El arte de escribir es decir mucho con pocas palabras, aseguraba Chéjov. Pero no acabamos de creerle y corremos a las librerías (perdón por el ingenuo anacronismo) en busca del novelón de más de 400 páginas a sabiendas de que probablemente le sobre un tercio, siendo generosos, y de que, contradiciendo al ucraniano, diga poco con muchas palabras.
Se trata de una miscelánea compuesta de nueve pequeños ensayos y unos cuantos poemas que se nutren de un lirismo que envuelve al lector desde la primera letra. Se nos olvida, más comúnmente de lo debido, que la literatura (como cualquier arte) también ha de ser belleza y no simplemente contar una trama más o menos efectista calcada de tantas otras.
Es la de Mary Oliver una falsa narrativa breve, como casi toda la buena narrativa breve, como casi toda la buena narrativa: decir mucho con pocas palabras, recuérdenlo. Uno necesita pararse a cada poco, degustar, paladear los sustantivos y los verbos, las metáforas y los símiles que se esconden tras las líneas que engranan los textos. Tomar oxígeno y volver a continuar.
De algún modo también es eso lo que nos demanda su autora en el libro: pararnos, tomar oxígeno y volver a continuar, decidiendo cuál es nuestro camino. Ser capaces de detenernos un momento ante la vorágine del día a día que nos devora como una de esas trituradoras de papel, poco a poco, sin darnos cuenta, como una derrota sorda, pero cierta.
Aboga Mary por conectar de nuevo con la naturaleza y de hecho escribe inmersa en ella, a tiempo real, cuaderno en mano y dejándose arrastrar por los sentidos. Escribir es observar, lo sabe ella y cualquier escritor que se precie, ser consecuente de lo que nos rodea. Ella observa las pequeñas cosas, las importantes, las que se nos escapan cada día sumergidos en la urgencia. La vida es lo que pasa mientras haces otros planes, aseguran algunos que dijo Lennon.
La literatura de Mary Oliver podría ser la de la conciencia de la vida. La que se nutre de la esencia, de la obligación de vivirla con pasión e inteligencia. La pasión que todos deberíamos tener, a fin y al cabo.
Una cabaña en el bosque, la atención provocada por una araña o dos ciervos que se aproximan hasta lamer su mano son elementos suficientes para que uno tome conciencia sobre sí mismo. También para construir buena literatura. ¿Es necesario algo más?
Horas de invierno también es (¿qué gran libro no lo es?) un homenaje a sus maestros, los de Mary Oliver: Whitman, Frost, Poe… y los de tantos otros. Todo lo que no es tradición es plagio, nos advertía Eugenio D’Ors. Por eso reconocer tus influencias no deja de ser una muestra de respeto.
Le señalaban en una entrevista a Bob Dylan que había sido capaz de aunar crítica y público por igual. Ante lo que respondía el cantautor de Minnesota: sí, me he debido equivocar en algo.
Puede que sea una buena señal que autoras como Mary Oliver y libros como Horas de invierno pasen desapercibidos. Quizá sea, efectivamente, producto de su acierto. La maquinaria editorial, mientras, seguirá engullendo novelas insustanciales según llegan a la mesa de novedades y haciendo creer a ¿los lectores? que se trata del último bestseller imprescindible.
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Autora: Mary Oliver. Traductora: Regina López Muñoz. Título: Horas de invierno. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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