Irán. Un nombre que suele provocar recelos en quien lo escucha como posible destino y que sin embargo, lejos de inquietar, debería ser una sugerente invitación a recorrer la antigua Persia, tierra de leyendas y de buena literatura. Shiraz, ciudad de las flores y los poetas, Yazd y sus torres del viento, Persépolis, capital aqueménide saqueada por Alejandro Magno, Isfahán…
No pronuncies en secreto palabra alguna
que no puedas repetir ante mil personas.
Antes de pronunciar un discurso,
aunque te lo reclamen con insistencia,
pregúntate si lo que vas a decir
es más importante que tu silencio.
Saadi
No es, desde luego, el primer destino en el que mucha gente pensaría a la hora de plantearse un viaje, y es una lástima, pero aquellos que han decidido visitarlo regresan enamorados. Enamorados de sus paisajes, de sus ciudades, de sus gentes, legendariamente amables y hospitalarias… Irán, la antigua Persia, es uno de los países más extraordinarios del planeta. Un lugar que nos ofrece su fascinante historia, sus magníficos paisajes y una literatura, la persa, que abarca más de dos mil quinientos años y que se extendió geográficamente por algunas partes de lo que hoy son Turquía, Pakistán, Afganistán, India y Asia Central.
Literatura que no fue verdaderamente conocida en Occidente antes del siglo XIX, cuando se comenzaron a traducir las obras de los más importantes poetas del medioevo tardío y algunos escritores tomaron sus obras como fuentes de inspiración. Fue el caso de Goethe, que publicó una colección de poemas líricos inspirados en la obra de Hafiz (1326-1390), o de Nietzsche, que escribió la más inmortal de sus obras, Así habló Zaratustra en referencia al antiguo profeta persa Zoroastro.
Isfahán, dos veces capital del imperio persa
“Esfahan, nesf e yahan”, dice el proverbio iraní, Isfahán es medio mundo. Dos veces capital del imperio persa, primero bajo los selúcidas en el año 1047, y de nuevo tras la expulsión de los mongoles por parte del rey safávida Abás I, Isfahán es sin duda el primer destino turístico del país.
Con dos lugares Patrimonio de la Humanidad, la plaza Meidam Emam y la Mezquita del Viernes (Masjed-e Jame), repleta de bulevares arbolados y bellísimas plazas, palacios, mezquitas y jardines, Isfahán no deja indiferente a nadie. Y no solo por su belleza, sino también por el ambiente que se respira, relajado y lleno de vida, y que puede apreciarse mejor que en ninguna otra parte paseando por alguno de los once puentes que cruzan el río Zayandeh, que ofrecen además al visitante algunas de las vistas más espectaculares de la ciudad. Bajo el puente de los treinta y tres arcos (Si-o-se Pol) suelen reunirse cuando el calor ya no aprieta algunos grupos de jóvenes que cantan, o familias con niños que acuden a refrescarse.
Pero si hablamos de Isfahán no podemos dejar de mencionar su famosa plaza de Naqsh-e Yahan (o Plaza del Imán), una de las plazas más grandes del mundo y probablemente la más bella, construida en 1602 y alrededor de la cual se acumulan restaurantes, tiendas de alfombras, talleres de pintores miniaturistas y tiendas de cerámica. Rodeada de edificios históricos y mezquitas y poblada de fuentes y zonas verdes, es el verdadero corazón de la ciudad, el lugar donde casi todo sucede y en torno al cual se articula la vida.
Yazd, la ciudad de los badgir
Situada en pleno desierto, y en pie desde hace 3000 años, su casco histórico parece sacado del cuento de las mil y una noches, con sus construcciones de adobe, sus cúpulas redondeadas y sus famosas badgir o torres de viento, construcciones ideadas para mantener fresca el agua que, canalizada, se traía desde las montañas, al tiempo que durante los calurosos meses del estío se refrescaban también las estancias nobles de las casas.
