Cuando uno presenta una entrevista de ocho folios, conviene no enrollarse en la entradilla. Jugar en vertical, como Modrić. Así pues, rápidamente: Zenda conversa en el Café Moderno, sito en la madrileña Plaza de las Comendadoras, con Iván Redondo (San Sebastián, 1981). Criado en una familia trabajadora, se licenció en la Universidad de Deusto en Humanidades y Comunicación. Emprendedor desde los dieciocho años, ejerció el periodismo a los veintipocos en El Diario Vasco. No sin dificultades, reinó en el mundo de la asesoría política: trabajó para los populares Xavier García Albiol, José Antonio Monago y Antonio Basagoiti, fue el responsable intelectual de la resurrección política de Pedro Sánchez, el ideólogo de la moción de censura que hizo pasar a la Historia al Gobierno de Mariano Rajoy, y el director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno entre junio de 2018 y julio de 2021. Ahora –si lo prefieren, por ahora–, anda centrado, profesionalmente, en el ecosistema empresarial. Aficionado al ajedrez, madridista de la Real Sociedad, o viceversa, y lector de clásicos, de cómics y de poetas contemporáneos, nos dice que “una de las grandes enseñanzas de todos los libros de política es que hay que decir menos de lo necesario”. Aquí cuenta mucho. ¿Más o menos de lo necesario? Juzguen ustedes.
—¿Quién dice la gente que es Iván Redondo?
—Decir “la gente” sería demasiado. Creo que no soy una persona muy conocida para el gran público. Quizás para un público más especializado sí. Soy un humilde asesor, no soy mucho más que eso. Se me da bien la política y la empresa. Una persona que, con los equipos que forma, al final, en diferentes proyectos que algunos calificaron de imposibles, pues obtuvo resultados importantes. Pero nada más. Y que ha perdido más que he ganado.
—Defendiendo Vidas paralelas, Plutarco dijo: “A veces, una broma, una anécdota, un momento insignificante, nos pintan mejor a un hombre ilustre que las mayores proezas o las batallas más sangrientas”. Dígame, por favor, una broma, una anécdota o un momento insignificante de su vida en la que se vea fielmente retratado.
—La verdad es que tengo un montón. Me acuerdo, por ejemplo, de una ocasión en la que me fui de una compañía, no diré cuál es. He estado en pocas, y te doy la pista de que fue en Madrid. Estaba recién llegado, me ofrecieron lo que quisiera para quedarme, fueron muy generosos, incluso montar una consultora política. Les dije que no. En la vida he sabido decir muchas veces no y me ha ido bien. Hay que saber cuándo no es tu momento. Quería iniciar mi proyecto empresarial de cero. Pero me dijeron, ésta es la anécdota, “te pagamos incluso el máster que quieres hacer, pero quédate”. Me lo pensé mucho. Mi mujer me recomendó que siguiera mis principios, mi primera opción. Me fui y, sólo un año después, yo era profesor de ese máster. Y ya tenía mi propia empresa. Eso me pasó en Madrid, la ciudad a la que he dado todo y que me ha dado todo. Es una anécdota que da un sentido sobre quién soy y sobre que, muchas veces, en la vida he decidido el camino menos transitado. Es un poco como el poema de Robert Frost, pero es que es así. Y yo creo mucho en eso. Hay que saber ganar, saber perder y saber parar. Creo en el “no es no” y en el “sí es sí” cuando toca, y en el largo plazo en la vida. Tengo mil anécdotas. Otra tiene que ver con los amigos: tengo muchos pero es curioso que, normalmente, con la gente que empiezo mal, incluso muy mal, por el motivo que sea, acabo muy bien siempre. Tampoco quería tener un perro y acabé enamorado completamente de ellos (risas), y hasta me cuesta tener otro. Muchas veces, de cara a fuera, parece que soy muy innovador como persona pero, detrás de mis pensamientos, antes de innovar, hay bastante reflexión, incluso, muy conservadora en el método en todo lo que hago. Aprendí que tengo que ser muy conservador para ser progresista.
—He citado a Plutarco porque tengo entendido que le gustan los clásicos.
