Fotos del artículo: Eduardo Martínez Rico
Ignacio Díez es catedrático de Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid, pero también estudió Derecho, aparte de Filología. Se doctoró con una tesis sobre la poesía de Diego Hurtado de Mendoza. Entre sus especialidades académicas están la literatura del Siglo de Oro, la del siglo XX, Francisco Umbral, Luis Cernuda, Cervantes, la poesía erótica, el mercado editorial y el best-seller.
—¿Para ti qué es un libro?
—Para mí un libro es la mejor forma de saber, de aprender, de relacionarte con casi todo. Yo no concibo la vida sin los libros. Es un elemento esencial de la vida.
—¿Tú qué crees que buscan las editoriales, hoy en día?
—Yo creo que todos tenemos una imagen muy idealizada de casi todo, y de los libros y de las editoriales también. Probablemente las editoriales siempre han buscado lo mismo: son negocios, es una industria, tienen que vender… Pero es verdad que la sensación que todos tenemos, o que por lo menos tengo yo, es que antes además de vender, que es esencial, se buscaban otras cosas, y que ahora sin embargo el llamado mercado editorial ofrece productos, al menos los que yo veo.
—¿Sueles ir a las librerías?
—Antes iba mucho a las librerías, me encantaba ir, y desde hace ya algún tiempo no voy, no me interesa lo que veo. Si rebuscas y sabes lo que quieres sigue habiendo cosas muy interesantes, pero en general lo que ves en los escaparates y en el catálogo de la editorial es lo que llaman los periódicos con mucho sentido del humor “Novedades”, que no tienen mucho interés, que significan a menudo volver sobre las mismas historias, tener una fórmula y conseguir que aquello funcione. A mí eso no me interesa.
—¿Y qué busca el lector?
—Yo creo que tradicionalmente el lector, la persona dedicada a leer, lo que buscaba en la mayoría de los casos era una historia que le atrajera, que le gustara, que le entretuviera, pero yo creo también que en la lectura lo que descubríamos todos es que tú cambiabas, madurabas, crecías… no sé cómo expresarlo, pero era más que mera diversión. La diversión sin más era algo que se olvida, que pasa, y yo he caído también en varias cosas de éstas, es inevitable. Algunas te divierten, y si la diversión es muy intensa te compensan. Pero generalmente un libro que sólo te divierte te deja un poco vacío. No sólo un libro, una película, cualquier cosa que sólo te divierte es un poco frustrante, me parece a mí.
—En el fondo es como si jugara contigo, como si te convirtiera en un mero objeto.
—Sí, eso es. Tú entras dentro de un sistema y el libro, que también es un objeto, te convierte a ti asimismo en un objeto. Tú eres un consumidor, que es lo que se dice ahora, y lees una historieta, y lo más que puedes decir es “me ha gustado”, “no me ha gustado”. Pero yo entiendo que la lectura es una forma con muchas más posibilidades para relacionarte con todo, no sólo que te guste, que está muy bien que te guste, claro, pero que sea algo que te permita entender algo más sobre el mundo, sobre un tema, en fin, sobre ti mismo.
—Es una forma de crecer, como decías antes.
—Sí, por supuesto, es un crecimiento. Es como un abono, comparándonos con plantas —ríe el profesor Díez—: si te dedicas a leer cosas que te sientan bien está claro que creces, que te transformas, sin duda.
—Dicen las encuestas que en España se lee poco. ¿Por qué crees que es eso?
—Las encuestas también dicen que poco a poco se va ganando el pulso, y que el porcentaje de gente que nunca leía un libro, que era altísimo, se va reduciendo lentamente. Y yo creo que se dan varios factores: uno es que nuestro país, aunque parezca una frivolidad, tiene otras posibilidades también muy interesantes, como la vida social, muy intensa; un buen clima, puedes hacer montones de cosas… además de leer. Entonces los países del Norte de Europa, o los países con mucho frío, son los que tienen muchísimos lectores, con muchas horas de oscuridad, encerrados en sus casas. No me parece el ideal precisamente ése. Yo entiendo que la lectura no debe ser para soportar el invierno, o para soportar una sociedad de gente que no quiere o no sabe tratarse.
—¿Hay otros factores?
