Las nuevas tecnologías están volviendo loco al personal. La fiebre por el uso de las redes sociales también. Y así, hasta el infinito en esta demencial carrera por el métase quien pueda de la informática. Resulta que Planeta México acaba de “idear” lo que llaman “un experimento de inteligencia artificial” para celebrar el 90º aniversario del nacimiento del grandísimo Jorge Ibargüengoitia (1928-1983). Las carcajadas están aseguradas, pero no por lo que den de sí las interacciones que, se supone, provocarán los tuits que generará el replicante (llamado bot en el argot computacional) del escritor, al que se ha alimentado con siete mil frases tomadas de todas sus obras e indexadas en un algoritmo para que el chisme trabaje, sino por el disparate de creer que el Frankenstein llamado Ibargüenbot (risas) tendrá la chispa satírica de don Jorge, que ahí desde donde trataba de descansar en paz, susurran los médium, ya está profiriendo mentadas a los tiernos fans a los que se les ocurrió la puntada de querer que Ibargüengoitia pudiera opinar y hablarles de cualquier cosa —me cuentan que los así llamados ibergüenfans han comenzado a pedirle que hable del proceso electoral mexicano, de los debates presidenciales que se ha organizado a tal efecto, de Donald Trump y hasta del futuro de la selección mexicana de fútbol en el próximo Mundial de Rusia (más risas)—. Los más suspicaces exponen entre risotadas que se están planteando pedir al chistoso Ibargüenbot un tuit sobre los oportunistas, los tramposos y los ingenuos que no aceptan la muerte y no quieren leer y extraer por sí mismos de los libros del maestro su fino humor, su sabiduría irónica y su pensamiento. Quizá les pida que lean el magnífico volumen de relatos de Ibargüengoitia donde el protagonista se convierte en víctima de las circunstancias y de la arrogancia, la mezquindad, la falta de respeto o las mentiras de sus compatriotas, titulado La ley de Herodes. Ya saben, por aquello de “O te chingas o te jodes”.
LITIGA LA ACADEMIA DE LA LENGUA MEXICANA
Tras un lustro de litigio legal en contra de las empresas editoras Jus y Fincen, debido a que dejaron de pagar la renta de una casona ubicada en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, los miembros de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), institución arrendataria, esperan recuperar este año el histórico edificio de su propiedad, edificado en 1828 y que fungió como su sede entre los años de 1957 a 2002. Si bien aún no existe una fecha precisa para el desahucio, los académicos, tras un enfado monumental que les está costando sangre, sudor y dinero, están satisfechos de haber ganado en todas las instancias judiciales a los morosos editores, quienes pese al crecimiento económico que sus empresas han experimentado —en junio de 2014 Jus anunció el inicio de actividades con la editorial española Malpaso y en enero de 2017 compró el 80 por ciento de Biblioteca Nueva y subsidiarias (Salto de Página y Minerva), al suscribir una ampliación de capital— se han valido de infinidad de recursos para aplazar el desalojo, lo que ha llevado a afirmar a don Jaime Labastida, director de la academia, que “debe de haber un récord Guinness de apelaciones” en este caso, aunque asegura que ya solo falta la última instancia para dictar la sentencia definitiva. Los académicos sostienen que en todo momento actuaron de buena fe, pero los arrendatarios tuvieron la desfachatez de permitir que incluso se instalara en la planta baja de esas dependencias, en cuya fachada sigue colgado el escudo de la academia con el lema “Limpia, fija y da esplendor”, una pizzería que comparte espacio con la Librería Jus y una pequeña sala de exposiciones dedicada al arte callejero, aunque el contrato era para una editorial, no para poner un restaurante. La academia, cuyas oficinas se encuentran hoy en un edificio alquilado, está en espera de los permisos para iniciar la construcción de su sede definitiva en Coyoacán, y mientras tanto, ha tenido que realizar sus sesiones de manera itinerante, al no poder echar mano de su histórico edificio. Y lo que es peor, todo su acervo bibliográfico y los objetos que integrarán su museo interactivo permanecen en bodegas, por falta de espacio. Un académico me ha confiado que la mejor palabra que define la situación es española: “Son unos caraduras”.
Muchas generaciones de mexicanos ilustrados deben agradecer al escritor, filósofo, traductor, catedrático y crítico literario español Federico Álvarez Arregui su generoso magisterio durante años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde fue uno de sus pilares docentes y de quien aprendieron grandes lecciones apenas inscritas en los libros. Y es que el maestro Federico era sabiduría en voz viva, lucidez en estado puro y un compendio de pedagogía humanista que sabía transmitir en cada café que compartía con sus alumnos. Exiliado por la Guerra Civil española con apenas 13 años, tras una estancia en Cuba arribó a México en 1947 y, desde entonces, su dedicación y entrega fue por México. Nunca quiso reconocimientos y huyó del oropel y los homenajes. En 1971 volvió a España como mexicano para dirigir la filial del Fondo de Cultura Económica y en 1982 regresó de nuevo a México para instalarse definitivamente en la cátedra, en cuya tarima, por amor a la transmisión del conocimiento, se dejó la vida. Su testamento queda resumido sobre todo en dos obras capitales: las memorias de Una vida. Infancia y juventud y La respuesta imposible, una reflexión sobre la herencia de la modernidad (racionalismo, experimentalismo, sensibilidad, laicismo, progreso) con todo lo que la ciencia ha traído de su mano (física nuclear, biología molecular, electrónica, relatividad cósmica, etc.). Ahí queda eso.
TRANGRESIONES, UNA REVISTA LITERARIA A CONTRACORRIENTE
En 2003 el escritor Gustavo Sainz, un brillante novelista que se largó de México harto de las batallitas que le exigían dedicarse a la literatura en un país donde las mafias culturales te hundían o encumbraban a capricho, fundó junto con el fotógrafo y editor Alejandro Zenker la revista Transgresiones, con el propósito de ofrecer una perspectiva diversa sobre la cultura a través de la escritura reflexiva, ética y libertaria. El proyecto naufragó muy pronto, pues cuando apenas llevaban publicados tres números, Sainz tuvo que apartarse de la edición al diagnosticársele una enfermedad que finalmente le provocó la muerte. Con todo, dejó la semilla en su socio, quien casi tres lustros después de aquella aventura buscó el apoyo de un impenitente periodista, Víctor Roura, que tras su paso por las secciones culturales de algunos de los más prestigiosos diarios mexicanos (unomásuno, La Jornada o El Financiero) y la empresa de algunos proyectos editoriales que tras muchos esfuerzos por mantenerse a flote al final zozobraron (Las Horas Extras, De Largo Aliento o La Digna Metáfora), ha asumido la dirección de la nueva época de Transgresiones, y va ya por su cuarto número ofreciendo a sus lectores, a pesar de una periodicidad irregular, buenos y variopintos contenidos en sus más de ochenta páginas, tratando de dignificar en todo momento la palabra impresa, lo que es muy de agradecer en estos tiempos de digitalización a toda costa, y con una férrea actitud crítica ante las veleidades y trampas del poder. Salud para ellos.
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