—Me encantan. Cuando surgieron los nuevos partidos, la nueva y la vieja política como decían, siempre sostenía en los medios que no me gustaba la expresión “vieja política”. Me gustaba y me gusta hablar de los clásicos, de la política clásica y de la política emergente. Así es como veo yo el mundo: hay que tener mucho respeto a las lecturas clásicas y, a la vez, establecer un puente con los contemporáneos. Hablamos de Plutarco: en realidad lo utilicé durante la comisión mixta de Seguridad Nacional cuando me referí al barranco en un momento muy difícil para el presidente en un ejercicio de lealtad, no era El ala oeste de la Casa Blanca. Lo que sucede es que los guiones de Aaron Sorkin tienen múltiples diálogos grecolatinos que no son copyright de la serie, sino de los clásicos. Sólo Juanma Lamet, del diario El Mundo, se dio cuenta de ello. También me encantan, como al maestro y buen amigo Josep María Pou, los escritos de Cicerón. Hace poco estuvimos los dos mano a mano en el Teatre Romea destripándolo en un acto muy original ideado por Daniel Martínez, de FOCUS. Recordamos, por ejemplo, que en política se tolera mejor la mentira que la negación. No se entendería el éxito de Vox sin este principio. Entre los estrategas, para que te rías y, cruzando de los clásicos a los contemporáneos, también existió Mariano Rajoy en su momento patentando el inmovilismo como forma de poder, aunque no escriba de ello en su Política para adultos. Sin moverse y avanzando casi le hacía un homenaje no sólo a Andreotti, sino que dejaba en mal lugar todos los consejos proactivos de Sun Tzu y hasta de Clausewitz (risas). Siempre me ha gustado ser muy ecléctico, cuidar muchos estilos y disciplinas, pero no hay profundización posible si no conoces a los clásicos. Y son superdivertidos.
—¿Y tiene algún favorito?
—En una ocasión, no te diré a quién, pero es una persona que, te doy también la pista, hasta hace poco estaba en el Gobierno de España y se ha cortado el pelo, le dije: “Necesitas un poco más a Maquiavelo que a Gramsci”. Creo que el manual de Maquiavelo es el referente más importante, al menos, en el mundo de la consultoría política. Tiene que ver, por un lado, con cómo se ganan unas elecciones y ser reelegido y, por otro, también cómo se gobierna. El Príncipe la hace en un momento en el que, prácticamente, nadie le escucha. Es uno de esos momentos, en la vida de los autores, que son más interesantes que sus inicios. Por lo general, todos los autores son más entretenidos en la medida que van cumpliendo años. Para mí, Maquiavelo es el clásico de todos los clásicos, más que Sun Tzu. Pero mira, en mis referencias, además de los clásicos, y de estar siempre por estilo mirando al futuro, también tengo otras influencias muy importantes: los cómics. Yo he sido un enamorado del manga desde muy pequeño. Siempre he dibujado, he escrito y leído. La novela gráfica es imprescindible. Estos últimos días he estado repasando los cómics que me encantaban de pequeño, que los empecé a ver primero como dibujos en la TF1 francesa… Soy de Donosti, y entonces cogíamos la TF1, y ahí veía Hokuto no Ken. El puño de la estrella del Norte, de Buronson y Tetsuo Hara. Es una historia como si estuviéramos en un Mad Max del futuro donde, además de las artes marciales –Redondo fue casi cinturón negro de Kempo Kay–, hay un universo de valores y de filosofía con el que me identifico. El Akira de Katsuhiro Otomo es una obra maestra. Y por supuesto, en el despacho que tenía en Moncloa se podía ver a algunos de los personajes que me han acompañado en la vida, y lo digo a mucha honra. Uno es Son Goku, de Dragon Ball de Akira Toriyama; Dragoi Bola, para mí, porque he visto a Son Goku en euskera, como en Cataluña se veía Bola de Drac. No quiero nunca desconectar de mi época de la juventud porque sé que, en parte de esos principios y esa inocencia que tenemos inicialmente y no debemos perder, están los autopistas y las ideas hacia lo que va a suceder mañana.