—Efectivamente en nuestro país hay otros factores. La dictadura de Franco, por ejemplo, me parece que todavía pesa mucho. Hay mucha gente que llegó tarde a la escolarización, y en sus casas no ha tenido la oportunidad de ver a sus padres o a sus abuelos leer, probablemente porque no podían, o tenían que ganarse la vida, o la lectura ha sido una actividad peligrosa. Yo creo que eso también ha pesado. Y un tercer factor, podría ser, yo diría que nuestro país ha sido tradicionalmente menos civilizado que otros de nuestro entorno. Pienso en Francia, en Inglaterra, incluso en Italia.
—¿Cómo se ve la lectura en España?
—Aquí la tradición histórica es que leer es una pérdida de tiempo. Seguramente todo el mundo que tiene una cierta edad en algún momento ha oído que alguien le decía: “¿Qué haces? ¿Estás leyendo? ¿Y qué lees? ¿Y por qué lees, y para qué lees? Es una pérdida de tiempo.” O “¡cuánto tiempo tienes!”. No sé. Leer es vital, tan vital como otras cosas.
—Yo te oído a ti alguna vez decir que leer es un gran placer.
—Sí, claro, es un gran placer, sin duda. Pero hay muchos tipos de placeres, y todos los placeres relacionados con las artes… como el cine o la literatura, pueden ser muy grandes. Además de un gran placer la lectura tiene más cosas, aunque yo creo que uno llega a la lectura porque es un gran placer.
—Mi impresión es que los poderes no tienen mucho interés en que pensemos, y que leer sirve en gran manera para pensar.
—Sin duda. Al menos servía. No sé si ahora leyendo estas obras compuestas por un equipo de gente que trabaja en una editorial y que te va dando lo que tú quieres escuchar… eso te ayuda a pensar. Pero en todo caso el acto de leer, dicen los que saben de esto, es un acto neurológicamente muy interesante; es un esfuerzo, es entender las cosas de una manera diferente. Sólo el acto de leer. Si además lees algo que tiene interés, que te plantea interrogantes, que te ayuda a pensar, pues por supuesto que sí. Para mí el acto de pensar, de decidir, de tener criterio está muy ligado al leer. Yo tenía un amigo, muy divertido, un tipo culto, pero al que le gustaba mucho provocar, y decía que él no leía porque cuando leía no pensaba, que se limitaba a recibir lo que decía alguien.
—¿Qué piensas sobre eso?
—Yo creo que mi amigo se quedaba en un nivel muy básico, muy académico, vamos a decirlo así, porque leer siempre supone una reacción. A ti te pasará; cuando lees estás reaccionando, si te gusta, o no, te da ideas… que compartes o no, que te lleva a otras ideas. Pero está claro que leer te proporciona un montón de información, de materiales… con lo que tú puedes hacer muchas cosas, más de lo que te dice el libro. Es una inyección de ideas, y está íntimamente unido a pensar.
—Tú eres profesor, y nunca has querido escribir creación, que yo sepa. ¿Por qué?
—Considero que no estoy dotado. Tengo un convencimiento muy profundo de que no sirvo para escribir. Nunca lo he intentado. A lo mejor es un prejuicio, un complejo, no lo sé. Pero quizá la verdadera razón es que no tengo tiempo; llevo una vida como muy poseído por un montón de obligaciones de mi trabajo, y no he tenido tiempo de desarrollar ningún proyecto. Alguna vez he intentado escribir algún poema, pero la escritura de un cuento, de una novela… en fin, lo considero fuera de mi alcance. Sinceramente.
—¿Cómo debe ser un buen profesor?
—A riesgo de parecer muy pesimista, si hablamos de que los libros ya no son como los de antes, yo creo que lo de enseñar ahora tampoco es como antes. Si históricamente había unas ideas muy claras sobre cómo debía ser un buen profesor, ahora mismo considero que todos nos encontramos en un momento de muchísima confusión, y resulta más difícil responder a esa pregunta.
—¿Pero tú qué piensas?
—Moviéndonos en un nivel muy general, el buen profesor es el que ayuda a los estudiantes a descubrir cosas nuevas, y también les ayuda a conocerse a sí mismos, desde el punto de vista de las letras, porque yo no soy un profesor de ciencias. Supongo que en las ciencias tienes que conocer unas técnicas y hacerte con unos conocimientos muy precisos. Pero desde el punto de vista de las letras, en sentido amplio, el estudiante de letras lo que aprende es a entender el mundo y a entenderse a sí mismo. El buen profesor, naturalmente, es el que evita todos esos prejuicios, todos esos problemas de antes, de memorizar, de repetir, de aburrir… Eso no tiene cabida en una clase; tienes que ser un estímulo para que la gente llegue a otro punto. No necesariamente al tuyo, claro, a otro.
