Si hubiera estado ungido con el don de la ubicuidad temporal, Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) habría optado por ser un poeta de la dinastía china Tang, aislado en las montañas, por eso ha elegido el formato juéjù para sujetar las instantáneas de «Húrgura», su último poemario.
«Mi poesía tiene esa idea de la que se hacía en la China clásica de hace doce o trece siglos, durante la dinastía Tang: más austera, sorda, menos brillante que el haikú, pero con ese laconismo castellano», ha explicado a Efe sobre su último libro de versos al que la fotógrafa Henar Sastre ha puesto un condimento gráfico.
Frente a los límites del haikú (tres versos que suman diecisiete sílabas), Herrero ha elegido los cuatro de arte mayor que le tolera el júejù como un respirador para depositar evocaciones, imágenes de la infancia, geografías personales y divagaciones íntimas que detonan al observar la imagen de una película «o un ramo de flores en la calle».
«Son como instantáneas sin un hilo temático conductor» donde mezcla estampas urbanas y de la naturaleza sin un orden o criterio previos, como un relámpago o fulgor que comparte con el lector en «Húrgura» (Páramo Editorial), de reciente publicación, un título que retrotrae a su infancia soriana junto al puerto de Oncala.
«Es una palabra que no sale en el diccionario y que yo escribo con hache y en singular», de probable linaje onomatopéyico vinculado al ulular o al hurgamiento que el cierzo invernal provocaba cuando barría la nieve de los tejados, resonaba en los humeros y zarandeaba la lumbre baja cuando se colaba por las chimeneas con un sonido característico.
A Fermín Herrero, Premio Castilla y León de las Letras 2015, es una palabra que le agrada no sólo por su eufonía, sino por la capacidad de recomponer la memoria desvaída de su infancia que ha sido una constante a lo largo de una obra que también ha sido galardonada, entre otros, con los premios Hiperión («Echarse al monte») y Jaime Gil de Biedma («La gratitud»).
«Un cielo de tormenta, un pueblo, un campanario/donde ya sólo acuden los pájaros. He subido/ con mi niñez. Aquella tarde caían piedras/ como pequeños huevos, proyectiles. Arrasó con todo», escribe el poeta en una de esas instantáneas donde da cuenta de la clausura de un mundo, de una época.
Una espadaña sin pupilas de bronce, el agua remansada de un pantano y un sembrado peinado por el viento son algunos de los testimonios que ha dejado la cámara de Henar Sastre, reportera de El Norte de Castilla, como aderezo gráfico de las melancolías y pesares de Fermín Herrero, profesor de literatura en un instituto de Valladolid.
En el cajón del júejù el poeta también ha incrustado reflexiones inopinadas al hilo de fulgores que le penetran como la escena inicial de la película «El dulce porvenir», de Atom Egoyan, espoleta de unos de los primeros poemillas de «Húrgura».
En otra ocasión ha sido el certero disparo de un ramo de flores «como recuerdo permanente de un lugar donde alguien se tiró al tren» y que en sus versos obra como memoria y suicidio, ha añadido.
«Húrgura» sucede en el tiempo a «Sin ir más lejos» y «Alrededores», algunos de los últimos eslabones literarios de una obra que camina entre el clasicismo y la modernidad a través de una palabra contenida y conciliadora.
Su primer poemario fue «Anagnórisis» (1995) y con su segundo libro, «Echarse al monte» (1996) obtuvo el Premio Hiperión de Poesía. Con «Un lugar habitable» (2000) mereció el Ciudad de Córdoba y «Endechas del consuelo» (2006) le reportó el Fray Luis de León.
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