—Leyendo una antología de poesía latina que me regaló Luis Alberto de Cuenca, me topo con los siguientes versos de Nevio: “Prefirieron morir en sus puestos / a volver sin honor junto a sus compatriotas”. ¿Ha conocido a políticos de esta ralea?
—Los hay pocos. Por lo general, tienen bastante miedo y prefieren volver sin honor. Es normal tener miedo en política, y es lógico, además, intentar, en un momento determinado, para un líder, para un candidato, para un presidente, el evitar todo lo posible el final, incluso evitando el campo de batalla cuando es inevitable. Yo no soy así. Sé que a la mentira se le puede vencer y hay que luchar. Y sé que, al final, todo es cuestión de audacia, resistencia y tiempo. Lo que más me impactó y me gustó cuando leí El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas fueron dos palabras que están al final de la novela y que resumen toda la sabiduría en la que creo: “esperar y confiar”. Por eso, cuando se tiene miedo, sólo te puedes mover en una dirección: la audacia. Descansa si te urge, pero no te rindas. El que es valiente no se rinde, lucha. Y siempre al final.
—Usted, por cierto, ¿de qué pie cojea?
—Todo el mundo que me conoce sabe perfectamente que simpatizaba con el 15-M, pero no tenía carné del 15-M; simpaticé y participé en la victoria del presidente en las primarias, pero no tenía carné del PSOE para votar en esas primarias, y también simpaticé y participé con la moción de censura, la primera que se gana en la democracia, sin carné y sin ser diputado y, por tanto, sin poder votar, una moción que todos votamos en la calle antes de que se votara. Soy una persona progresista, abierta, humanista. Muchas veces tengo que ser conservador para ser progresista. Creo en conservar la sanidad pública, la educación pública y en conservar el Estado de bienestar y por eso soy progresista. Construyo mi posición desde el respeto y reconocimiento al otro. Por eso he podido trabajar y obtener éxito para PSOE y PP. Algo único. Y he participado en dos pactos muy singulares: en el, si me lo permites, “compromiso histórico” italiano a la española en Extremadura, que fue PP con IU en 2011, y en el primer Gobierno de coalición progresista desde la II República en 2020. Me ha tocado además, en los medios, como a muchos compañeros, analizar los goles que se sucedían en política, pero además, varios de esos goles los he anunciado antes e incluso he bajado al campo y los he metido cuando he dado el paso a la política. Soy una persona que, al final, más que en las ideologías o partidos, cree en las causas. Como el elector medio que varía su voto. Entiendo que haya gente que se defina más de izquierdas o más de derechas y que dicen que son de centro. Pero para mí técnicamente el centro no existe. Es una manera de categorizarse uno, perfecto, y podríamos poner muchos ejemplos. Pero lo que realmente existe en la práctica real son las causas. Y se trata de desplazar el centro a la causa en la que tú crees. Así se conforman las mayorías y las victorias en política.
—Viniendo para acá, escuchaba a Bob Dylan cantar que “la gente no vive o muere, sólo flota”. ¿Suscribe?
—(Risas) Bueno, flotas si eres un corcho, y los hay que son corchos en política. Estamos acostumbrados a verlos. Incluso, en la política argentina se llegaron a hacer canciones sobre estos corchos que nunca se van, que “son siempre los mismos, siempre los mismos, / todos parientes, todos parientes”. Eso existe en política. Al final, en lo estructural sí hay una parte de nuestras vidas que flota. Tiene que ver con los elementos comunes, con el sentido común de época. La política es mucho más que los políticos y los partidos. De verdad. Los términos, muchas veces, de lo que va a suceder en la batalla, antes de que aparezcan los actores, ya están librados por la hegemonía que te beneficia o debes vencer usando sus mismas armas. Por dónde va cada país, por dónde va cada generación. Mientras te escuchaba la pregunta, como esa piedra rodante que es Bob Dylan, me venía a la cabeza un poema fantástico de Wislawa Szymborska, que todos los políticos deberían leer: “Nada sucede dos veces”. Es un poema delicioso, te va a encantar. El “Nada sucede dos veces” siempre me ha servido en política. O sea, no es sólo lo que fluye: es que todo se va a ir transformando y nada será igual.