—¿Y cómo era el mejor profesor que has tenido?
—He tenido muy buenos profesores. Yo lo que recuerdo de los buenos profesores es que me abrían mundos que yo no conocía y que seguramente sin ellos no habría llegado a conocerlos. Sin entrar en detalles de esos escabrosos de la técnica académica profesoral, eran gente que me abría perspectivas, de una manera además muy amable. Yo no identifico al buen profesor con el autoritario, todo lo contrario, eran gente que sabía lo que decía y te abría ventanas, muchísimas.
—¿Qué te sugiere la palabra “Universidad”?
—Para mí la Universidad era algo muy importante. Si te mueves en el terreno del tópico, “el templo del saber”. Yo creo que durante una época lo fue realmente, en fin, con todos sus defectos, con todos sus problemas, que son muchísimos, pero lo que aprendías en la Universidad era muy difícil o imposible aprenderlo en otros sitios. Para mí ha supuesto muchísimas cosas; es aprender a ser tú, a entender el mundo, y descubrir… En fin, cuando tienes una curiosidad casi infinita la Universidad te ayudaba a satisfacerla. Ahora es una fábrica de titulados.
—¿Cómo es ahora?
—Es otra cosa. El modelo ha cambiado, y a pesar de que muchos empresarios se quejan de que la Universidad no forma a buenos trabajadores, yo creo que es un error limitar el papel de la Universidad a formar trabajadores, o técnicos, o científicos, de cara a desempeñar un trabajo. Los años que pasas en la Universidad son muy importantes para un joven, y además de aprender eso, que en muchos casos es muy importante, tienes que aprender algo más. La Universidad ahora no lo hace, no lo consigue.
—Una de tus especialidades es el best-seller. ¿Para ti un best-seller puede ser un gran libro?
—Yo durante mucho tiempo estuve convencido de que eso era así, y estuve trabajando para escribir un libro sobre los best-sellers que los reivindicara. Y luego me di cuenta de que si era un libro que después se había convertido en un best-seller de manera accidental, pues por supuesto que podía ser un gran libro. Pero si estamos hablando de la máquina de creación de best-sellers que hay ahora en la industria editorial, no, los best-sellers que fabrica esa industria rara vez son grandes libros.
—¿Qué son?
—Es otro tipo de texto. Pero claro que puede ser un gran libro un best-seller al que se le descubren una serie de valores. Sin embargo, si hablamos del best-seller que quiere vender miles y miles de ejemplares en un año, por ejemplo, es muy difícil que sea un gran libro. No es imposible, pero es difícil. Tiene que tener una prosa simplona, tiene que tener una trama accesible, los personajes tienen que ser a menudo de cartón piedra… porque si buscas eso es casi una ley física: si quieres llegar a un número amplio de lectores el texto tiene que estar al alcance de esos lectores, naturalmente a no ser que tengas muchísimo genio, que a veces ocurre, y el libro es simple. Hay quien consigue hacer otra cosa, pero eso no está al alcance de cualquiera.
—Es cuadrar el círculo.
—Sí, claro, son las dosis de técnica y de arte. Si eres un verdadero escritor, un buen escritor, ¿por qué no vas a conseguir un texto, como se decía antes, con diferentes niveles de lectura, que pueda leer alguien con un nivel muy elemental y lo entienda, pero que el libro tenga otras implicaciones que otros pueden valorar? Eso se puede conseguir. No es fácil.
—Pero quizá pierdes calidad.
—Sí, claro, la calidad es un concepto también peliagudo. ¿Qué es eso de la calidad? Todos hemos hablado de la buena prosa, del buen estilo, pero ahora, en 2023, son conceptos muy idealistas, incluso yo diría que decimonónicos. Es posible que posteriores. ¿Qué es la calidad? La calidad entiendo yo que se puede conseguir teniendo a lo mejor un estilo no tan brillante. Esas discusiones sobre la prosa sonajero…
—¿A qué te refieres?
—Depende de lo que escribas, pero no hace falta tener una prosa demasiado llena de metáforas, muy alambicada, o frases muy largas, aunque a mí ésa es la literatura que me gusta, tengo que reconocerlo, más que la otra. No hace falta tener eso para conseguir una obra de calidad. La literatura sigue teniendo un componente misterioso, y a veces con frases muy sencillas, o con una trama muy sencilla, con personajes supuestamente sencillos, puedes conseguir un texto con mucha potencia. Con calidad, si quieres.
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