Este libro ofrece una breve historia del relativismo moderno: desde sus orígenes en el Renacimiento hasta la actualidad, momento de su eclosión definitiva. Analiza históricamente esta cosmovisión relativista a través de obras como el Quijote, del concepto de ideología presente en el cine de ciencia ficción, del arte abstracto, la filosofía de la ciencia, la autoayuda, los estudios de género, la filosofía postmoderna, el lenguaje inclusivo, la financiarización de la economía o el desarrollo de una incipiente realidad virtual.
Zenda reproduce un fragmento de Homo relativus: Del iluminismo a Matrix, una historia del relativismo moderno, de Iñaki Domínguez.
Quiero aquí establecer una analogía entre la ciencia ficción y disciplinas como la antropología cultural, la historia o la etología. Si la antropología analiza las culturas más remotas, lo hace con la intención de mejor comprender, por oposición, la naturaleza humana y la propia cultura a la que el propio investigador pertenece; si la historia estudia de dónde venimos, lo hace, en gran medida, para comprender hacia dónde nos dirigimos; si la etología se instruye sobre la conducta animal, lleva a cabo tal desempeño para entender mejor, por vía indirecta, las sociedades humanas. Lo mismo ocurre en el caso de la ciencia ficción. Aunque no sea propiamente una ciencia, quiere comprender la realidad humana a través del vuelo de la imaginación, es decir, fantaseando sobre otros mundos posibles. Su propósito consiste en descifrar lo universalmente humano a través de especulaciones insólitas.
Uno de los temas cruciales en la obra de Philip K. Dick consiste en preguntarse: «¿Qué es la realidad?». Dick retomaba, una y otra vez, a través de sus creaciones literarias, ese cuestionamiento kantiano de la «cosa en sí»; totalmente convencido, a su vez, de que no existe una «realidad real ahí fuera» a la que tengamos acceso. Dick, además, cuestionó desde muy joven la naturaleza del bien y del mal. En su adolescencia preguntó a su psiquiatra si su propio sistema de valores occidental era «absolutamente verdadero o mero relativismo cultural». Su analista le respondió que su pregunta era un síntoma más de su neurosis; algo que solo incrementó sus sentimientos de paranoia. Había leído un artículo de la revista Nature donde se afirmaba que la validez de un sistema de valores no podía ser verificado empíricamente.
Dick siempre tuvo presentes este tipo de cuestionamientos. A la edad de quince años, mientras trabajaba en una tienda de música en la que vendía tocadiscos y equipos de sonido, debatía con un compañero sobre si un transistor permitía escuchar música o una simple «simulación» de la misma. ¿Era esa la música «en sí» o una representación? En otra ocasión, ese mismo compañero le dijo, al ver un semáforo, que no había manera de determinar si los dos estaban contemplando el mismo color, a pesar de que ambos lo llamasen rojo. Su actitud era la de una constante desconfianza con respecto a la veracidad de la experiencia. Aunque muchos escritores de ciencia ficción ni siquiera conociesen a fondo el campo de la filosofía o la antropología, sus ideas se hallaban asentadas en principios bien establecidos en el mundo académico desde tiempo antes. El hecho de que sus obras literarias tratasen esas temáticas no solo ponía de manifiesto la relevancia social de estas, sino que ellos, a su vez, vivificaban la influencia de dichos conceptos a través de sus novelas, que permeaban las conciencias de sus lectores.
Eye in the Sky (1957), obra temprana de Dick, cuenta con una sólida base filosófica fundada en las ideas de Hume, Berkeley y Kant. En ella un grupo de personas se ven atrapadas en una serie de mundos irreales. De nuevo, estos mundos son el producto fantástico de mentes concretas, a modo de ensoñaciones. Los héroes, finalmente creen volver a la realidad, algo que el libro no termina de dejar claro. De hecho, el propio Dick apenas era capaz de distinguir la fantasía de la realidad. Consideraba sus personajes de ficción como proyecciones mentales que se materializaban en seres reales, concretos; a esto lo llamaba «proyecciones interiores» (una noción de origen jungiano). Este escepticismo y paranoia se vieron, a su vez, exacerbados por la caza de brujas liderada por el senador Joseph McCarthy, entre 1950 y 1956 contra la disidencia comunista. Philip K. Dick se había movido siempre en los círculos izquierdistas de Berkeley, donde el activismo político, los «freaks» y la bohemia eran omnipresentes. Su cuestionamiento implícito del statu quo estadounidense era, de hecho, parte fundamental de su obra. Dick, como tantos de sus correligionarios, era un «radical», una figura que según el FBI se caracterizaba por estar «favorablemente dispuesta hacia grupos y personas, a su vez, favorablemente dispuestas hacia el comunismo».
