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‘Hondo’: El Squaw Man

Squaw Man. El blanco que ha vivido con indios y que ha tomado una esposa, squaw, india. La literatura y las películas western han dejado los trazos de un retrato ambiguo y lleno de recovecos. La mayor parte de los pioneros que se adentraban en el Gran Desierto Americano, si no perecían en el intento, vivían en tribus indias, cazaban con ellas, comerciaban con ellas; en algún caso, guerreaban con ellas. Era habitual que tomaran esposas o esposas indias a las que querían y respetaban como si fueran blancas. Cecil B. de Mille dedicó al tema una película, The Squaw Man, ya en 1914. Recuerden al Redford de Las aventuras de Jeremiah Johnson, al Lancaster de La venganza de Ulzana, y al inglés de Un hombre llamado Caballo. A. B. Guthrie escribió una magnífica saga de aquellos años mágicos, la de los arriscados mountain men, como Jim Bridger. Por una de esas novelas ganó el Pulitzer. Hawks rodó otra: The Big Sky (Río de sangre, 1952) describe esas costumbres, recuerden a Malinche, nada raras en esas circunstancias. El problema es que esos squaw men, según avanza la civilización y los colonos arriban con su puritanismo, son mirados con desprecio, suspicacia, recluidos como apestados por ese cruce de razas y afectos. Puros asuntos de europeos.

"Sam se vale, como Hondo Lane, como cualquier ser vivo en la apachería, por sí mismo. Goza, Sam, de una gran cualidad: huele a los apaches, ha sido entrenado salvajemente para ello, desde millas de distancia"

Hondo Lane es, ha sido, un squaw man. Vivió con los apaches y tomó a Desartes, una mujer apache como esposa; vivió con ella feliz, y si alguien, como por ejemplo Mrs. Lowe, le pregunta por ello, lo recuerda con secreta emoción. Desartes, un nombre apache que describe muchas cosas llenas de hermosura y delicadeza, algo así como ese breve momento en que el día está dispuesto a romper, el momento justo antes, homérico, de que los rosados dedos de la aurora iluminen el mundo; justo cuando todo está dispuesto para ser nuevo, fresco, casi como el momento, justo ese momento, en que Dios se disponía a crear el mundo. Hondo Lane funge, ahora, por su experiencia en asuntos apaches, como correo y scout de un destacamento de Caballería. Lo acompaña un perro, Sam, independiente, al que no le gusta que lo acaricien, ni siquiera el amistoso hijo de Mrs. Lowe. Lane, incluso, no permite que ésta lo alimente con las sobras de la cena. Sam se vale, como Hondo Lane —no deja de ser un trasunto suyo—, como cualquier ser vivo en la apachería, por sí mismo. Goza, Sam, de una gran cualidad: huele a los apaches, ha sido entrenado salvajemente para ello, desde millas de distancia.

Mrs. Lowe, que miente a Hondo cuando llega a su rancho con su fama de gunman, de pistolero —corren rumores que no ha mucho ha matado a tres hombres—, hablando de que su marido está en las colinas con el ganado, cuando en realidad se trata de un bandarra pendenciero que hace meses que no aparece por el rancho. Los ojos entrenados de Lane lo descubren de inmediato, abandonado en sus tareas más perentorias. Ella, Angie, es una mujer de frontera, ha crecido en ese rancho que era el de sus padres, y si se casó con Lowe fue porque era uno de los peones del rancho. Hace tiempo que perdió cualquier ilusión de que ese matrimonio desembocara en  amor y compañía mutua. No tiene miedo, maneja las armas, y cuando aparece una banda de apaches comandadas por el legendario Vitorio, les recuerda desafiante que han vivido siempre en paz: ellos toman los caballos que necesitan, el ganado que necesitan, abrevan a sus caballos en el rancho respetando ese trato. Claro que ahora se han pintado los colores de guerra y han emprendido la lucha contra los hombres blancos que diezman sus poblados, ocupan sus territorios y los confinan en reservas.

"La creciente tensión amorosa entre Mrs. Lowe y Hondo, que antecede a las que rodó Budd Boetticher con Randolph Scott años después, nos es mostrada de manera a ratos profundamente sensual"

Cuando un apache acaricia el pelo de su madre, el niño Johnny Lowe, apenas un niño, toma un colt y dispara contra él. La bala apenas roza el cuerpo del guerrero mescalero, que reacciona con ira. Vitorio lo para en seco y, admirado del valor del chaval, mezcla, cuchillo en mano, su sangre con la del joven Lowe. Ya son hermanos de sangre. De nuevo, en el joven Lowe renace, como otrora en Lane, la alianza  aceptada de razas. Vitorio va más allá y le exige a su madre que busque esposo entre sus bravos en un mes, antes de la luna del maíz. Un joven apache necesita de un padre que lo adiestre.

Hondo es un western en estado puro, sin concesiones, inesperadamente amistoso con la cultura y la gente apache, dejándoles hablar. Y como un western que se precia de ser tal, es decididamente romántico pero sin condiciones, con momentos tan del género como un despiadado duelo a cuchillo en el desierto entre uno de los jóvenes apaches y Hondo Lane, o el ataque de éstos a un derrotado destacamento militar, paisajes amarillos de sol y sed, riachuelos, manantiales, cabalgadas, sudor, esperas, miedo y amor. La creciente tensión amorosa entre Mrs. Lowe y Hondo, que antecede a las que rodó Budd Boetticher con Randolph Scott años después, nos es mostrada de manera a ratos profundamente sensual, con miradas silenciosas y elipsis, y en otras con la mineralidad ancestral de seres atrapados en una vida de frontera, un amor que lleva incluido un asesinato, freudianamente casi un parricidio por extensión e intención.

