El Festival de cine San Sebastián ha decidido otorgar este año uno de sus premios honoríficos a David Cronenberg, el genial creador de obras como Shivers (Vinieron de dentro de…,1975), Videodrome (1982), The Fly (La Mosca, 1986), Naked Lunch (El alumerzo desnudo, 1991), Crash (1996)… Perfectamente podríamos citar la totalidad de su filmografía y cualquier elección corresponde más bien a criterios de economía del discurso que no a afinidades subjetivas.
Ahora bien, para muchos, incluso para el propio Cronenberg, toda su filmografía configura un enorme mosaico que verdaderamente remite a la misma película, pero deslizada hacia otro terreno o narrativa. Sus obsesiones son las mismas, y las preguntas se reiteran a lo largo de su obra. Lo que varía es el modo de abarcarlas, de aproximarse a ellas y su tentativa de abordarlas. Sin embargo, hay un momento en su trayectoria en que se le hace evidente que ha llegado a un cierto paroxismo discursivo: cuando finaliza Videodrome (1982), Cronenberg siente un agotamiento intelectual sin precedentes, como si hubiese alcanzado un tope creativo de difícil resolución, al movilizar todo su talento en Videodrome y no tuviese más reservas creativas para hilvanar otra historia. Es ahí donde rápidamente acepta material ajeno (The Dead Zone, 1983, obra de Stephen King, o bien The Fly (1986, obra de George Langelaan —1957— así como remake de la película de Kurt Neumann —1958—). Algo en su manera de entender el cine y su carrera se estaba trastocando y, de ahí, la necesidad de emplear material ajeno, afín, eso sí, a sus inquietudes y reflexiones.
Es en este punto de viraje artístico donde entra la relevancia de Dead Ringers (Inseparables, 1988) en su filmografía. En concreto, con ella puede persistir en sus indagaciones acerca del cuerpo, la identidad, confusión realidad-ficción, muerte, parasitismo, parentalidad…. pero desde un terreno aparentemente diferente del que hasta entonces parecía ser el suyo más propio. Dead Ringers es, sin dudarlo, la película que significó (Fast Company aparte) la disrupción formal en su filmografía, y aquella que lo conducirá hacia espacios y tratamientos formales más sofisticados y claustrofóbicos, que posteriormente desarrollará en M. Butterfly (1993), Crash (1996), Spider (2003), A History of Violence (Una Historia de Violencia, 2005), Eastern Promises (Promesas del Este, 2008) o Cosmopolis (2012). Asimismo, en ella se culmina un viraje temático relevante, que inicia en 1979 con The Brood (Cromosoma 3), donde, entre otras muchas cosas, lo mental pasará a tener el mismo estatuto ontológico, la misma relevancia, que la corporalidad.
Ahora bien, el proyecto de Dead Ringers tiene un recorrido peculiar: a fines de los setenta, la historia de los hermanos Marcus (Stewart y Cyril), ginecólogos de profesión, hallados muertos en su piso en extrañas circunstancias (se dice que su muerte se debió al síndrome de abstinencia prolongado….) y en unas condiciones eminentemente sórdidas y descorazonadoras (se los encontraron en estado de descomposición, uno abrazado al otro, en el lecho, envueltos en un ambiente de caos y desintegración absolutos…), fue toda una sensación. La historia rápidamente se convirtió en goce sensacionalista para la masa y, en 1977, Bari Wood y Jack Geasland escribieron la novela Twins, que se basaba, en buena parte, en las circunstancias acaecidas a los hermanos Marcus. Norman Snider, amigo personal de Cronenberg (uno de los protagonistas de su “película olvidada”, Secret Weapons, en 1977) le puso sobre aviso en 1981 del interés en escribir algo sobre dichos sucesos. A Cronenberg le encantó el proyecto y se sumó rápidamente al mismo, involucrándose en la búsqueda de financiación, así como en la redacción del guión. No obstante, a partir de ahí, se inicia el carrusel de obstáculos. Divergencias creativas entre los implicados en el proyecto, productores medrosos y huidizos… El proyecto fue pasando por diferentes productores y compañías, eincluso llegó un momento en que Dino de Laurentiis, tras el fracaso de hacer el proyecto de Total Recall (Desafío Total) con Cronenberg, aceptó producir Dead Ringers, con un presupuesto que no superase los 10 millones. Incluso fue quien le proporcionó la idea, al tener un hermano gemelo, de que uno fuese más sensible e inseguro que el otro; que Elliot, el más confiado y seguro, ceda las mujeres a Beverly, más tímido y miedoso. Finalmente, en 1988, tras comprometer a las compañías Morgan Creek, creada por Joe Roth en asociación con Jim Robinson, y Rank Films, por fin pudo sacarse adelante el proyecto.
