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Homofobia, hasta después de la muerte

Homofobia, hasta después de la muerte

Después de un orgasmo entre los brazos de su chica, un vídeo que ella le muestra perturba su paroxismo. Ha recorrido el país para enardecer la incredulidad de los prudentes o la animosidad de los que sustentan su odio en el Corán. Ndéné Gueye no quiere verlo, pero su amante rompe la evasiva con el brillo de la pantalla del móvil. La sucesión de imágenes lo llama, lo compele, lo seduce. Acaso porque el horror se vuelve contemplación estética: «Nada es más atractivo que lo feo, nada es más hermoso que el mal. Un motivo antiguo». Filmado con la torpeza de un curioso que hace las veces de periodista, el cortometraje registra una muchedumbre que se abalanza sobre Dakar —construida encima de nichos y osamentas como todas las ciudades del mundo—. Hacia un cementerio precisamente se dirige la turbamulta. Entre clamores se detiene frente a su último destino: una tumba que parece una úlcera abierta en el suelo, una fúnebre entrada que despierta susto lo mismo que fascinación. En su interior se oculta lo diabólico, el crimen, la perversión, según la bulliciosa estampida. Dos hombres con palas cavan hondo. Movidos no por la salat al janazah —oración musulmana a los difuntos— se introducen para arrancar de las entrañas de la tierra su objetivo. «¡Sacadlo! ¡Empieza a pudrirse, qué olor! ¡El olor del pecado! ¡El olor del sexo de su madre, de donde nunca debió salir!», corean los indignados. Los sujetos tiran con fuerza la deformidad de una sombra que se niega a abandonar su quietismo: se asoma primero un hombro, después una cabeza, un tronco, hasta que el cadáver emerge de su mortaja profanada. Se trata de la exhumación de un cuerpo que no es digno sino de la proscripción y del desprecio. Porque en Senegal a los góor-jigéen —homosexual en wólof— se les niega la muerte como se les niega la vida. Persecución post mortem que los execra no sólo de la patria sino también del descanso eterno.

"Sin embargo, el rescate de su historia no ocurre sino después de que cuestionara las ideas de hombría y virilidad de su entorno"

Propia de un cuento de terror, esta imagen desencadena la diégesis de Hombres puros, novela del escritor Mohamed Mbougar Sarr, publicada este año en castellano por Anagrama Editores. El linchamiento de los restos de un universitario fue el epílogo de un compendio de infamias y humillaciones que empezó con un chisme. Susurrado en el tímpano sensible de la moralidad islámica: dizque Amadou —así se llamaba— era diferente. Las malas lenguas se regocijaron en sus rumores porque el implicado cayó enfermo, e inmediatamente su mal fue asociado al virus maldito que diezma a los que son como él. O sea, a los que cometen el crimen nefando. ¡Un contradiós! De estos y otros detalles se entera el filólogo Ndéné Gueye —personaje central del libro— tras confrontar la angustia que le genera el vídeo. Una amenaza que lo interroga hasta la conciencia de su homofobia. La misma que campea a sus anchas en África Occidental.

El desenterramiento es para el protagonista el estímulo que lo incita a investigar el pasado de la víctima: supo que fue hijo único, que daba clases particulares para ayudar a su madre y que el imán del pueblo donde vivía prohibió su inhumación dejando que su carne se agusanara en su casa. Sin embargo, el rescate de su historia no ocurre sino después de que cuestionara las ideas de hombría y virilidad de su entorno. Aún en la cama, después de apagar la grabación, para calmar la perplejidad que lo embarga, Ndéné suelta con repelús: «A fin de cuentas, solo era un góor-jigéen». La desafortunada frase prueba el lastre de las mentalidades hegemónicas que no le permite emanciparse. Voz de titanes que, por siglos y siglos, infunde el orden machista y que él remeda so pretexto de traicionar la herencia recibida: «Había hablado a través de una boca común, como una fosa donde estaban enterradas, aunque a menudo resucitaban, las opiniones nacionales. Era la boca de fuerzas antiguas que tenían derechos de vida y muerte sobre mí. Ya no conocía mi verdad íntima; la sola idea de tenerla me parecía peligrosa. Así que exageré mi frialdad, como si temiese que el ojo de mi sociedad me sorprendiera en flagrante delito de debilidad». Una definición intuitiva de cisnormatividad.

"La colorida polisemia de la palabra, que abraza a todo aquel que renuncia a las convenciones masculinas o femeninas, y por su acto de insurgencia se le adosa una patología, es el punto de arranque para mapear la etiología del odio en Senegal"

Aunque intenta justificar su aversión hacia la homosexualidad con razones más bien plásticas, «homófobo por pasión estética, homófobo por amor a las mujeres y a su belleza… No es la idea del amor entre dos hombres lo que molesta, es el amor físico», reconocerá que la heterosexualidad como régimen político lo condiciona, lo doblega. Denominado por Paul Preciado como «sexopolítica», surge con el capitalismo disciplinario y produce subjetividades a partir de la diferenciación sexual. Para el filósofo, sexo, sexualidad y raza son «ficciones somáticas no porque no tengan realidad material, sino porque su existencia depende de lo que Judith Butler ha denominado “la repetición performativa” de procesos de construcción política», se encuentra en Testo yonqui. Este régimen, además de determinar cómo debe actuar Gueye —sin debilidades ni ternuras—, desata sus temores más profundos: «tú, criado, educado e instruido en la virtud de este país, ¿te habrás vuelto maricón? ¿Tienes miedo de imaginarte a cuatro patas sodomizado brutalmente por un coloso con el rabo nervudo y estriado? (…) ¿Tienes miedo de morir? ¿Qué vas a hacer? ¿Matarte? ¿Estás listo para aguantar como un homosexual glorioso?», se pregunta. Y como añadidura reprime emociones que, incluso en los hombres, son el alma: «aquel góor-jigéen no sólo ocupaba mi pensamiento, sino que empezaba a experimentar algo por él que me repugnaba llamar sentimiento, pero que sin duda debía de ser algo de esa índole. ¿Qué sentimiento?». Compasión. La que no mereció Amadou por ser quien era.