Todo eso lo ofrece Hondo (Hondo, 1953), un inesperado, seco y mestizo western rodado en WarnerColor, siempre algo mate, marrón y rojizo por dos genios de la fotografía: Robert Burks, compinche admirado de Hitch en sus películas; y Archie Stout, duro camarada de Ford en la guerra y en cualquier película que requiera de duras condiciones de rodaje en exteriores. Warner quería, y lo logró, que se rodara Hondo en 3-D, y ni John Farrow  ni los dos directores de fotografía estuvieron felices con la idea, así que rodaron muy poco material. El 3-D gozó de efímera vida.

"De manera insólita, Duke Wayne escogió a Geraldine Page, una actriz que comenzaba a destacar en Broadway pero sin experiencia en el cine, para el vital personaje de Mrs. Lowe"

Fue Paul Fix, actor y amigo de John Wayne, culto y lector empedernido, el que le descubrió un cuento de Louis L’Amour, The Gift of Cochise, publicado en la revista Collier’s en 1952. Duke la compró, encomendó que la escribiera James Edward Grant, uno de sus escribas, muy competente, de cabecera, y se la ofreció a Jack Ford. A éste le gustaba la historia, pero tenía otros compromisos y declinó la oferta. Pero el astuto Ford se quedó con algunas cosas: la llegada de un misterioso extranjero, a pie, con un perro, emergiendo del calcinado desierto, a un rancho en el que viven, como anacoretas, una mujer que espera a alguien y un niño. Poco después, Ford rodó, en el corazón de su obra, The Searchers (Centauros del desierto, 1955) en la que aparecen algunas de esas semillas de Hondo. Cuando miramos los encuadres a través de objetos, puertas o portillos de corral, de la sorpresiva llegada de Vitorio y sus hombres al rancho, es imposible no acordarse del maestro. Tras la negativa de Ford, Wayne, que tenía formada una compañía de producción, Wayne-Fellows Production, negoció con Warner y escogió al australiano John Farrow, esposo de Maureen O’Sullivan —para casarse con ella hubo de convertirse al catolicismo— y padre de Mia, un aseado artesano, un todoterreno eficiente, muy ducho en películas de acción (El reloj asesino, Mil ojos tiene la noche, El desfiladero del cobre), para dirigirla. Farrow cerró su carrera rodando en España John Paul Jones. De manera insólita, Duke Wayne escogió a Geraldine Page, una actriz que comenzaba a destacar en Broadway pero sin experiencia en el cine, para el vital personaje de Mrs. Lowe. Las relaciones entre Duke Wayne y Farrow, tensas ya por anteriores colaboraciones, empeoraron durante un muy duro rodaje, en el abrasador verano de 1953 en el desierto mejicano de Chihuahua, en la región de San Francisco de Conchos. El rodaje rebasó los días previstos y Farrow se largó alegando que debía atender a otros compromisos previos, de manera que Wayne pidió ayuda a Ford y le encargó que rodara toda la secuencia final, el ataque apache a la derrotada Caballería. Ford lo hizo, pero exigió no aparecer en los títulos de crédito de la película, por otra parte emocional y visualmente muy fordiana, con Ward Bond y los actores stuntmen Frank McGrath, Terry Wilson, Cliff Lyons, Fred Kennedy y Chuck Roberson, todos fieles acólitos de la John Ford Stock Company, en el reparto de la película.

Hondo obtuvo un moderado éxito y, tras su explotación comercial, desapareció de la vista de los aficionados. Una inundación en los archivos de la Batjac, la compañía de producción de Wayne tras liquidar su asociación con Fellows, dio por perdida la película. Pero Michael Wayne, el hijo del actor, al hacerse cargo de la compañía a la muerte del Duque, y sabedor de que su padre pensaba que su personaje en la película era uno de sus favoritos, reconstruyó y restauró la película plano a plano, amorosamente. Cuarenta a años después, resucitó primero en cine, incluso con un intento de las gafas en 3-D y, finalmente, en una más completa restauración, en DVD en 2005, de manera extraordinaria en su calidad, para incuestionable deleite de los aficionados, entre los que me encuentro devotamente.

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Hondo (Hondo, 1953). Producida por Robert M. Fellows y John Wayne, Wayne-Fellows Production para Warner Bros. Dirigida por John Farrow (y no acreditado, John Ford). Guion de James Edward Grant, basado en el cuento The Gift of Cochise, de Louis L’Amour. Fotografía de Robert Burks, Archie J. Stout y Louis Clyde Stoumen, en Warnercolor y 3-D. Montaje de Ralph Dawson. Música de Hugo W. Friedhofer y Emil Newman. Vestuario de Carl Walker. Dirección de arte, Alfred Ybarra. Interpretada por John Wayne, Geraldine Page, Lee Aker, Ward Bond, Michael Pate, Rodolfo Acosta, Paul Fix, Leo Gordon, James Arness. Duración: 84 minutos.

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