— Afirma que el público que más le interesa son los jóvenes, y que o estos son integrados, o habrá otro 15-M. ¿Por qué?
—Tras la mayor pandemia en cien años, hay dos públicos a los que tenemos que prestar mucha atención. Forman parte de la nueva zona de ruptura en España. El primero tiene que ver con la gente de entre 18 y 25. Para mí, en la cartografía política, en la geografía política en la que suelo trabajar con mis clientes, y que solemos investigar muchísimo, con cifras propias, los nativos digitales marcan los movimientos de futuro más importantes. Estoy teniendo muchísimas reuniones con ellos desde que dejé Moncloa. Veo con mucha claridad que la pandemia ha marcado un antes y un después y que ellos vuelven a marcar las tendencias de por dónde puede ir la política del futuro. Siempre ha sido así. Hace diez años, cuando surgió el 15-M (que a veces se olvida que sucedió gobernando la izquierda como ahora y que el PP arrasó en las elecciones de sólo una semana después), solía explicar que, desde un punto de vista de cambio cultural, los menores de 45 eran el 32% del censo; hoy somos el 42%. Yo tengo ahora 40, entonces tenía 30. Entonces, ya me fascinaba la gente que tenía 20 años y que ahora tiene 30. La generación de la democracia se están borrando de las encuestas. No informan. Hay que ir hacia ellos porque ahí están las ideas motor de nuestro país. No veo un nuevo 15M llenando las plazas ni contra el “Régimen del 78”, ni veo que vayamos a un proceso constituyente ni destituyente, pero tras la pandemia sí veo que estamos ante el inicio de un cambio de época que va a completar la Transición sin cuestionarla.
El segundo público que marcará la ruptura son los boomers. Son lectores informados, con un mínimo de capacidad adquisitiva, que han conocido el paso de la dictadura a la democracia. Que han votado a los dos grandes partidos, incluso a los nuevos. Y va a haber un momento donde converjan con los nativos digitales: cuando las nietas se parezcan a las abuelas. Va a ser antes de las elecciones municipales. ¿Y cómo podemos llamar a este proceso? Hay un autor al que yo recomiendo, que se llama Jorge Alemán, que lo define como un “acto instituyente”, que necesita, por lo tanto, de una institución, unos intelectuales, un movimiento, unas personas, que lo acoja. Y no lo puede acoger una persona ni tan siquiera un partido en exclusiva. Va mucho más allá de ganar votos. Pero siempre hay momentos en las sociedades donde determinadas demandas pueden explotar y surgir elementos nuevos. Y creo que estamos en uno de esos momentos. Es mi hipótesis. Y pienso, además, que antes de 2030, podrá certificarse con la reforma de la Constitución y muchas transformaciones pendientes.
—¿Qué son, por cierto, los microdatos?
—Los datos individuales de una estadística, con cruces y con todas las variables en abierto. Es lo más interesante en el mundo de los datos, más que una estimación de voto. Realmente, nos permiten hacer proyecciones y extraer mensajes nuevos. Ir hasta el final en el escenario político. En base a ellos vas haciendo las nuevas encuestas y cuantos más tengas y más series, mejor. Hay una parte de ciencia y una parte de arte a nivel profesional. La ciencia te la aportan los microdatos. Pero el arte de la política lo es todo. La política no se puede entender en términos de márketing y publicidad. Yo nunca he hecho márketing o publicidad con mis clientes. El que me conoce o ha trabajado conmigo lo sabe. Primer principio: la comunicación como la entendíamos hace diez años ha muerto. Segundo principio: hoy se trata de más que comunicar, conectar y por ello en política hay que cultivar muchas disciplinas: la polemología, que es la ciencia militar, la Historia, la filosofía, la sociología, la geografía humana, la urbana o la rural… Te voy a hacer una recomendación: hay que escribir un libro, y tú ya has escrito varios, hay que tener el hijo, hay que plantar el árbol, y hay que vivir una noche electoral desde dentro con un equipo. Es siempre muy interesante. ¿Por qué? Porque el fracaso enseña lo que el éxito oculta. Y a mí, que me ha tocado primero perder mucho antes de ganar mucho, te aseguro que, cuando empiezas a ganar, al final acabas viendo que todo es lo mismo: te quedas con si has hecho un trabajo profesional y con si tu hipótesis era correcta o no. Es decir, con la ciencia y el arte.
