Soy miedoso. Lo confieso. Y a mis 43 años, creo que no debo esconderlo por más tiempo. Desde pequeño la oscuridad me ha aterrorizado. Me ocultaba entonces —y lo sigo haciendo ahora— entre sábanas y mantas para evitar la visita nocturna de los monstruos. Esa es la forma de esconderme de los fantasmas, sobre todo de los míos.
Con el tiempo he conseguido acostumbrarme a ellos. Y quizás también ellos se han acostumbrado a mí. Convivimos, hasta cierto punto, en armonía. Con educación y buenas maneras hemos logrado no interferir demasiado en nuestros objetivos: alcanzar un sueño inocuo, el mío; perturbarlo, el suyo. En ocasiones, chocamos, y el que sale perdiendo soy yo: me despierto gritando, entre sudores, con un temblor que me recorre todo el cuerpo.
Desde hace un tiempo, hay nuevos huéspedes en mi habitación, los muertos que he ido añadiendo a mi lista estos últimos años: mi padre, mi abuela Mercedes, mi tía Irene, mi amigo Luis… Ellos también están ahí. Esperando su momento para aparecer en mitad de la noche. Para recordarme que yo también estaré un día con ellos. Para no olvidarlos. Como bien escribe Javier Marías: “Menos mal que hay fantasmas”.
Cada vez que escucho Is There a Ghost me acuerdo de mis nuevos inquilinos. Cierro los ojos y me veo en esa casa de la que habla Ben Bridwell. Me viene a la mente la imagen de Joshua Jackson en el capítulo de Fringe de la segunda temporada en el que suena esa canción. ¿Quién es real y quién imaginario? ¿Quiénes están muertos y quiénes estamos vivos? ¿Acaso importa?
I could sleep
I could sleep
I could sleep
I could sleep
When I lived alone
Is there a ghost in my house?
When I lived alone
Is there a ghost in my house?
My house…
Vuelvo a escuchar el tema de Band of Horses. Apago la luz. Mi mujer lleva un rato dormida. La melodía sigue en mi cabeza. ¿Será esta mi última noche? ¿Volveré a verla por la mañana? ¿Habrá sido el de hace unas horas el último beso que le ha dado mi hija? Vuelvo a hacerme las preguntas que me atemorizan cada noche antes de conciliar el sueño. El fantasma está llegando, noto sus pasos. Su presencia me tranquiliza. Me promete que habrá otro día. Pero ahora toca luchar contra mis miedos. Serán solo unas horas y la luz volverá a brillar, hasta que llegue la noche de nuevo.
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