El coronavirus ya es historia. No es que la enfermedad haya desaparecido, que la covid haya dejado de existir por arte de magia. Pero de invadir nuestras vidas, meterse en nuestras casas y apoderarse de nuestras pesadillas ha pasado a ser algo diferente, en cierto modo más poderoso. Mientras lo miramos por el retrovisor, su sustancia se transforma mientras lo interiorizamos: en cierto modo ha ganado, porque ya es objeto de leyenda. Es, pues eso, historia.
Eso no es malo, como tampoco lo es convertir el coronavirus en el fondo de un relato de caza al asesino. La película tiene suficiente credibilidad y está bien filmada e interpretada, el ritmo es adecuado y aunque no hay nada inaudito o extraordinario, el equilibrio es notable y el entretenimiento, constante. Amezcua hace una película con muy buena atmósfera y calidad visual, insiste en la degradación rural y decorados industriales abandonados sin efectismos y, de paso, hace algo relativamente inusual en el cine español: dejar bien, de hecho muy bien, a la Policía como estamento pese a manejar según qué tropos típicos del género. Ya es más que otro reciente policial patrio de Netflix, la muy mediocre La chica de nieve.
El psycho-thriller pandémico aprovecha las calles vacías de Oviedo para sugerir un escenario apocalíptico, y aunque no insiste en escenas de caos médico —sí las sugiere al final— y tiene de hecho un comienzo más prometedor que su desenlace (¿qué thriller consigue superar esa barrera?) lo cierto es que el asunto vírico está bien insertado en la trama como un elemento definidor de la vida personal de los dos investigadores interpretados por Isak Férriz e Iria del Río. Infiesto es una de esas películas que te sabes de memoria pero que, cuando están razonablemente bien facturadas y esta lo está, siempre gusta visitar de nuevo. Es lo que tiene mirar por el retrovisor las tragedias recientes, asunto sobre el que Infiesto, la película, nunca da la impresión de bromear.
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