El vínculo de México con el exilio republicano español no pasa por la epopeya, sino por el corazón. Ese es el principal argumento del libro La República española en un pañuelo (Seminario de Cultura Mexicana), en el que la gran narradora que es Silvia Molina (1946) comparte sus recuerdos de infancia y la amistad que tuvieron sus padres, Héctor Pérez Martínez y María Celis Campos, con muchos españoles exiliados en México, mostrando la dimensión más íntima, cálida y personal de personajes como los poetas León Felipe y Juan Rejano, el escritor Francisco Giner, los pintores José Moreno Villa y Miguel Prieto o el editor Joaquín Díez-Canedo, quienes eran una presencia cotidiana en la casa familiar y a los que entrelazó el amor y la gratitud más allá de las profesiones, la política o el prestigio. Molina, una de las más versátiles escritoras mexicanas —autora de novelas, cuentos, ensayos, crítica literaria, teatro, crónica y literatura infantil, entre cuyos títulos destacan La mañana debe seguir gris, Mi familia y la Bella Durmiente cien años después, El amor que me juraste o Quiero ser la que seré—, ha sabido unir con maestría memoria y ficción para dar vida a historias poco conocidas a partir de las decenas de cartas que conservaba de sus padres y las conversaciones con su madre, sus hermanos, sus tías y los amigos de la familia que visitaban su casa de manera cotidiana. La República española en un pañuelo es el tercer título que dedica a sus recuerdos familiares. El primero fue La mañana debe seguir gris (Premio Xavier Villaurrutia 1977), el cual aborda su amor juvenil por el poeta tabasqueño José Carlos Becerra, quien murió en 1970 en un accidente automovilístico en Italia. El segundo fue Imagen de Héctor (1990), en el que evoca a su padre, quien falleció cuando ella tenía apenas dos años. Ahora, después de poner estos “recuerdos vitales” en un pañuelo, como dice la propia Molina, ha comenzado a trabajar en una novela que se titulará La huida del peregrino, en la que recrea la vida de su tío Rafael Sánchez de Ocaña, un español que llegó a México en 1931, compañero de Ortega y Gasset y perteneciente a la Generación de 1914, quien se casó con la hermana de su madre. Con esta obra, Silvia Molina cerrará el ciclo de memorias que ha dedicado a aportar una mirada emocional a la gran historia del exilio republicano español. Fetén.
LA TERGIVERSACIÓN DE LA HISTORIA
Me cuentan que el arqueólogo y antropólogo Eduardo Matos Moctezuma (1940), una de las máximas autoridades en historia del mundo precolombino, ha declinado la invitación que le hizo el gobierno mexicano para participar en las actividades académicas que con bombo y platillo se están organizando para conmemorar los setecientos años de la fundación de Tenochtitlán (hoy Ciudad de México). Tampoco ha querido formar parte de la pachanga onomástica por los quinientos años de la caída del imperio azteca ni por los doscientos años de la consumación de la Independencia de México. La razón de mayor peso, ha dicho el maestro Matos —autor de obras capitales para entender la cultura azteca como Muerte a filo de obsidiana, Vida y muerte en el Templo Mayor, Teotihuacán: La metrópoli de los dioses o Los aztecas— es que, en una maniobra que más bien parece una burda manipulación para hacer coincidir fechas y festejos, los organizadores están partiendo de que la fundación de Tenochtitlán fue hace 700 años, un dato que es incorrecto. Matos lamenta que el Gobierno mexicano insista en tergiversar la historia cuando todas las evidencias, incluidos los códices, hablan de que esta gran urbe prehispánica surgió en 1325 y no en 1321, como se indica en el programa de festejos anunciados desde el mismísimo despacho del presidente mexicano, quien no quiere por ningún motivo (y menos por motivos histórico-científicos, faltaba más) dejar de ponerse esta medalla, pues su periodo presidencial termina a finales de 2024. Ya en 2019 diversos especialistas se habían reunido para discutir el tema, y ahí se explicó con pelos y señales que una ciudad no nace de la noche a la mañana, sino que es producto de un largo proceso, como fue el caso de Tenochtitlán. Y se dejó muy claro que la fecha de 1321 que maneja el presidente y sus asesores no aparece por ningún lado y no hay siquiera una triste crónica que la mencione. Así que todo lo demás, incluidas las celebraciones que se pretenden, es pura necedad. Y megalomanía.
PODÍAS HABERLO HECHO MEJOR
Parece que en México es hoy políticamente correcto enmendarle la plana a la historia con tal de subirse al carro de esa moda que impera en todo el mundo en cuanto a temas de revisionismo. El escritor Pedro Miguel es un ejemplo de ello. Hace poco presentó su novela El último suspiro del Conquistador (Fondo de Cultura Económica), una suerte de “exorcismo”, según el autor, “ante un montón de rabias que guardamos la casi totalidad de los mexicanos a Hernán Cortés en un grado u otro”. La cuestión, dice Pedro Miguel, es que “siempre hay esta sensación de ¿por qué llegaste (Hernán Cortés) a despedazarlo todo cuando podrías haberlo hecho de otra manera? Tal vez podrías haber intentado una dominación menos bárbara, menos arrasadora, humillante, dolorosa y asesina. No digo genocidio, porque ese es un concepto inventado en el siglo XX”. Claro, Pedro, Cortés podía haber pensado en términos de estudios de género, de etnia, de clase, y no haber actuado como un soldado del siglo XVI; podía haber llegado a México pensando en el pobre proletariado indígena que debía abolir su monarquía y, de paso, instaurar las bondades del comunismo sin pasar por el terror estalinista y las burocracias socialistas. Y ya puestos, Cortés, ¿por qué no fuiste más alivianado y en lugar de buscar oro no viste el flower power y su potencial para la paz y la armonía, sin narcos y sin violencia? ¿Por qué, Cortés, no nos ahorraste estos disgustos? Nos habrías ahorrado, de paso, novelas como las de Pedro Miguel. ¡Por dios!
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