1. Muévete. Jim Harrison se mueve, fluye, no se detiene. Muévete con él.
2. Colócate debajo de un árbol en el bosque.
El bosque, ese espacio donde sucede el misterio, la (poca) vida salvaje que nos queda en este mundo domesticado que habitamos. Por eso Harrison dice: “¿Qué sería de mí si no hubiera bosques en los que adentrarse? No sé qué haré cuando no queden zonas rurales y en cierto modo salvajes”.
Lobo narra una temporada que Harrison (o alguien que se le parece mucho) pasó de acampada en las despobladas e inmensas montañas Hurón, al norte de EE UU, en 1970. Harrison fue en busca de paz, demasiado alcohol, demasiado rock and roll. Una especie de cura de desintoxicación a pelo: sumergirse en el agua helada del río en lugar de bañarse en whisky; ejercitar el tiro al blanco en lugar de perseguir a camareras rubias en los bares de carretera.
3. Ríete.
Harrison se reía de sí mismo, de sus amores fallidos, de sus intentos de convertirse en el tipo cool de la historia. Es una risa sincera, pero con un poso melancólico. Descubrimos que Harrison perdió a su padre y a su hermana en un accidente de coche cuando iban a hacer una excursión de caza a la que él decidió no presentarse en el último minuto. La vida, una broma infinita.
4. Haz memoria.
Haz memoria de lo que fuiste en un pasado pretérito: un ser humano luchando por sobrevivir en medio de la naturaleza. La naturaleza hostil, como ese bosque que rodea a Harrison, lleno de insectos que atacan inmisericordes y de lobos aulladores que no logra ver y de osos amenazantes y de pumas acechantes y de trochas que no llevan a ninguna parte.
5. Cree en las bienaventuranzas.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos heredarán el reino de los Cielos. Esos pobres de espíritu que reconocen su estado de bancarrota espiritual ante Dios. Harrison, en esta su primera novela, que no lo es (novela), sino que son unas memorias menos falsas de lo que se afirma, parece (solo lo parece) el más miserable de los hombres.
6. No creas en las bienaventuranzas.
Harrison no es bienaventurado, porque ni es humilde ni tiene hambre y sed de justicia ni tiene el corazón limpio. Al revés, en estas falsas memorias, Harrison es todo lo sucio que se puede ser. En el libro hay comida, alcohol, sexo, naturaleza salvaje, rifles, reflexión, crítica contra los EE UU del hombre blanco, ecología, puñetazos, sangre, frases brillantes, humor negro y más comida, alcohol, sexo, naturaleza salvaje, rifles, etc., y poesía, sobre todo eso.
7. Déjate caer.
Caer dentro de la profundidad que aparentemente no existe: pero si te dejas caer, la hallarás. Esa escritura desbordada, ese hilo de memorias, se va desenrollando hasta llegar a descubrir al Harrison que afirmaba que sus libros de cabecera eran las Iluminaciones de Rimbaud, El ruido y la furia de Faulkner, la Biblia, Apuntes del subsuelo de Dostoyevsky y Finnegans Wake de James Joyce. Ahí es nada. El profesor de literatura, el que leía a Lorca y a Cortázar, el que escribió casi veinte poemarios, una docena de novelas y otras tantas novellas y ensayos sobre gastronomía y guiones, etc., ese Harrison o su germen está ahí, y lo vas descubriendo tan suavemente que casi ni te enteras de que existe.
8. Enfádate.
Una vez le preguntaron a Harrison si éste era un angry book. Contestó: “Lobo me recuerda un poco a un niño con el corazón roto gritando sobre el techo del pajar”.
9. Disfruta.
He ahí. Ese es el quid. Y con esto volvemos a la instrucción número 1: muévete y muévete con Harrison. Fluye. Vive. Y siente eso que dice: “Yo vivo la vida de un animal (…). No he hecho más que flotar”.
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Autor: Jim Harrison. Traductora: Teresa Lanero Ladrón de Guevara. Título: Lobo. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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