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Invitación a Ribeyro

Seamos como no fue. Grandilocuentes, tajantes. Digamos alto y claro que Julio Ramón Ribeyro fue grande, enorme, uno de los mejores escritores en lengua española del siglo XX, no sólo el mejor cuentista, de largo el mejor cuentista, sí, no sólo el mejor prosista apátrida y el autor de uno de los mejores libros de la centuria, La tentación del fracaso, la primera entrega de sus diarios.

Basta cualquier cuento, cualquier prosa apátrida o cualquier entrada de La tentación del fracaso para encontrar un compañero de viaje eterno, un autor que admite múltiples relecturas. Como bien dice Sara Mesa, «un escritor poliédrico, contradictorio y misterioso, de voz templada y susurrante».

La vida late en Ribeyro. Sin aspavientos, sin artilugios. Con su desasosiego y sus enigmas. Y con la palabra más justa.

Más citas. «Un magnífico cuentista, uno de los mejores de América Latina y, probablemente, de la lengua española», proclamó Mario Vargas Llosa. Nuestro último Nobel, compatriota y amigo de Ribeyro, no se quedó corto. Para comprobarlo no hace falta comenzar leyendo quizá su mejor y más célebre cuento, el antológico y autobiográfico «No solo para fumadores», donde este hombre a un cigarrillo pegado —como escribió Javier Goñi— narra sus desventuras con el tabaco. Ni «Los gallinazos sin plumas», el primero, el que abrió la primera edición de sus cuentos completos en el 94. Ni «Surf», el número 95, el que cierra el corpus y al mismo tiempo lo abre en la nueva edición, titulada Cuentos reunidos: La palabra del mundo.

Pero estoy desvariando un poco, llevado por el entusiasmo, así que intentaré centrarme, y volveré luego a «Surf».

"Alfaguara publica en el 30º aniversario de la muerte de Ribeyro dos libros tan complementarios como excelentes. Dos joyas: un libro monumental y un pequeño gran libro."

Digamos alto y claro que estamos de celebración, porque Alfaguara publica en el 30º aniversario de la muerte de Ribeyro dos libros tan complementarios como excelentes. Por un lado, el antes mencionado Cuentos reunidos, prologado por Juan Gabriel Vásquez —que usa la palabra «ribeyriano» varias veces, a ver si cala, a ver si la secta se amplía—, y que sostiene que los 95 cuentos «conforman una de las empresas más valiosas de la literatura latinoamericana». Por otro, Invitación al viaje y otros cuentos inéditos, un librito que recoge cinco relatos hallados en el archivo personal del escritor. Dos joyas: un libro monumental y un pequeño gran libro.

Además del magnífico prólogo de Vásquez, Cuentos reunidos incluye una nota de Jorge Coaguila y una introducción del propio Ribeyro escrita en Barranco, en 1994, poco antes de morir, donde parece improvisar —es un decir, porque mima y mide siempre cada palabra— este decálogo:

Preceptos para escribir un buen cuento

    1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector pueda a su vez contarlo.
    2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada, real.
    3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.
    4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto, mejor. Si no logra ninguno de estos efectos, no existe como cuento.
    5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin ornamentos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela.
    6. El cuento debe solo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.
    7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, collage de textos ajenos, etcétera, siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral.
    8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.
    9. En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.
    10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace, es que el cuento ha fallado.

Irónico y escéptico, después de enumerar los preceptos, Ribeyro concluye: «La observación de este decálogo, como es de suponer, no garantiza la escritura de un buen cuento. Lo más aconsejable es transgredirlo regularmente, como yo mismo lo he hecho. O aun algo mejor: inventar un nuevo decálogo».

"Quienes me conocen saben que soy hombre parco, de pocas palabras, que sigue creyendo, con el apoyo de viejos autores, en las virtudes del silencio"

Cuentos reunidos lleva por subtítulo La palabra del mudo, el encabezamiento que escogió Ribeyro para agrupar sus cuentos en cuatro tomos en Perú. «¿Por qué La palabra del mudo? Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias», escribió Ribeyro, en París, en 1973. Diecinueve años después, agregó (ambas citas abren Cuentos reunidos): «Una última observación, esta vez acerca del título general de mis cuentos. He mantenido el de La palabra del mudo, si bien sé que ya no corresponde enteramente a mi propósito original, que era darles voz a los olvidados, los excluidos, los marginales, los privados de la posibilidad de expresarse. Y si lo he mantenido es porque dicho título ha cobrado para mí un nuevo significado. Quienes me conocen saben que soy hombre parco, de pocas palabras, que sigue creyendo, con el apoyo de viejos autores, en las virtudes del silencio. El mudo, en consecuencia, además de los personajes marginales de mis cuentos, soy yo mismo. Y eso quizá porque, desde otra perspectiva, yo sea también un marginal».

Volvamos a «Surf». Narra la historia de Bernardo, un marginal muy emparentado con Ribeyro. El editor ha añadido esta nota: «A manera de testamento literario, este es el último cuento que escribió Julio Ramón Ribeyro. Fue encontrado en la computadora personal de su departamento de Barranco. En este texto, Bernardo plantea escribir, casi a los sesenta años de edad, al fin el libro que le permita ser apreciado por todos. Quizá el conjunto que aquí se reúne sea la obra soñada del autor».

Los lectores que cabalguen la ola de «Surf» descubrirán una obra maestra del cuento que nos conduce, sin perder el equilibrio, a la eternidad.

Sin destripar más ese relato, «Surf» incluye una reflexión que compartirán muchos otros escritores: «¿Quién puede predecir, se preguntaba a menudo, el destino de una obra? Libros ensalzados, aclamados, premiados, podían terminar años más tarde tirados a la basura o vendidos al peso con periódicos viejos, sin dejar rastros en la memoria de nadie. Otros, en cambio, desapercibidos en su tiempo, tenían la virtud de resurgir al cabo de decenios y gozar del fervor de las generaciones futuras. Un libro, como a veces pensaba Bernardo, era como el mensaje en una botella lanzada al mar: la botella podía estrellarse en el primer arrecife e irse a pique para siempre o encallar luego de un largo y secreto viaje en una playa desierta, donde alguien la encontraría para revelar al mundo el esplendor de su contenido».

El esplendor de Ribeyro brilla, cómo no, en Invitación al viaje y otros cuentos inéditos, que podría ser un buen aperitivo para que puedan adentrarse en su obra quienes aún no la han catado (otro pequeño gran libro para iniciarse es Prosas apátridas). El primero de los cuentos, «Invitación al viaje», bien podría figurar en una selección de los diez mejores de Ribeyro. En esa posible lista podríamos añadir por ejemplo tres o cuatro de las ficciones destacadas por Vásquez en su prólogo: «Los otros» («maravilloso lamento»); «El ropero, los viejos y la muerte» («una de las piezas más conmovedoras de todo este volumen»); «El polvo del saber»; «Solo para fumadores»…

Invitación al viaje y otros cuentos inéditos además incluye varias páginas mecanuscritas, con anotaciones, tachaduras, manchas de café y dibujos en los márgenes, y dos retratos: en las primeras páginas, un muy interesante prólogo de Santiago Gamboa que hemos reproducido en Zenda, que revela a un Ribeyro huidizo, escéptico y generoso; en la última, un inquietante autorretrato de Ribeyro, sin fecha, con un ojo velado por las sombras y el otro pendiente del lector.

***

Julio Ramón Ribeyro quizá sea también, ojalá, el autor de uno de los mejores libros publicados en este siglo, si es que por fin se edita y llega a las librerías la segunda y última entrega de La tentación del fracaso, que sigue inédita, se dice pronto, treinta años después de la muerte del escritor. Los diarios impresos hasta ahora sólo abarcan el periodo de 1950 a 1978. Los centenares de páginas que todavía no hemos podido leer, desde finales de los setenta hasta el 94, un mundo. Esa entrega final de La tentación del fracaso quizá sea el libro que le permita a Ribeyro ser apreciado por todos, si es que estos cuentos no lo logran.

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Autor: Julio Ramón Ribeyro. Títulos: Cuentos reunidos: La palabra del mudo / Invitación al viaje y otros cuentos inéditos. Páginas: 984 / 144. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros.

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