«A menudo nos preguntan a los escritores, en los encuentros con los lectores o en las propias entrevistas periodísticas, por los autores contemporáneos o clásicos que preferimos y que recomendaríamos a otras personas como lectura. Siendo imposible por generalista —y porque con el tiempo nuestros gustos literarios van cambiando, como es lógico— responder a esa cuestión, cuando me he visto impelido a hacerlo he citado casi siempre a Lars Gustafsson”. —Julio Llamazares, en El País.
Zenda publica las primeras páginas de Imágenes de Suecia, de Lars Gustafsson (Nórdica Libros).
SUECIA EN EL MAPA
Este país puede a veces parecer un poco largo de más. En los libros de texto de nuestra infancia se representaba una especie de Suecia «normal» en la que crecían manzanos y ciruelos y donde había ríos que nos tocaba recitar de carrerilla cuando la maestra nos lo pedía: Ätran, Niskan, Lagan, Viskan. Los autores de este libro, compuesto en gran medida de retazos, vivencias propias en su mayor parte, frisábamos en la treintena cuando nos dimos cuenta de que había ríos, en la Suecia más septentrional, con un cauce igual al del Danubio y mayor que el del Loira, y tan caudalosos como el Rin, que reducían esos ríos de los libros de geografía a pequeñas y agradables corrientes de agua, aptas para remar plácidamente y pescar con lombriz.
Lo mismo podría decirse de los numerosos lagos: un buen día de verano el Mälaren y el Hjälmaren se llenan de blancos veleros, barcazas cementeras y lanchas motoras. En un día parecido, en el Stora Lulevatten o el Torneträsk apenas se dejan ver un velero o una estela.
Este país es tan notable que ni siquiera sus habitantes lo conocen especialmente bien. Cuando Carl von Linné parte rumbo a Laponia una bonita mañana a principios del verano de 1732, esta misión real es en sí misma una expedición en terreno desconocido, de igual naturaleza, en principio, que las travesías de Peter Forsskåhl y Anders Sparrman hacia las zonas exóticas del mundo.
Ya no son las cosas como en tiempos de Linneo, pero al viajero solitario le queda muchísimo por descubrir, y los autores de este libro somos los primeros en reconocer que esto también se nos aplica a nosotros. El estudio tanto de la historia como de la geografía constituye una tarea demasiado grande para una sola vida. E incluso para dos, como ocurre en este caso.
Nos limitamos a contar nuestras propias vivencias. Esto incluye también los libros que hemos leído y las conversaciones que hemos mantenido. Hemos decidido no indicar quién ha escrito qué, y nuestra ruta avanza desde la Suecia meridional hasta su parte más septentrional, con excursiones bastante amplias hacia el este y el oeste, e incursiones en la literatura sueca. Los lectores, que esperamos que se sientan a gusto, encontrarán en estas páginas pocos juicios de valor, más allá de los evidentes. Pero si hay uno que esperamos que quede claro es que si no creyéramos que Suecia es un buen país en el que vivir, entonces no viviríamos aquí.
Agnet A Blomqvist y l Ars gustAfsson
SämsHerrgård, municipio deTanum, 3 de agosto de 2012
EL SUR DE SUECIA
Como una red de telarañas negras
cuelgan las ramas que gotean.
En la noche muda de febrero
desde las sendas y piedras del valle
canta suavemente, suena, flota
el murmullo de un manantial.
En la noche muda de febrero
llora quedo el cielo.
Vilhelm Ekelund (1880-1949)
Las provincias del sur, Escania, Halland y Blekinge, anexionadas al reino de Suecia ya avanzada su historia, con el Tratado de Roskilde de 1658, y que hasta mucho tiempo después continuaron siendo objeto de disputa, nos siguen aún hoy resultando sutilmente extrañas a quienes venimos de las provincias que circundan el Mälaren. Y más aún, quizás, a los oriundos de las provincias del norte.
Para nosotros una noche de febrero es, por lo general, muy oscura, muy fría y con los campos cubiertos de un polvo de nieve que el viento arrastra en siniestros remolinos o, dicho en una palabra, ese Niflheim con que nuestros ancestros del norte reemplazaron un Infierno demasiado cálido y cómodo para sus propósitos. En la llanura de Escania, sin embargo, es posible encontrar la noche de febrero en ciertos años bajo el llanto quedo de las nubes.
Pero no siempre es así. La planicie que se extiende entre Skanör y Lund puede ser en enero, y hasta principios de febrero, un invierno de ventiscas de nieve. Las mujeres parturientas solo pueden llegar hasta las salas de maternidad en tractores oruga, las granjas remotas tienen que aguardar durante días a que se vuelvan a abrir las carreteras que conducen hasta ellas, e incluso entonces en medio de varios metros de nieve. Para lograr ver montañas de nieve de ese calibre en esa época del año habría que ir normalmente hasta Kiruna, o puede que hasta Umeå.
Luego llega la primavera. El avión procedente de Bromma se endereza bruscamente en la aproximación para esquivar un águila, dice el capitán. Al fondo se ven unos gansos salvajes rumbo al norte. La nieve continúa esparcida de forma irregular a la vez que los hayedos empiezan a cambiar de color.