No es difícil perderse por sus callejuelas, pero quizás hacerlo sea la mejor manera de descubrir esta encantadora ciudad: el silencio, los cambios de luz, el olor a pan recién hecho o las sombras que se mueven sigilosas de un lado a otro al caer la tarde no hacen sino añadirle magia a un lugar ya de por sí muy especial.
Yazd fue durante siglos una estratégica parada para las caravanas que recorrían la ruta de la seda, tal y como hizo constar uno de los viajeros más ilustres que pasaron por aquí, Marco Polo, en 1272. Aunque no fue el único personaje inmortal que se quedara enamorado de Yazd. También Alejandro Magno pasó por aquí, dejando su huella.
Aunque soy viejo, estréchame fuerte en tus brazos al dormir,
Y al alba amaneceré junto a ti como un hombre joven
Hafez
Shiraz, la ciudad de las flores y los poetas
La referencia más antigua que se conoce de esta ciudad data del año 550 a.C. Situada al pie de los montes Zagros, espectaculares y misteriosos, y por donde todavía se mueven con total libertad los nómadas Qasqhai, la ciudad fue capital literaria de Persia durante los siglos XIII y XIV.
Es el lugar en el que nacieron, vivieron y murieron dos de los más grandes poetas persas, Saadi (1184–1292) y Hafez (1300-1388). Las tumbas de ambos, a la caída de la tarde, son un espectáculo digno de verse, y no solo por los jardines o la ornamentación. Lugareños y foráneos, todos ellos iraníes, se acercan a honrar su memoria, muchos de ellos recitando versos, y no es extraño que el rasgar de una guitarra se cuele también por algún rincón.
Pero hay una razón mucho más poderosa para viajar hasta Shiraz: a cincuenta kilómetros se encuentran las ruinas de Persépolis.
Pasargada, Persépolis y Naqsh-i Rustam
La riqueza arqueológica que encontramos en Irán resulta sorprendente. Historia y leyenda se entremezclan en torno a estos lugares tan señalados, que fueron un día el centro del poderoso imperio persa.
Pasargada, de la que apenas quedan algunos restos en pie, aparte de la monumental tumba de Ciro el Grande, fue la primera capital del imperio persa aqueménida. Visitarla nos prepara, en cierto modo, para el espectáculo que supone acercarse hasta el imponente complejo de Persépolis. Comenzadas las obras hacia el año 512 a. C. bajo el mandato del rey Darío I el Grande, el lugar fue ampliado por su hijo Jerjes I y su nieto, Artajerjes I. El cercano enclave de Naqsh-i Rustam nos permite admirar las tumbas de estos tres reyes excavadas en la pared de piedra, otro lugar fascinante.
Las ruinas de Persépolis, arrasada en el año 330 a. C. por Alejandro Magno, están maravillosamente bien preservadas, y recorrerlas dejará una huella imborrable en el corazón del viajero, que podrá hacerse una pequeña idea de la grandeza de miras de quienes diseñaron este enclave palaciego, utilizado seguramente nada más que en primavera.
Al principio, tu belleza resplandecía como rayos de gloria,
Después llegó el amor, y esos rayos incendiaron el mundo
Hafez
Teherán y la literatura
Teherán, la capital, está considerada una de las ciudades más importantes del mundo islámico. Situada al pie de los montes Alborz, cuenta con mezquitas y palacios que bien merecen una visita, con mención sobresaliente para el Tesoro Nacional de Joyas, un museo que no se puede dejar de visitar por lo impactante de su colección de joyas.
Pero Teherán es también el lugar apropiado para tomarle el pulso a la actualidad literaria del país, o más bien a la ausencia de ésta: los principales autores contemporáneos viven y escriben desde el exilio.
Así, autores como la escritora y Premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi, Marjane Satrapi, autora del cómic Persépolis, Shahrnush Parsipur, exiliada en Estados Unidos tras ser encarcelada tras publicar Mujeres sin hombres o Roya Hakakian, que firmó Viaje desde la tierra del no, conforman la realidad literaria iraní actual, pero desde la distancia.
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