Imagen de portada: Fotografía promocional de la productora Deutsche Bioscop para el episodio tercero «Die libestragödie des Homunculos» del serial El Homúnculo, con el actor Olaf Fønss y el san bernardo «Dog».
Hay un empeño vehemente en el ser humano por construir, desde hace siglos, una inteligencia superior capaz de lograrlo todo. Desde los Ingenios Autómatas, pasando por los ingenios analíticos, hasta la actualidad, se entrega a fabricar la suprema Inteligencia, sin conseguirlo jamás. Se embelesa, la defiende, la acapara, la potencia… De nada sirve el aviso de la ficción, ni la advertencia de El Gólem, ni de Frankenstein, ni de los robots justicieros, ni de la anticipación ficcionada. Pasando por alto reflexiones artísticas, el serial alemán de la cinematografía muda de 1916, El Homúnculo, nos describe a un ser generado de forma artificial en un laboratorio, muy pensado para que sea superior e imbatible. Su aspecto es ‘humano’, no hay nada monstruoso o distinto, salvo su espectacular capacidad, además de su sensibilidad, honestidad y extremado sentido de lo que es justo.
No es cuestión de regresar a Caracas una y otra vez como si no existiera ningún otro daño en el planeta. En verdad, no es éste el asunto. Pero tras años de experimentar con seres vivos en ese repulsivo laboratorio, va aportando datos y mostrando resultados y formas muy significativas. Esa Metrópolis tiene los mismos niveles, o estratos, que la Caracas de hoy en día, sin metáfora alguna. Presenta una compleja arquitectura helicoide que disfruta de la luz y de todo lo cómodo para unos elegidos que viven en superficie, tiene un espacio subterráneo donde se trabaja a oscuras hasta el agotamiento, lugar del helicoide donde son asesinados, atormentados y desaparecidos muchos y muchos seres, y también está descrita una zona muy profunda de catacumbas que sirve de refugio a una organizada resistencia para lograr la libertad general, y poner a salvo su vida ante cada amenaza y proceso particular. Arriba, una máquina analítica, una especie de homúnculo sereno, evidencia el fraude, muestra el resultado de un sentir general aprisionado, devela esos resultados, y se rebela contra la ingeniería absurda del horror. Esa IA no es más que un interruptor que, al encenderse, reúne los datos de cada persona, pero no está programada para desaparecerlas, a no ser que la apaguemos o la amordacemos.
Lo fácil en este caso, para el humano (sea cual sea el país o la crítica situación que afronte), es medio aceptar que un porcentaje de chanchulleros, de inhumanos, de advenedizos, de paseadores sin conciencia, suele valerse de todas las máquinas, robots, o de esos singulares procesos, para conseguir lo que pretende. Ese mismo porcentaje es capaz de celebrar por adelantado, con una sonrisa transiberiana y unos silenciosos zapatitos, una victoria electoral robada como si fuera un leve rasguño, ocultando un gran zarpazo. Hasta tal punto la gran Metrópolis se ha ajustado a estos tiempos, que incluso al ya reconocido presidente electo (y su equipo) se lo sigue denominando «La Oposición», que ya es ficcionar y transmutar la realidad.
Hasta que aceptemos que el ser humano es lo que es, no lo que aventura ser ni lo que ficciona ser, y sea educado en una especie de proporción natural, la IA suele resurgir y potenciarse en tiempos de crisis complejas, violencia, conflictos y cambios impredecibles… Y podremos rebautizar el proceso, e imaginar una actitud positiva, e incluso loable, en esta ya muy anticuada imaginería, pero la Historia sí nos dice, y avisa, que la IA jamás será construida para lo que imaginamos ni será utilizada para lo que deseamos o consideramos justo. Se mire como se mire, en ese laboratorio sí parece cierto que están asesinando al San Bernardo que nos acompaña a todos, o a una gran mayoría.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: