La escritora chilena presentó su nueva obra en Madrid, por la que desfilan, como personajes secundarios, el presidente Salvador Allende y Pablo Neruda. Zenda estuvo allí para contarlo
La serenidad que desprende Isabel Allende en estos últimos meses me recuerda que los años no son una carga, que una puede y debe volverse más sabia con el transcurso del tiempo. Isabel Allende siempre ha sido una mujer vital y sociable, pero ahora muestra una faceta que seguro ya tenía pero que con el paso de los años la ha aumentado. Me refiero a una actitud ante la vida mucho más tranquila, despojada de lo superfluo. Si hubiéramos posado una lupa sobre ella, como se hace ante un mapa por explorar, para observarla con mayor detenimiento, veríamos a una Isabel más reflexiva y pausada que confiesa haberse vuelto a enamorar y que añade entre risas: “¡Mis nietos no quieren ni oír hablar de eso!”. El rostro de Isabel Allende transmite serenidad, y observo que ya no lleva collares o grandes anillos como antes. No los necesita, y mientras descubro sus gestos lentos dice:
“Miro lo que era yo hace veinte o treinta años y veo que ha habido una trayectoria. Una va eliminando la hojarasca y va quedándose con lo esencial”.
Deduzco que ahí está el quid de la cuestión, y como si fuera capaz de escuchar mis pensamientos, su sonrisa se convierte unos segundos en una mueca triste y recuerda la reciente muerte de su madre. Cuenta que al final de sus días, sin haber perdido un ápice de su gran lucidez, su madre conservó muy pocas cosas: quería, como Machado en su poema, andar ligera de equipaje. Eso sólo lo logran los que han sabido vivir bien la vida.
Isabel Allende ha venido a Madrid, a CasAmérica, para presentar su último libro, Largo pétalo del mar (Plaza&Janés) que aborda la Guerra Civil española y el exilio republicano y cuenta la historia de Víctor y Roser, una pareja catalana que formó parte de los más de los dos mil exiliados españoles que llegaron al país andino a borde del navío Winnipeg, fletado por Pablo Neruda en 1939. Se emociona cuando escucha su libro leído por Jordi Boixaderas, voz habitual de Daniel Craig y Russell Crowe, y ahora la voz del narrador de su audiolibro.
La novela recorre la historia de medio siglo en Chile —“ese largo pétalo de mar y nieve, en palabras de Neruda”— desde los años cuarenta hasta los noventa, pasando por el golpe de estado de Pinochet. Por ella desfila, como personajes secundarios, el presidente Salvador Allende y Pablo Neruda, a quien Allende homenajea no sólo por su condición de poeta sino por su compromiso político.
Igual que he hablado de una Isabel más minimalista en lo personal, más concentrada en lo importante y saboreando el amor maduro, “tema de mis últimos tres libros, porque yo no creo en el amor para siempre, pero soy de amores largos, uno cada veinte años”, en lo político es la misma defensora de los derechos de los inmigrantes: “Siempre me he sentido una eterna extranjera”, cuenta, “porque la inmigración nunca ha sido bien recibida”. Por eso, a través de su fundación, junto a su nuera Lori Barra, apoya y ayuda a las mujeres y niñas para garantizar los derechos reproductivos, la independencia económica y la protección contra la violencia.
Habla Isabel de por qué escribe, y se remonta a algo tan sencillo y verdadero como que lo hace porque es su oficio y porque le encanta, pero ya no tiene ganas de hablar de sus rituales de escritura, sino de algo más profundo, como es el hecho de que no habría escrito este libro sin la contingencia de los refugiados y sin el agravamiento de un problema tan urgente como el de la inmigración, porque “lo que hace Trump en su frontera es un genocidio”. Añade que los próximos refugiados serán los refugiados del clima, y algo rotunda y sin firmar ningún ejemplar de su novela se despide de un auditorio atento. Me reafirmo en “la nueva Isabel”. Nada de firmas, directa a lo importante. Me gusta.
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Autora: Isabel Allende. Título: Largo pétalo de mar. Editorial: Plaza&Janés. Venta: Amazon y Fnac
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