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«Intelijencia», dame el machismo exacto de las cosas

«Intelijencia», dame el machismo exacto de las cosas

Tal era la unión entre los dos protagonistas de este texto que aun la máxima aspiración literaria de la vida de uno coincidió en el tiempo con la muerte del otro. Y es que Zenobia Camprubí, incansable luchadora, vivió hasta el último día pendiente de su inseparable Juan Ramón Jiménez: por un lado, este la necesitaba para finiquitar su Tercera Antología, y además el veredicto del premio Nobel se hallaba cercano. Así que se entregó el manuscrito mecanografiado por Zenobia en septiembre, y se alzó el moguereño con el premio en octubre. Zenobia falleció tres días más tarde, había cumplido. Lo que viene después es un penoso caminar del poeta, a quien el Nobel no consoló ni un ápice. Sólo accedía a salir de su casa pútrida para visitar la tumba de aquella mujer que le había dado todo. «Con ella muero yo», había musitado. Se había quedado sin el sostén que le había sujetado durante cuatro décadas. Aún aguantaría poco más de un año sin ella, en un estado lamentable, hasta que por fin se reunieron en alguna parte. La historia, sin embargo, sólo dejó en la tierra la memoria de uno de ellos.

"¿Hasta qué punto se sacrificó la mujer en pos de esa leyenda? Mi opinión es que no sólo fue importante, sino que, sin ella, el mito de Juan Ramón no existiría"

Desde hace unos años, gran parte del círculo juanramoniano intenta rescatar del olvido a esta mujer portentosa. El último ejemplo es la reciente publicación Zenobia Camprubí: La llama viva (Alianza Editorial, 2020), a manos de Emilia Cortés, una biografía que busca responder a la gran pregunta: ¿cuán importante es Zenobia en la legendaria trayectoria del poeta? ¿Hasta qué punto se sacrificó la mujer en pos de esa leyenda? Mi opinión es que no sólo fue importante, sino que, sin ella, el mito de Juan Ramón no existiría. Ambos se encontraron en un momento de sus vidas en que imperaba el desconcierto. Zenobia, de juventud y educación americanas, no entendía la asfixia que rodeaba a la mujer española de la época, y que más tarde le alcanzaría también a ella. Jiménez había penado entre sanatorios, brotes neuróticos y poemas tristes. Un buen día escuchó su voz a través de los muros de una pensión de Madrid («una risa tan rubia y tan clara como el ala de un clamariz») y del amor surgió el resto.

"Zenobia es clave en el equilibrio psicológico que le permitirá vivir, y por supuesto supeditará su vida a los designios de la carrera del poeta"

No me parece casualidad que, tras su tormentoso noviazgo y su boda, Juan Ramón publique sucesivamente Diario de un poeta recién casado, Platero y yo, y su Segunda antología. Es decir, las tres mejores obras del andaluz en opinión del que escribe. Zenobia es clave en el equilibrio psicológico que le permitirá vivir, y por supuesto supeditará su vida a los designios de la carrera del poeta. Y peor aún ha sido tratada por la crítica literaria posterior, que no ha incluido sus traducciones y sus obras dentro de la intelijencia contemporánea. Traductora, escritora, divulgadora de la cultura hispánica en Estados Unidos y fundadora de varias asociaciones benéficas, Zenobia intentaba vivir junto al hombre que no dejaba que su risa y la de sus amigas inundasen la casa en la que él estaba creando, que recurría a ella para no hundirse en el pozo de la depresión o para transcribir el último poema, que decide marcharse rumbo a Puerto Rico pese a que en Estados Unidos ella puede ser tratada del cáncer con mucha más posibilidad de éxito. Lo acompañó hasta que llegó el Nobel y pudo marcharse definitivamente. Al otro lado de la muerte, la historia callaba.

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