En las obras de Dick, las corporaciones que todo lo monopolizan cuentan con un protagonismo inusitado. Son ellas, de hecho, las que mayormente generan o diseñan realidades de las que los héroes de sus novelas tratan de desembarazarse. Estas realidades elaboradas por mentes maquiavélicas serían, en términos casi literales, ideologías como las que gobiernan la vida de cualquiera de nosotros. Para los lectores no duchos en filosofía o ciencias sociales transcribiré la definición de ideología que maneja Wikipedia: «En ciencias sociales, una ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana. Las ideologías describen y postulan modos de actuar sobre la realidad colectiva, ya sea sobre el sistema general de la sociedad o en uno o varios de sus sistemas específicos, como son el económico, social, científico-tecnológico, político, cultural, moral, religioso, medioambiental u otros relacionados al bien común». La ideología, como concepto marxista, se manifiesta de modo implícito en esas realidades generadas por élites con la intención de someter a individuos que aspiran a ser libres. Por ejemplo, en uno de sus cuentos, un hombre se percata casi subliminalmente de que algo en su oficina no encaja, aunque no sabe muy bien el qué. No obstante, tiene la sensación de que su realidad está mutando. En efecto, descubre luego que «una organización secreta ha estado recomponiendo su realidad». En otra de sus historias, «un hombre, su familia, sus amigos y todas las personas de su entorno creen residir en una pequeña población norteamericana de los años cincuenta; cuando, en realidad, habitan un enorme plató, parte de un museo de historia del siglo XXIII». Un sofisticado sistema óptico impide que los desprevenidos habitantes de ese irreal mundo se percaten de ser contemplados por los visitantes del museo. En un tercer relato Dick ejemplifica la llamada «muerte del sujeto» a través de las vivencias de uno de sus personajes. En ella, su protagonista, un ejecutivo que trabaja en una empresa fabricante de androides, descubre que él mismo es, en realidad, un androide. Su individualidad no es más que una ilusión programada desde el exterior. Sus compañeros de trabajo finalmente se confiesan: «No queríamos que lo supieses… no queríamos tener que decírtelo». Como ocurre en el mito de la caverna, cuando los héroes de estas fábulas toman conciencia de la situación y tratan de alertar a otros del engaño en el que se hallan, estos le toman por loco; es decir, se aferran con más fuerza a sus propias cadenas. No cabe duda de que tal devoción a la propia opresión es una propiedad también presente en el concepto de ideología que desarrolla Marx. El individuo apegado compulsivamente a su propia esclavitud es lo que llamaríamos un sujeto alienado. Si en el caso de Platón la verdad ha de ser hallada en el «mundo de las ideas», en Marx, dicha «cosa en sí» residiría en las relaciones de producción, como base y fuente última de las proyecciones ideológicas que sirven de marco a nuestra existencia diaria.
Todos los libros de Philip K. Dick parten de un supuesto: no existe ni puede existir una realidad objetiva. Según dice: «cuanto más aprendo de los pensamientos de otros, más universalmente cierto me parece que cada persona cuenta en su interior con un mundo propio y que nadie pertenece verdaderamente al mundo tal y como es». Dick estaba familiarizado con la distinción filosófica entre idios kosmos, la visión individual que cada cual tiene del universo, y el koinos kosmos, aquello que la gente tiende a considerar como realidad objetiva. Tal realidad general es, empleando las palabras de Emmanuel Carrère: «una cuestión de convenciones, un acuerdo entre personas que tratan de crear una base estable para sus relaciones».
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Autor: Iñaki Domínguez. Título: Homo relativus. Editorial: Akal. Venta: Todostuslibros y Amazon
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