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Horizontes destruidos

En las páginas finales de este testimonio del poeta y cineasta Tahir Hamut Izgil, subtitulado de manera significativa Memorias de un poeta uigur sobre el genocidio en China, nos encontramos con una conversación estremecedora:

“—Me gustaría que los chinos conquistaran el mundo —dijo de repente uno de mis amigos.

—¿Por qué dices eso? —preguntó otro.

—Al mundo le trae sin cuidado lo que nos pase —añadió el primero—. El mundo no entiende lo que pasa en China. Ya que no vamos a ser libres de todos modos, que el mundo entero pruebe lo que es vivir subyugado.” (p. 215)

A esas alturas, los lectores ya hemos descubierto cómo la maquinaria policial y represiva del gobierno chino ha cercenado de manera impasible las vidas de los uigures por lo que la insinuación de que pudiera sucedernos algo similar resulta aterradora. El término genocidio, gestado para poder encausar a los mandos nazis en los juicios de Núremberg (como relató magistralmente Philippe Sands en Calle Este-Oeste), se aplica aquí de manera adecuada y precisa a la marginación y persecución que el gobierno chino está cometiendo contra la etnia uigur, población minoritaria que habita en la región de Xinjiang, noroeste de China, y es de ascendencia turco-musulmana.

"Cuando el matrimonio es llevado al sótano de la comisaría para que les tomen las huellas dactilares, muestras de sangre, de voz y rasgos faciales, el lector puede creer que se adentra en una novela distópica"

Con una prosa directa, austera y limpia, Hamut describe el proceso acelerado a partir de 2017, pero iniciado mucho antes, del lento desplazamiento de los uigures de la escena política por la mayoría han, que explotó en el 2009 con una ola de violencia a raíz de la cual la vida para los uigures se convirtió en un infierno. Si atendemos al informe detallado que realiza Hamut del metódico sistema de identificación y acorralamiento de su pueblo, descubriremos el paralelismo con el genocidio nazi, con la particularidad de que en el siglo XXI los medios informáticos y tecnológicos contribuyen no solo a facilitar la tarea a las autoridades, sino a sofisticarla hasta extremos insospechados eliminando cualquier posible resquicio para la huida: “Comprendí entonces que nada escapaba al conocimiento de la policía secreta” (p. 21).

Así pasaremos de la presencia silenciosa y sombría de los policías en acontecimientos tan inocuos como un congreso de poetas en lengua uigur, a interrogatorios y escaneados tras los cuales, como le señala el propio Hamut a su mujer, Marhaba, “las cámaras de vigilancia podrán reconocernos incluso de espaldas” (p. 118).

"Consigue que el lector se sienta aturdido ante la incomprensible manía persecutoria de un gobierno enfebrecido en su propia psicosis que ahoga cada vez más a una población por el simple hecho de pertenecer a una etnia minoritaria"

Cuando el matrimonio es llevado al sótano de la comisaría para que les tomen las huellas dactilares, muestras de sangre, de voz y rasgos faciales, el lector puede creer que se adentra en una novela distópica. La minuciosa descripción de las instrucciones recibidas para el escáner facial merecería formar parte de una antología de humor negro si no fuera por lo trágico de la situación: “La mujer que manejaba el ordenador me explicó lo que tenía que hacer. A su señal, miraría directamente a la cámara dos segundos, luego movería la cabeza despacio y sin interrupciones hacia la derecha. Esperaría dos segundos en esta posición y volvería luego a la misma velocidad para mirar a la cámara otros dos segundos, antes de repetir el movimiento hacia la izquierda. A la misma velocidad, despacio y sin interrupción, echaría entonces la cabeza hacia atrás y miraría hacia arriba dos segundos; luego bajaría la cabeza y miraría directamente a la cámara dos segundos; a continuación, agacharía la cabeza y repetiría el mismo movimiento. Después, miraría directamente a la cámara, despacio, abriría la boca al máximo y aguantaría dos segundos en esa posición. Por último, cerraría la boca y miraría directamente a la cámara otros dos segundos: mi escáner facial habría terminado” (p.117). Es en ese momento cuando Tahir y Marhaba toman la dura y difícil decisión de salir del país, no sólo por salvar sus vidas, sino por ofrecerles a sus dos hijas un futuro mejor: “lo que nos ha pasado a nosotros ya no tiene remedio —decíamos—, pero no podemos permitir que a ellas les pase lo mismo” (p. 124).

Tahir combina en su narración relatos de situaciones cómicas producto de la paranoica persecución a la que son sometidos los uigures, como la noche en que los habitantes de un edificio van saliendo por turnos a escondidas a tirar a las alcantarillas del mismo sus objetos religiosos prohibidos por el gobierno (libros y alfombras de oración, los uigures son en su mayoría musulmanes), con testimonios sobrecogedores como el de la huida de un matrimonio amigo a través de Irán y Turquía hasta llegar a Europa recurriendo a redes de traficantes y haciendo frente a situaciones durísimas en las que la vida humana no tiene ningún valor: “Nadie podía ayudar a quienes no soportaban la dureza del camino” (p. 144). De esa manera consigue que el lector se sienta aturdido ante la incomprensible manía persecutoria de un gobierno enfebrecido en su propia psicosis que ahoga cada vez más a una población por el simple hecho de pertenecer a una etnia minoritaria.

"La alegría de poder escapar de la pesadilla lleva aparejada el terrible dolor de abandonar su país, su familia y sus amigos, sabedores de que el gobierno puede vengarse en ellos"

Conseguir un pasaporte para su familia se convierte en el objetivo prioritario de Tahir quien, mientras recibe constantemente noticias de las detenciones de amigos y familiares o presencia redadas en las calles, espera angustiado con la ropa preparada la noche en la que vendrán a detenerlo “pero a algunas, particularmente a los intelectuales, iban a buscarlos a casa a media noche” (p. 186).

La alegría de poder escapar de la pesadilla lleva aparejada el terrible dolor de abandonar su país, su familia y sus amigos, sabedores de que el gobierno puede vengarse en ellos. Sentimientos que lo acompañarán ya para siempre. Qué es eso, se pregunta el poeta cuando por fin consigue volver a escribir: “¿Una débil promesa escrita en la neblina amarillenta, / la audacia apostada en una esquina / o / capas de penumbra que van de mano en mano? / Estos días están / plagados de horizontes destruidos, / ¡destruidos!” (p.247).

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Autor: Tahir Hamut Izgil. Título: Vendrán a detenerme a media noche. Traducción: Catalina Martínez Muñoz. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros.

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