Fotos: Felipe Romero
Música. Cierra los ojos un momento e intenta imaginarte un mundo sin ella. Puede que no sea lo que esperabas. Pero ahí se queda, rondándote. No la olvidas. Y un buen día regresa a ti, y sabes que lo que quizá entonces no supiste medir era una obra maestra.
De todas las artes, quizá no haya ninguna como la música para conmover hasta los cimientos más profundos del alma. Como enviada por los dioses, es capaz de cambiar el estado de ánimo, sublimarlo o sepultarlo. La música puede convertir una escena trágica en cómica, un entorno infernal en una tentación para los audaces. Volver fascinante lo anodino. Matemática y física en armónica combinación hacen que súbitamente acuda nítida una imagen, o un pensamiento. Algo que estaba encerrado, o que no tenía forma, se traduce al fin. La música impone un ritmo a los pensamientos, los ordena, desencaja, o los disuelve. Y todo se vuelve por ese fugaz instante (la música es un arte efímero), diáfano.
He visto músicos malvivir sin renunciar jamás a esa entrega, porque, simplemente, uno no puede dejar de ser músico, como el poeta no puede dejar de dibujar con sus palabras, o el pintor rebajar su paleta ante el paisaje. He visto a otros, los que tuvieron más suerte, cerrar los ojos y tocar durante horas en estado de trance, sumidos en ese mundo sensorial hipnótico y paradisíaco. Música para entregarse a la batalla, celebrarla o sucumbir por ella. Es tan antigua como nosotros mismos, y será eterna, en la medida que lo seamos nosotros, o nuestro legado.
Bach utiliza las notas individuales para construir una especie de castillo de sonido para sus oyentes, y con el ritmo de la música crea una especie de vaivén, de ondulación, casi como una pequeña barca abandonada en un océano en calma. Cada persona que escuche esta pieza vivirá una historia única en su cabeza, porque la música inspira sensaciones distintas en cada uno. Creo que es justo decir que, sin Bach, la música como la conocemos no existiría.
La música ayuda a sentir: puede hacer sufrir, y puede también salvar. Lo sabe bien James Rhodes, genial pianista e hijo adoptivo de Madrid, que se entregó a su piano, y a su compositor favorito, Bach, para salvarse de los fantasmas de una infancia y adolescencia terrible —siendo un niño, Rhodes sufrió abusos que duraron cuatro infernales años—. De ello habló precisamente en su exitoso debut con Instrumental (Blackie Books, 2014) en un lenguaje rabioso, que rasga e incomoda, y tan solo recobra cordura cuando la música entra en escena. Tras la mirada inquieta del virtuoso intérprete parece haber siempre una lucha por estar en paz. Y la hacedora de esa paz, para este prodigioso músico, ha sido la diosa Euterpe.
La música es como un sueño que no puedo escuchar (Beethoven)
Playlist: Rebeldes y revolucionarios de la música (Crossbooks, 2019) es un libro magníficamente ilustrado por Martin O’Neill, esa clase de obras que dejas a la vista. Está compuesto para ser vivido con música, pues Rhodes ha hecho una selección de sus músicos y composiciones favoritos, y la idea es que al tiempo que uno lee detalles de las complicadas vidas de los genios escogidos —Bach, Mozart, Beethoven, Chopin, Schubert, Rachmaninov y Ravel— escuche las piezas que ellos crearon, de manera que el espectador-lector entre en la música y experimente un viaje sensorial. Estos clásicos fueron rebeldes, revolucionarios. Estaban fuera de su tiempo; en realidad, estaban fuera del Tiempo, en términos absolutos, porque, aunque su música se enmarca lógicamente en la tendencia y evolución de las épocas en las que nacen, pone el punto y aparte. Sin ellos no existirían Glenn Gould, Billie Holiday, Tony Bennett, Elvin Jones, Amy Winehouse, los Beatles, los Rolling, Coldplay, Pink Floyd, Queen, Lady Gaga, o Metallica si me apuran.
Lo más increíble sobre Mozart es que si les echas un vistazo a los manuscritos originales de sus composiciones, la mayoría de ellos están limpios, sin correcciones, ni tachones, ni revisiones, ni cambios. Escuchaba composiciones acabadas en su cabeza y las plasmaba sobre el papel tan rápido como le era posible escribir, literalmente.
Rhodes nos explica por qué uno puede pasar por prácticamente todos los estados anímicos escuchando las Variaciones de Goldberg. Nos hace fijarnos en las preguntas y las respuestas de la música, en las trompetas y los tambores palpitando, en los violines y los violonchelos furiosos corriendo de un lado para otro como personas a las que arrastran al infierno, cuando escuchamos Dies Irae, del Réquiem en Re Menor de Mozart. Armonía y paz con Chopin. Estupor con la Sinfonía Heroica de Beethoven, a la que Rhodes considera el Bohemian Rhapsody de su época. O por qué se percibe la cercanía de Dios con las Suites para Violonchelo de Bach.
Quiero que te imagines viviendo en una ciudad llena de soldados y con fuego de cañones tras haber sobrevivido a una infancia terrible asilado por la sordera y con mala salud. Quiero que pienses en cómo te sentirás en tal situación, enfermo, solo y asustado. Te acuestas sin saber si te despertaras a la mañana siguiente. Te imaginas lo aterrador que puede ser eso. Trata de ponerte en esta situación y dale al play.
Es un libro tremendamente incitante, práctico y atractivo para entrar en estas composiciones eternas, y por la forma como está escrito, para mí contiene un mensaje muy claro para los jóvenes. Dadle una oportunidad a la música clásica, dice Rhodes. Tarde o temprano lo bueno siempre perdura, así que aplaudo el esfuerzo de este genial y apasionado James Rhodes. Si no es ahora, en algún momento de sus vidas será esta música la que acuda a ellos. A todos nosotros. Denle al play y gocen.
La música es suficiente para toda una vida, pero toda una vida no es suficiente para la música (Rachmaninov)
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Autor: James Rhodes. Título: Playlist: Rebeldes y revolucionarios de la música. Editorial: Crossbooks. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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