Siempre se ha referido al miedo al lienzo en blanco o al papel en blanco para aludir a ese momento previo a la creación. La idea todavía no está y el soporte claro espera a ser manchado con grafías o caligrafías. No obstante, quien aquí escribe prefiere pensarlo como ese momento oscuro o sombrío previo a la “creación” entendida como el nacimiento de algo original de la nada. Cuando el universo estaba en penumbra y, de pronto, brotó la primera luz. Un primer elemento rompió con la tenebrosidad. ¿Y qué es un creador sino un encendedor de luces? Ya sea la metáfora-bombilla de ese “Eureka” dicho por Arquímedes saliendo de su bañera o ese chispazo o señal eléctrica entre neuronas transmitiendo una idea feliz desde nuestro sistema nervioso. Es decir, blanco sobre negro en lugar de negro sobre blanco —y, en cualquier caso, nunca negro sobre negro o blanco sobre blanco (la nada, aunque Malévich nos demostrase con ello una genialidad propiciadora de un avance en el arte)—.
Ha hecho muy bien Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) titulando su nuevo libro Las estrellas son los aforismos del cielo, pues sus ideas felices, sus chispazos alumbradores, reclaman esta interpretación para la escritura: iluminar la negrura con destellos. Una frase que es en sí misma un aforismo —la podemos encontrar dentro del libro— cargado de visualidad. Es lo hechizante de la escritura, su capacidad para sugerir imágenes. La ilustración de la portada del libro —realizada por Estevão Ferreira— bien lo representa e, incluso, podría hacerlo una cartulina negra salpicada de gotas de lejía. El blanco destiñendo lo oscuro, apoderándose de él. Su potencial corrosivo pero a la vez luminoso, como la personalidad estilística de Eder. Ello nos lleva al humor como síntoma de inteligencia. Y es que resulta más difícil hacer reír o sonreír en literatura que escribir con tono serio e incluso dramático. Eso nos habla del buen uso del intelecto en quien lo consigue.
Eder matiza: “a pesar de su amenidad debida al humorismo que les caracteriza siguen siendo minoritarios porque este tipo de aforismo hace pensar. La mayoría de la gente huye del pensamiento y más que pensar lo que quiere es o contrario, distraerse”. Es por ello que el oficio del escritor y, por ende, del pensador, es solitario, en su concepción y recepción. Para lo primero, hace falta distancia, objetividad o perspectiva, ver las cosas claras y nítidas para emitir opiniones certeras sin miedo a errar. Esto es lo que hace Eder como cultivador de aforismos, representando con este volumen a un emisor de astros en las alturas. Desde su posición privilegiada, observa ese mundo habitado por hormigas —lo contrario a las estrellas por terrenas, aunque igual de diminutas vistas desde esa posición humana—.
Hablar del aforismo actual en español supondrá obligadamente referir a Ramón Eder, pues, a diferencia de otros escritores de dentro y de fuera de nuestro país, el pamplonés se ha dedicado plenamente a este género en los últimos años. Así lo resalta José Luis Morante en su antología recientemente publicada Paso ligero. La tradición de la brevedad en castellano (siglos XX y XXI) (Ediciones La isla de Siltolá). En concreto, Eder apuesta por el “aforismo irónico” que define así en el prólogo: “es un pensamiento de una especie de filósofo con sentido del humor que está escrito con la sensibilidad de un poeta que escribe textos breves por cortesía con sus lectores”. Eder da una gran importancia al aforismo, situándolo a la altura de la poesía e incluso considerándolo, en continuidad, un testimonio de vida: “Si escribes prácticamente todos los días algunos aforismos acabas llevando sin proponértelo una especie de diario de lo que piensas”. En esencia, lo fundamental que debe albergar la vida de un autor que se precie lo verterá en su trabajo aforístico, debiendo ser “un especie de mezcla de filósofo sin sistema, un poeta lacónico y un humorista consumado”.
Publicado por Renacimiento en su colección Los cuatro vientos, Las estrellas son los aforismos del cielo tiene apariencia de firmamento, capaz de contener en su espacio multitud de estrellas aforísticas. Unas cerca de otras, por su similitud, pueden constituir constelaciones o temáticas. Así, por ejemplo, los aforismos de este libro pueden agruparse en grupos según lo tratado:
Los habrá de tipo político: “No habrá que olvidar nunca que vivir en una democracia, aunque sea imperfecta, es un privilegio”; o “En épocas sectarias suelen existir amistades basadas en el acuerdo de hablar de todo excepto de política”. También éticos o morales: “Uno puede estar secretamente orgulloso de no haber hecho ciertas canalladas en la vida que estuvo a punto de hacer”; o “Es muy difícil vivir sin hacer daño a nadie pero hay que intentarlo”. Estarán los filosóficos —en relación con los anteriores—: “No hay peor crimen que morirse sin haber vivido”; o: “A partir de cierto grado de evolución y de apariencia humana habrá que ser respetuoso con los futuros robots”. Igualmente destacan los anímicos: “Bostezar está infravalorado cuando puede ser la prueba de que alguien está en paz con el universo”; o: “Estar triste en verano es una especie de pecado contra la alegría“.
En referencia al propio ámbito de lo literario —los aforismos “metaliterarios” podría decirse—, estarán los referentes a la lectura (“Los libros que nos gustan mucho hay que leerlos más de una vez”; o: “Los que no han leído casi poesía suelen ser lectores que no saben leer entre líneas”) y a la escritura (“Los novelistas, a veces, tienen la genialidad de empezar la casa por el tejado”; o: “Al escritor que se impone ser políticamente correcto, por miedo, se le nota enseguida porque escribe como encorsetado”). También estarán los que podrían denominarse “meta-aforísticos” —que no “metaforísticos”, eso sería un neologismo con un significado bien distinto—: “Ya va siendo hora de que en las librerías haya una sección dedicada al aforismo”; o “Después de leer un excelente aforismo hay que levantar la cabeza”. Habrá incluso aforismos que constituyan en sí mismos un pequeño relato o cuento: “El secreto de un aristócrata arruinado que tiene que alquilar un frac para asistir a una fiesta importante es cómico o patético”.
Todo ello lo embriaga el sentir estético predominante de un escritor que reivindica la belleza como forma de agradecimiento por lo que nos regala la vida, criticando por contra el mundo y sociedad actuales: “Es difícil no tener la sensación de que vivimos en Occidente en una época privilegiada pero también vacía y vulgar en la que incluso los mitos y los héroes son, casi todos, anodinos y repelentes”.
En definitiva y en palabras del autor, los aforismos “pueden tratar cualquier tema porque nada les es ajeno”. Eso sí, precisan de un alto grado de depuración, motivado siempre por el nivel de exigencia y autocrítica del plumífero. Lo explica el propio Eder: “Todo escritor, y el aforista es un tipo de escritor, […] tiene que leer y releer mucho, tiene que pensar y darle muchas vueltas a las ideas, tiene que ver y contemplar la vida, tiene que imaginar, tiene que perfeccionar su estilo, tiene que desarrollar la intuición, tiene que perfeccionar la música de sus frases, tiene que leer lo escrito en voz alta, tiene que tachar y eliminar muchas cosas que escribe y debe encontrar una voz propia”. La experiencia sin duda será un grado, pues en el ejercicio del oficio está la virtud. Solo así se llegará a la cercanía de lo trascendente: “Los buenos aforismos son pórticos que nos llevan a la inminencia de una revelación que parece muy importante y ahí nos dejan, que no es poco”.
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Autor: Ramón Eder. Título: Las estrellas son los aforismos del cielo. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros
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