Venir a Escania suponía siempre, en mi juventud, poco menos que viajar al extranjero. Por las tierras brincan, en lugar de liebres, vivarachos conejos silvestres. Hay hayedos en lugar de pinos y abetos, casas pintadas de blanco y no de rojo Falun, castillos en lugar de casonas, cenas opulentas y no las costumbres ascéticas de los círculos filosóficos de Uppsala en torno a 1958, filosofía continental y no la de Cambridge, Oxford o Chicago. Cuando en el Lund de los cincuenta se alargaban los seminarios, los asistentes se iban al bar del espléndido y viejo Grand Hotel; en Uppsala, a la cafetería de Kajsa en Drottninggatan.
En verano grandes partes de Blekinge y Halland parecen jardines si uno las compara con el cinturón boscoso serio y sumamente monótono del norte de Europa. Aquí hay plácidas playas arenosas y pueblos costeros como Torekov y Båstad, repletos de idílicas villas de veraneo, en su mayoría propiedad de una pudiente clase alta.
Los contrastes sociales son muy acusados en el sur de Suecia. Aquí conviven latifundios como Värnanäs o Simonstorp, en mitad de los cuales no pocas veces se alza un enorme castillo de los tiempos del Imperio sueco, con tranquilas comunidades pesqueras como Borrby yTorekov, o con tumultuosos suburbios y su aislamiento social, como es el caso de Rosengård en Malmö, que al igual que otros barrios europeos similares se enfrenta a problemas de sobra conocidos. Juventud desarraigada, confusión lingüística.
Las granjas con tejado de paja, dispuestas en torno a un patio cuadrangular con un pozo en medio, se han convertido en una especie de símbolo de esta provincia. Pero uno no debería esperar encontrar a gente de Escania en todas estas granjas. Ya en los sesenta eran populares entre la gente de Estocolmo. Y la Backåkra de Dag Hammarskjöld también es algo así como un símbolo. A dicha granja se retiró el segundo secretario general de las Naciones Unidas, conocido por su carácter contemplativo, después de su paso por la sede de esa organización.
El sur de Suecia también cuenta con una tradición literaria propia, que se hace visible en algún momento de finales del XIX o principios del XX. Cuando August Strindberg huye de París, donde le parece que unas fuerzas ocultas amenazan y dirigen su vida, acaba en casa de un amigo en Lund y conoce de pronto la paz de esta pequeña ciudad trabajadora. Sus tranquilos habitantes parecen totalmente enfrascados en sus propios asuntos. Nadie le pide nada, y eso es justo lo que él necesita en ese momento.
«La aldea rural académica» es una expresión bastante común de la época de Vilhelm Ekelund. Algo de esa antigua atmósfera de Lund aún se puede respirar también en una tarde de verano de nuestro siglo. La esfera en el romántico jardín del obispo Agardh frente al singular museo Kulturen evoca el frondoso verdor de los olmos. En las calles serpenteantes se alternan esas casas cruzadas por paneles de madera y casas comunes. Desde el ático de Maggie los tejados de las distintas partes históricas de la ciudad, con sus diversos grados de inclinación, dan la impresión de ser la cara oscura de un cristal. El Grand Hotel, célebre lugar que acogió innumerables veladas y noches de ponche, se eleva hacia el cielo con su falsa torre gótica. Y los trenes expresos a Copenhague, al otro lado del parque, apenas interfieren con el zumbido esperanzado del bar.
Existe, sin embargo, otro Lund. La ciudad es rica y los precios de la vivienda en el casco histórico son prohibitivos.
Los grandes centros industriales de la innovación, surgidos de las profundidades de los laboratorios de la Universidad, bloquean a muchos las vistas de la llanura. Hay industrias farmacéuticas, de software, y tampoco cabe obviar la sede del imperio de los modernos cartones de leche: Tetra Pak.
En el corazón del Lund que hace honor a la palabra de la que deriva, que en sueco significa «arboleda» y que, según parece, fue precisamente en su día una arboleda donde se realizaban sacrificios y junto a cuyo manantial se levantó un altar, se yergue la imponente catedral románica. Lo que primero salta a la vista del visitante casual es, sin duda, el reloj astronómico, un monumento no solo a la brillante y sofisticada maquinaria de los tiempos de Fibonacci y Cardano, sino también al recalcitrante problema de dar con una fórmula matemática para medir el tiempo que concordara con la excepcionalmente imprecisa rotación anual del planeta. Como ocurre con todos los relojes decorativos, y con muchísimos de los ayuntamientos y catedrales del continente europeo, se produce aquí una procesión diaria de representaciones bíblicas, que bajo trompetas en alto completan con rigidez su marcha, empujadas por las poderosas pesas de plomo del reloj. ¿Qué es el reloj de muelles, con su funcionamiento caprichoso, condenado a corregirse constantemente con reguladores cónicos de la velocidad, en comparación con el mecanismo seguro e invariable del reloj de péndulo, regido únicamente por la gravedad, la más gris, sensata y fiable de las cuatro fuerzas elementales de la naturaleza?
El pozo me produce todavía más fascinación. Ese pozo profundo y oscuro, que ha de ser anterior a la era cristiana y, sin embargo, lleva una eternidad delimitando un lugar de culto, un bosquecillo sagrado.
¿Qué hay ahí abajo en la oscuridad?
«Organismos», responde un folletito muy informativo, Fauna y flora en la catedral de Lund, que ahora ya solo se encuentra en algunos anticuarios de las inmediaciones y en la imponente biblioteca de la Universidad. Nada más que organismos.
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Autor: Lars Gustafsson. Título: Imágenes de Suecia. Editorial: Nórdica. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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