Quien oficio tiene, su casa mantiene, dice el refranero popular. Infierno bajo el agua puede aplicárselo por partida doble, en tanto sostiene, como honrada serie B de terror que es, dos máximas cada vez más en desuso en el cine. Por un lado, la película del francés Alexandre Aja, surgido en la nueva ola de terror francesa de la pasada década y ya afincado creativamente en EEUU, no trata de ser más de lo que es, una «survival movie» que mezcla el cine de monstruos con el de catástrofes y ciertas notas y guiños a aquellas décadas en la que esos géneros fueron moda. Y por otra, siguiendo con el tema del oficio y la casa, toda ella transcurre en el interior de una vivienda asolada por peligrosos cocodrilos, a los que una hija y su desgreñado padre intentarán sobrevivir. Ambos, naturalmente, tienen asuntos personales que resolver y los cocodrilos que cohabitan con ellos no dejan de ser la encarnación con dientes, la imagen metafórica de ese «elefante en la habitación» (o, ejem, cocodrilo); el problema evidente pero a la vez imposible de abordar que existe entre ellos.
Digámoslo ya: Infierno bajo el agua figura en las páginas de Zenda porque es un trabajo audiovisual que funciona bien. El cine de monstruos parecía, hasta hace poco, reservado a humoradas televisivas como la saga Sharknado y la aquí presente, siguiendo la estela de otra poderosa y reciente muestra como Infierno azul (aquella vez con una malvada tiburona), la saca de ese profundo hoyo de menosprecio propio y ajeno para elaborar otro tipo de aventura que tampoco le va a reportar un especial prestigio a nivel crítico. La película de Aja no es que sea de terror, que lo es, es que osa mantenerse a flote con descaro sentimental y un sentido del horror «campy» indisimulado que, para los seguidores del director francés, no resulta en absoluto novedoso aunque no siempre despunte.
El argumento cabe en una línea: una joven acude al rescate de su padre, atrapado en la antigua casa familiar, en pleno huracán en Florida. Y ambos tendrán que sobrevivir al ataque de unos cocodrilos desorientados que han elegido su sótano como nuevo hogar… mientras el goteo de víctimas aumenta. Lo importante es que todo en la película de Aja versa todo el tiempo sobre cómo lidiar con cierta sensación de fracaso. Tanto Haley (Kaya Scodelario) como Dave (Barry Pepper, quizá una opción de casting inesperada pero finalmente defendible) acusan la pérdida, en el caso de ella de sus sueños profesionales y en el de él, vitales. Su odisea subterránea resulta agónica y además, teñida de amenaza: arrastrados por el barro, esa tesis sobre el «súperdepredador» que defiende la película no parece especialmente favorecer a la joven, que en un momento dado tendrá que sacar todas sus habilidades natatorias. La casa destrozada en la que sucede la acción, y que se cae a pedazos, acosada por seres que se arrastran y sordos, es un escondite tramposo del que hay que deshacerse más que un objeto a conservar. Infierno bajo el agua es una de esas películas destinadas a acabar entre regular y mal.
No intentaremos vender la película de Aja como una metáfora sobre la supervivencia de la familia como concepto, pero cojamos por donde cojamos la película, esa imagen funciona. El francés desembarcó en EEUU a lo grande hace ya un puñado de años con Las colinas tienen ojos, prodigioso remake de una de esas sucias películas de terror setentero y de autocine (en ese caso, del mismísimo Wes Craven) que prepararían el terreno para el esplendor del género en aquella década y la posterior. En Las colinas…, facturada y estrenada en plena ofensiva en Irak tras el 11S, el europeo vertió vitriolo sobre la institución familiar USA y los valores clásicos americanos con el enfrentamiento de dos familias, una urbana (pero con sus propias diferencias republicano-democrátas) y otra representante de esa América Profunda absolutamente atávica y animal, destinadas a atacarse, defenderse y destrozarse mutuamente en pleno desierto nuclear. Una metáfora de las turbulencias que recorrían entonces la espina dorsal de un país sumido en un estado de miedo. Infierno bajo el agua nace en otro contexto que la película decide ignorar en beneficio de sensaciones más puras. Hay, eso sí, otra reflexión más complaciente y optimista sobre la familia, pero tampoco tan buenista como parece: Aja parece querer matizar con sinceridad la exigente idea del triunfo, el apego a la propiedad y la unión de la familia perfecta como verdadera y única institución aportando simplemente flexibilidad, sentido común y de sacrificio al concepto original. Todo eso, la familia, la casa, el triunfo, ya no existe al principio de la película, de modo que se trata de adaptarse y sobrevivir, o morir.
Naturalmente, esto es cine de terror y no un insorportable drama europeo, y eso implica cocodrilos. La ironía la proporciona la «monster movie» en la que padre e hija se ven envueltos, y que está filmada con conocimiento, sentido del espectáculo y del humor. Infierno bajo el agua es mortalmente seria pero es absolutamente consciente de sus limitaciones y excesos, y en su humildad como producto (apenas 10 millones de presupuesto inmediatamente recuperados) brilla en todos y cada uno de sus aspectos técnicos. Aja es un maestro del panorámico, y la oscura y sucia fotografia del film permite que los lagartos surjan de cualquier esquina del plano. La música de sintetizador es absolutamente siniestra desde los primeros compases. Y el uso del sonido y la tensión es ejemplar, con escenas tan agónicas como la de la primera incursión de Haley en el sótano de la casa, insconsciente aún de los horrores que le esperan abajo. El segundo trabajo de terror acuático del director francés tras ese otro remake, Piraña 3D (donde, de nuevo, se atrevió a destrozar literalmente a su público arrojandolo al agua con toda su estulticia americana) hace un traje a medida a lo «campy» y hace cine humilde, pero de lujo. El equivalente, si ustedes quieren, a una efectista novela de aeropuerto, a una aventurilla del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía, tan parecida a la anterior y la siguiente pero a la vez con su propia dignidad y arquitectura interna. Lo dicho, una de las películas del verano para todo aquel que quiera, y sepa, apreciarla.
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