículo de mi admirado Alberto Olmos, a quien leo y sigo desde hace tiempo. No dependen de ninguna librería, ni están centrados en ningún género en concreto, se comentan libros variados y todo el mundo participa de forma voluntaria, sin obligación de leer el libro. A nadie le obligan a leer todos los libros propuestos y cada uno consigue el libro como quiere: lo compra en su librería habitual o en digital en alguna web, lo sacan de la biblioteca, se lo prestan…
No sé si con el artículo se pretendía generar polémica; echar pan a los patos, como decía Pérez Reverte cuando abría el bar de Lola. Al columnista se le da bien ir contracorriente. No sé si esa aversión a los clubes de lectura llega también a los que quieran comentar algún título suyo, imagino que sí porque lo tengo por persona coherente. No sabe lo que se pierde. Y, probablemente, nos perdemos.
Tampoco encajan en el artículo que desató este debate, el de Ana Ribera García-Rubio. En él se reproducía una frase atribuida a Margaret Atwood: «Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos y nosotras de que ellos nos maten». No tenía conocimiento de esta sentencia, e ignoro en qué contexto pudo afirmarse tal cosa, pero dudo que sea en este ámbito. Meterla en este contexto es otra suerte de provocación. En los que yo he participado, ni miedo al ridículo ni miedo a nadie, fueran hombres o mujeres en una u otra proporción.
Juicios por doquier, suposiciones, presunciones… No sé si también fue una provocación, a ver si alguno de los amigos con los que habló se anima a probar la experiencia, pero dudo que sea el camino.
Conclusión, la mía al menos: que cada uno lea como quiera, cuando quiera, lo que quiera, que bastante poco se lee como para meterle connotaciones negativas a según qué forma de leer. Y, a los que nunca han participado en un club y creen que podría gustarles, que prueben. Hay muchos y variados donde elegir. Pero obligación, ninguna.
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Muy interesante artículo que me lleva a leer los otros que su autora ha ido publicando en Zendalibros (si bien no comparto su ad
miración por ese bluff llamado Alberto Olmos): no sé qué hice que me quedó fuera el final del comentario; me estuvo bien, por cuestionar la obra y figura del insigne autor…
Muchas gracias. A veces admiramos aunque no estemos de acuerdo. Paradojas