La cultura, como los picnics al aire libre, está sobrevalorada. Los negocios culturales más.
Según la RAE, cultura es “el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Entenderíamos, pues, que un negocio cultural es aquel que promociona productos que permiten a alguien desarrollar su juicio crítico.
Echen un ojo a la cartelera de cine a ver cuántas de las películas ofertadas contribuyen a desarrollar su juicio crítico. Claro que, como diría Chomsky, quizá primero deberíamos definir qué es desarrollar, qué es juicio y qué es crítico.
Se ha convertido en un mantra pedir a los gobiernos que apoyen la cultura. Si son de izquierdas más; en ellos, como a los toreros el valor, el compromiso cultural se les presupone. Debe ser que en la derecha no importa demasiado si se tiene o no juicio crítico.
Entre otras medidas se les exige, cada legislatura, que bajen el IVA de los productos culturales.
En España se aplican actualmente tres tipos de IVA: el IVA general (21%), el IVA reducido (10%) y el IVA superreducido (4%). Simplificando mucho, el criterio para aplicar un tipo impositivo u otro a un determinado servicio o producto radica en lo básica que sea la necesidad de ese producto o servicio para la sociedad, ya que el IVA es un impuesto de aplicación directa, que grava el consumo y, por lo tanto, no es redistributivo. Es decir, no paga más quien más dinero posee, sino quien más consume. Por lo que, en principio, se intenta que el IVA sea menor en los productos que todos necesitamos consumir: alimentos básicos, medicamentos, material escolar y libros, entre otros, son cargados con un IVA del 4%.
Obviamente, el IVA no va a parar a manos del empresario, sino a manos del Estado (que, en principio, somos todos). El empresario es un mero recaudador del impuesto, que después ha de depositar en las arcas públicas a través de sus declaraciones trimestrales.
Quiere decir que un empresario que cobra un electrodoméstico (con un IVA del 21%) a 121 €, realmente lo está cobrando a 100 € para mantener su beneficio, ya que el 21% restante va a parar a manos de Hacienda.
Hasta ahí creo que todos lo entendemos, y perdonen la peregrina lección de «economía de todo a 100».
El 28 de junio, con la aprobación definitiva de los presupuestos, el Congreso redujo el IVA del cine del 21% al 10%, deshaciendo el camino que había abierto el PP en el año 2012 y atendiendo una de las grandes reclamaciones de la industria cinematográfica.
Según esta industria, las entradas se habían encarecido (en algunos cines de Madrid y Barcelona hasta más de 10 € la entrada) con el IVA del 21%, lo que echaba a la gente de las salas.
Pongámoslo de nuevo en guarismos. En una entrada de 10 €, sin estirar mucho los decimales, 8,26 € brutos eran para el empresario y 1,74 € para las arcas públicas. Con la reducción del IVA una entrada de 10 € debería pasar a costar 9 € (un 1 € menos) para mantener el mismo beneficio de 8,26 € brutos.
En el mejor de los casos, la honestidad del sector le ha llevado a reducirla 60 céntimos. Lo que significa, repito, en los casos más honestos, ingresar un 3,4% más por entrada.
«En la economía la verdad suele estar en el porcentaje, no en el valor final», me dijo una vez mi amigo el economista Pedro Campuzano. Para entenderlo, sería como si en una vivienda con un valor medio de 250.000 € se produjese un aumento de 8.500 € (3,4%).
Por cierto, el IVA que se aplica a la luz, al agua, a la cuota de internet, al calzado o a la ropa, entre otros productos, es del 21%. Cosa lógica, pues, como todos sabemos, es mucho más enriquecedor y necesario La espía que me plantó o ¿Quién está matando a los muñecos? que calentarse en invierno o ducharse.
A los gobiernos, por supuesto, debemos exigirles medidas que beneficien y apoyen la cultura lo máximo posible, entre ellas la reducción del IVA. Nadie lo pone en duda, y vaya por delante (aunque en este caso esté escrito al final del artículo). Pero también al empresario que se jacta de promoverla deberíamos exigirle que la promueva. Lo que no significa (y vaya también por delante, aunque también esté escrito al final) renunciar a un beneficio justo.
El pirateo, si les parece, lo dejamos para otro artículo.
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