«Buenas noches mister Sherlock Holmes». Con estas sencillas y educadas palabras pronunciadas por una bien modulada voz de mujer, cuyo nombre era Irene Adler, al pie de una viñeta dibujada por Sidney Paget (aparecida en el volumen II del Strand Magazine de 1891), comienza una de las historias de amor más inexplicables y famosas de la historia de la literatura. Un pretendido misógino se enamora para toda la vida de una mujer porque lo ha vencido en un juego en el que la inteligencia formaba un importante papel, pero ella es demasiado analítica para corresponderle de momento.
La viñeta es oscurantista y muestra cómo Holmes, todavía vestido de clérigo, con su sombrero negro de ala ancha y Watson, ataviado con levita y chistera, se disponen a penetrar en el portal del número 221B de Baker Street. Holmes busca las llaves en el bolsillo izquierdo de su abrigo y Watson espera pacientemente a que las encuentre. Entonces alguien pronuncia la cortés salutación en la noche londinense iluminada, con cierta apagada melancolía, por un mortecino farol de gas que brilla a lo lejos y ambos amigos se vuelven hacia el lugar de donde proviene la voz con el convencimiento de que ha sido pronunciada por un joven delgado, vestido con un abrigo ulster que acababa de pasar de largo. En ese momento, Holmes intuye que sus planes han fracasado, aunque todavía hay que esperar a la mañana siguiente para llevar a efecto la comprobación final.
Aunque el detective cree que ha perdido la partida y el mero hecho de claudicar ante la inteligencia de una mujer hace que se enamore de ella para siempre. «Es la cosa más bonita que se ha visto bajo un sombrero en este planeta» dice el rey de Bohemia. Irene le dio a Holmes, que actuó de padrino en su boda (amparado por uno de sus múltiples disfraces) con Godfrey Norton, porque no había nadie más a mano, un soberano de oro que el detective llevó siempre prendido en la cadena del reloj.
Irene Adler ha sido protagonista de cantidad de aventuras literarias, valga como ejemplo el siguiente diálogo: «Cómo se llama» pregunta la bella Emmanuelle Seigner, la chica de los ojos tan verdes y acuosos que parecen cristal líquido, «Corso. ¿Y usted?» responde y a su vez pregunta Johnny Depp. «Irene Adler» contesta ella. Y no digamos de otras aventuras cinematográficas en las que aparece interpretada por Anne Baxter, Charlotte Rampling, Morgan Fairchild, Racuel McAdams, Lara Pulver…
Holmes, definitivamente, podía ser un misógino empedernido por propia naturaleza. Henry Miller lo era porque necesitaba desesperadamente a las mujeres, y las odiaba a la vez porque no podía soportar su dependencia de ellas.En el libro titulado Holmes Watson 1903-1904, Watson asegura que recién llegado a su casita de Fulworth, Holmes recibió la visita de un representante de un prestigioso bufete de abogados de Londres y que ambos intercambiaron fotos y cartas porque «La Mujer» había muerto, también se habla de que Irene y él se carteaban desde hacía bastante tiempo por un inteligente y complicado sistema que no comprometía a ninguno de los dos. Lo más sorprendente es que el abogado le confesó que Irene Adler vivió los últimos años de su vida en Londres a dos manzanas del número 221 de Baker Street y Holmes confiesa que ya lo sabía, pero que ella dominaba perfectamente el arte del disfraz. Y en el mismo momento en el que muere es cuando Holmes decide retirarse de la profesión y recluirse en Fulworth, quizá eso explique la misteriosa llave que el detective siempre llevaba en el bolsillo y con la que abre una puerta en La casa vacía.
Respecto a su opinión de las mujeres no hay más que leer la admirable descripción de la belleza que hace en La aventura de la melena de león de la señorita Maud Bellamy: «Rara vez me he sentido atraído por una mujer, pero al contemplar aquel rostro perfecto, delicadamente coloreado con la suave frescura de las Downs, supe…». Esto no lo confiesa así como así un misógino, y además esta aventura fue escrita personalmente por Holmes. La duda es si Watson nos dio en los relatos gato por liebre.
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