Dead Ringers significó una (aparente) ruptura estilística y narrativa en el cine de Cronenberg. Paradójicamente, pese a contar con una puesta en escena convencional, fue la película en que, hasta entonces, Cronenberg empleó más efectos especiales (cámaras computerizadas de movimiento controlado para captar la duplicidad de Jeremy Irons). Ruptura, sin embargo, aparente, porque en realidad no trastocó nada el tono de su filmografía. Más aun, Dead Ringers es una película oscura, sórdida, compleja, visceral, pero en un sentido más sofisticado y conceptual de la palabra. Es una película sobre la muerte, la adicción, acerca de la maternidad y sus problemáticas, pero también sobre el amor imposible, las perversiones y obsesiones. Tanto los primeros lectores del guion como aquellos que asistieron a sus pases de prueba en el proceso de posproducción coincidían en la oscuridad opresiva de la película. Tal vez fue su película más oscura hasta entonces (y para muchos todavía continua siéndolo).
Y es que no podía ser de otra forma. Historia sobre el derrumbamiento vital de unos hermanos que necesitan alienarse en otro cuerpo para poder desarrollar su amor mutuo. Historia de amor narcisista, sutil y fina, de unos gemelos que en realidad son dos almas, dos psiques, atrapadas en un mismo cuerpo, pese a su carácter duplicado, de doppelgänger (son hermanos idénticos físicamente, todo lo que suceda en un organismo tendrá sus repercusiones en el del otro, como afirman en varias ocasiones…). Habría que darle la vuelta al slogan de la película (“Una misma alma atrapada en dos cuerpos”) puesto que lo que hay son dos mentes atrapadas en un mismo cuerpo, corporalidad separada especularmente en lo físico pero unida en un nivel fantasmático, profundo, abismal, de ambos (el sueño que tiene Beverly o la historia de los siameses Chang y Eng dan buena prueba de ello). De ahí que les resulte imposible su relación con Claire (y con cualquiera) y que esta sea concebida como el parásito que roe, en las profundidades físicas de cada uno, su unidad, buscando separarlos, y por consiguiente destruirlos, definitivamente. Y es en este punto parasitario de Claire donde se hace más evidente la continuidad de Dead Ringers con sus obras precedentes: ella es el virus que contagia y parasita el cuerpo de los Mantle para, progresivamente, degradarlos, conducirlos hacia una nueva manera de entender la afectividad y sexualidad y, finalmente, alojarlos en la locura y la autodestrucción.
Mención aparte para la actuación de Jeremy Irons. Se sumó e implicó en el proyecto desde el periodo de incertidumbre del mismo. Su trabajo es sencillamente impecable. Y eso que no era fácil, ya que podía haber caído en el histrionismo o maniqueísmo. A base de sutilidades, detalles, minucias, construye las divergencias de las dos personalidades, sus obsesiones y perversiones, asimismo que moldea ambos cuerpos desde lo casi imperceptible (ligero cambio del peinado, posición corporal más adelantada de Elliot y más atrasada de Beverly…). Todo ello lo hace de una manera que sitúa su actuación en un lugar que va más allá de lo descriptible.
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