¿Pero qué es un góor-jigéen? Más allá de clasificaciones recientes —la invención de la homosexualidad, por ejemplo, como identidad sexual no ocurrió sino 1868 con Karl Benkert— es una rara avis, categoría de difícil compresión porque desdibuja géneros. Entendido este último por Teresa De Lauretis no como una derivación biológica sino como una construcción sociocultural: «un aparato semiótico, un sistema de representación que asigna significado (identidad, valor, prestigio, ubicación en la jerarquía social, etc.) a los individuos», preconiza en su famoso ensayo Tecnologías del género. Con la musicalidad de sus vocales abiertas y las tildes que acentúan la riqueza del wólof, góor-jigéen «Significa hombre-mujer (…). Pero ¿qué es un hombre-mujer? Nada y todo al mismo tiempo». Cualquiera que no sea heterosexual. La colorida polisemia de la palabra, que abraza a todo aquel que renuncia a las convenciones masculinas o femeninas, y por su acto de insurgencia se le adosa una patología, es el punto de arranque para mapear la etiología del odio en Senegal.

"La historia de los territorios que hoy conforman Senegal está teñida de sangre por la servidumbre y su comercio llevados a cabo por imperios occidentales entre los siglos XVI y XIX"

Con sus ciencias e instituciones de control, el patriarcado configura un sinnúmero de mitos que niega el beso del efebo en África: “Los que odian a los homosexuales en este país hablan de pureza histórica porque les viene bien; les permite culpar una vez más al blanco de lo que consideran un mal importado. El sistema no se limita a Senegal: cada pueblo en cada país del mundo acusa al extranjero, al bárbaro de ser la causa de su decadencia. De lo que ellos consideran decadencia”, se lee en Hombre puros. No obstante, hay una inmensa bibliografía que, con evidencia antropológica, desmonta interpretaciones. La obra Boy Wives and Female Husbands: Studies of African Homosexualities, de los investigadores estadounidenses Stephen O. Murray y Will Roscoe, antologa diversas prácticas en el continente antes de la colonización europea. Por nombrar unas pocas: relaciones sexo-afectivas entre jóvenes antes del matrimonio; iniciación amatoria con roles parecidos al erómeno y erastés griegos; en la corte Mossi —hoy Burkina Faso— desfilaban los soronés, pajes que vestían de mujer y hacían las veces de cortesanas para los caciques; chamanes cuyos poderes espirituales manaban justamente de la ambigüedad, eunucos que ostentaban el título de esposas reales en el reino de Dahomey, hoy Benín, y entre los fanti de Ghana corría una creencia popular: según el peso del alma hombres y mujeres deseaban a unos u otras.

"Pese a que Ndéné no ahonda sobre estos hechos, sus consecuencias también lo afectan. Entender la convulsión de su alma y defender su sensibilidad se vuelven puntos de honor"

Los autores ponen la lupa en la falacia de la homosexualidad como problema foráneo. Entre otras razones, la atribuyen a la inexistencia de fuentes locales por la ausencia de sistemas de escritura nativos y, aunque el efecto fue contrario, a la manipulación etnográfica de una historiografía escrita por europeos. Esta trasvasa sus prejuicios para construir la inferioridad racial de la alteridad: «Los primeros textos (…) vinculaban los patrones homosexuales a una definición general de la “otredad”, que contrastaba la moderación europea con la lascivia africana. En este sentido, como señala [en Geography of Perversion el historiador Rudi] Bleys, “el discurso africanista apenas se apartó de las construcciones de la identidad americana y asiática, ya que igualmente convirtió la sexualidad indígena en una metáfora de la diferencia cultural”». Asimismo, suscriben que la esclavitud propagó la falsa creencia: «… la demanda de mano de obra negra fomentó un relato sobre su masculinidad, que excluía la evidencia de la homosexualidad o hacía que tales comportamientos fueran menos visibles para los europeos». La historia de los territorios que hoy conforman Senegal está teñida de sangre por la servidumbre y su comercio llevados a cabo por imperios occidentales entre los siglos XVI y XIX. Famosa por la ignominia es la isla de Gorée. Centro neurálgico de la trata, de allí zarparon millones de cautivos al Nuevo Mundo.

Pese a que Ndéné no ahonda sobre estos hechos, sus consecuencias también lo afectan. Entender la convulsión de su alma y defender su sensibilidad se vuelven puntos de honor. Estudió poesía francesa y por preservar la obra de Paul Verlaine en la universidad donde trabaja es objeto de censuras y bisbiseos. A él, que adora las curvas de Venus, se le acusa en los pasillos: enseña literatura marica, quizá también lo sea. Sin usar el término, porque un catedrático como él lo consideraría pedestre, Ndéné desafía al patriarcado porque «un hombre solo es lo que hace. Una parte importante de nuestra cultura se basa en este principio de no distinción», comenta. Si los Hombres puros lo son ¿qué ha hecho él para ser uno? Quizá esta es la pregunta que encamina su búsqueda.

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Autor: Mohamed Mbougar Sarr. Título: Hombres puros. Traducción: Rubén Martín Giráldez. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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