Pocos personajes literarios han despertado tanta fascinación, y tanto odio, como el protagonista de Lolita, de Vladimir Nabokov, Humbert Humbert. Y es que el libro sigue generando polémica en el siglo XXI, más de sesenta años después de su publicación. No tanto por la historia que cuenta, y cómo lo hace, sino por el falso estereotipo generado a partir de esta novela; muy probablemente por gente que nunca se leyó una página de esta obra.
Es curioso cómo el imaginario de los años 60 y 70 nos dejó una versión idealizada de lo que pasó entre Humbert Humbert y Lolita. Todavía a día hoy, en Wikipedia y las sinopsis de muchas de sus ediciones, se habla de una relación de amor entre un adulto y una adolescente, cuando en realidad se trata de un caso de pedofilia —Dolores Haze tenía 12 años— y de incesto —él era su padrastro—. Incluso las imágenes elegidas para la ilustración de las sucesivas ediciones han reforzado el mito. Anagrama dio una versión más real del personaje con la ilustración de la coreana Henn Kim, que presentaba a una Lolita manipulada, un juguete al que dar cuerda. Vladimir Nabokov se lo dejó más que claro a Bernard Pivot en una famosa entrevista: “Fuera de la mirada maniaca de Mr. Humbert no hay nínfula. Ese es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa”.
Humbert Humbert —un nombre odioso para una persona odiosa— retumba por su doble sonoridad, buscada a propósito por Nabokov. Diversos orígenes en diferentes idiomas: hombre (español), sombra (francés) y pervertido (inglés). Un doppelgänger pérfido y corrupto que deja muy claras sus intenciones de depredador.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era, Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola en pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”.
Se cumplen 121 años del nacimiento del escritor ruso. Emigrado a los Estados Unidos, su familia huyó primero de la Revolución Rusa y luego de la II Guerra mundial. En Norteamérica consiguió alcanzar su gran sueño de triunfar escribiendo en el idioma inglés. Sus últimos 15 años de vida los pasó en una habitación de hotel en Suiza con su inseparable Véra, un personaje igual de poderoso y abrumador que los de sus libros. Una mujer de armas tomar en el sentido literal de la palabra. De ahí el título del espléndido libro de Monika Zgustová, Un revólver para salir de noche. Véra ejerció de gran esposa detrás del genio, de poderosa mujer que impulsaba y controlaba al creador siempre con una Browning cargada en el bolso.
El tío Ruka, el origen depravado de Humbert Humbert
Durante años Nabokov buscó narrar la historia de un depredador de niñas. En 1948 descubrió en un periódico el caso de Frank La Salle, un mecánico que había raptado a una niña de 11 años, Sally Horner, que se convirtió en su presa durante los dos años que la llevó de un lado a otro de los Estados Unidos. Este caso llegó incluso al propio libro de Lolita:
“¿Habré hecho tal vez a Dolly lo que Frank La Salle, un mecánico de cincuenta años, había hecho a Sally Horner, de 11 años, en 1948?”
Pero el gran inspirador del personaje central de Lolita no fue otro que su tío Ruka, el refinado pariente que sentaba al pequeño Volodia en su regazo para acariciarlo. Esa escena se le quedó grabada en su memoria a Vladimir Nabokov y se convirtió en una de las más icónicas de su novela: el momento en el que Humbert Humbert se excita con Lolita encima de sus piernas.
Quizás muchos piensen que la novela, y el personaje de Humbert Humbert, son fruto de una mente enferma y perversa, pero en realidad el novelista nos muestra por una parte sus recuerdos como víctima, y por otra la triste historia de una pequeña —Sally—, secuestrada y violada por un desconocido.
Ruka, el apodo de su temible tío, significa “mano” en ruso. Da la impresión de que esa mano siempre permaneció encima de Nabokov, ardiendo. Ruka me recuerda al cruel Chappy de El fin de Alice —la vuelta de tuerca de mi venerada A. M. Homes a Lolita y al clásico de Lewis Carroll, Alicia—, convertido este último en su fiel trasunto.
Lolita en el cine
Son dos las versiones cinematográficas aceptadas de Lolita, la del maestro Stanley Kubrick y la del inclasificable Adrian Lyne. El mito de la Lolita adolescente ha sido incluido posteriormente en múltiples películas y de diversas formas: Timothy Hutton y Natalie Portman en Beatiful Girls; Jeff Kohlver y Ellen Page en Hard Candy; y Kevin Spacey y Mena Suvari en American Beauty.
Lolita es una historia morbosa, retorcida, enfermiza y siniestra. Llevarla a la gran pantalla parecía una empresa difícil, casi imposible. Solo un genio podía conseguirlo. Stanley Kubrick hizo un parón en su meteórica carrera para adentrarse en un proyecto complicado del que salió airoso. Quizás su mayor virtud fue conservar el humor y apoyarse en un genio de la interpretación como James Mason para encarnar a Humbert Humbert.
Por contra, la versión de 1997 naufraga, a pesar de la participación de Jeremy Irons. Pero es que detrás de la cámara estaba el penoso Adrian Lyne, especializado en firmar bodrios monumentales que, sin embargo, gozaron del favor y el fervor de la taquilla: Flashdance, Nueve semanas y media, Atracción fatal y Una proposición indecente. Producciones con guiones llenos de impostura, pero que conseguían enganchar con el público por sus escenas de sexo.
El mito de la adolescente, con un toque perverso y seductor, se alimenta en ambas películas al interpretar actrices de más edad el papel de Dolores. Dos adolescentes dando vida a una niña. Para Sue Lyon esa película fue su tumba. Lo dejó bien claro con sus declaraciones cuando se enteró de que iban a filmar una nueva versión de la obra de Nabokov: “Estoy horrorizada de que revivan la película que causó mi destrucción como persona”. Dominique Swain tenía un aspecto más infantil —pese a tener más de 16 durante el rodaje—, pero el cartel del film ya adelantaba cuáles eran las intenciones de los productores para llenar las salas de cine.
La sombra de los abusos en la infancia es alargada. A Nabokov le persiguió toda su vida. Y tardó un tiempo en emerger como el pederasta Humbert Humbert. El cine y los medios de comunicación transformaron Lolita en una aventura de deseo y pasión, alejada de la truculenta historia de este precursor de otro gran mito de nuestra literatura más reciente, Hannibal Lecter.
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