—Permítame una última pregunta política: ¿es verdad que José Miguel Contreras y Miguel Barroso intentaron evitar su salida del Gobierno?
—Tengo secreto profesional y no puedo entrar (risas). Estoy totalmente fuera del “cocidito madrileño”, si me permites la expresión. Madrid se despierta con 200 conspiraciones por la mañana y sólo sobrevive una por la noche. Las dejo para los que están en la política activa. El presidente siempre quiso que me quedara. Lo sabemos los dos. Los únicos testigos de nuestras conversaciones. Ahí están los resultados de nuestra colaboración desde que nos conocimos. Veremos esta etapa en la que por primera vez no tenemos el mismo discurso porque nuestros caminos se han diferenciado. El resto son complejos de los entornos, fobias personales sin información que el tiempo va poniendo en su sitio casi de manera newtoniana. Yo estoy en mi nueva vida, mi lugar es la sociedad civil. Estoy investigando como siempre sobre los españoles, innovando, formando una nueva coalición de ideas y personas en las que creo y siendo una persona de empresa, que viene de abajo a arriba y que es lo que soy desde la universidad, un emprendedor que se centra permanentemente en el siguiente paso.
—Hablemos de literatura. ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—No eran libros habituales. Lo primero que empecé a leer, más allá de El Diario Vasco, que lo leía sin entender nada, y empezaba entonces por la contraportada, eran las novelas de Jazmín de mi madre. Me gustaba mucho el dibujo, había unos señores musculosos en las portadas y junto a ellos mujeres muy guapas. Eran unas novelas de amor que la generación de las reformistas, la de mi ama, las compraban mucho. Acompañaba esas primeras lecturas de grandes historias con la radio. Mi ama, antes de irse a la cama, solía poner varios programas. Y recuerdo entre ellos como curiosos La hora bruja, muy divertido, sobre el mundo esotérico. A partir de ahí, me lo voy tomando más en serio y empiezo a descubrir a muchísimos clásicos gracias a mis hermanos. He intentado siempre cultivar varios ámbitos: no sólo en la literatura española, sino en el manga, como te decía, pero también en la música. Creo que en mi casa musicalmente hemos escuchado todo: desde autores italianos, clásica, heavy metal y mucho pop y rock en español. Piensa que yo soy el tercero de los chicos, y luego ya viene mi hermana, a la que le saco diez años, y en las familias numerosas suele producirse de manera natural mucha transferencia de conocimiento, sobre todo, si eres el pequeño. Y luego, en novela, hemos consumido de todo, pero siempre viene a mi, cuando conectas con los recuerdos, Grandes esperanzas de Charles Dickens, literatura inglesa, francesa… Desde pequeño empecé a leer también, sin entender demasiado, mucha filosofía: Platón, Descartes, Spinoza, Santo Tomás de Aquino, Bertrand Russell, el Círculo de Viena, Wittgenstein, Nietzsche, Marx, Freud… Y hoy sigo. Te digo uno más actual: hay un libro espectacular, que, para mí, es lo mejor que se ha publicado en filosofía últimamente, y es Agitación, de Jorge Freire.
— Así, a bote pronto, si tuviera que recomendarme tres libros, elegiría…
—El primero, porque creo que es un ejercicio novedoso que hace Antonio Lucas, Buena mar. Soy de Donosti, el mundo del mar me parece apasionante, y creo que en su novela ha puesto mucho de su persona. Voy a recomendar un clásico que estoy releyendo otra vez, que son los Discursos de Azaña en la edición de Santos Juliá. Como a la derecha, durante algún tiempo, en la época de Aznar, también le gustaba Azaña, ahí tienes el último libro de José María Marco sobre él, y a la izquierda siempre le gusta… En estos tiempos de gobierno de coalición progresista es bueno recordar a Azaña y toda esa gramática política, todos esos conceptos sobre la España en la que creía. Para mí, es muy importante. Y tres, hay muchas obras… Voy a citarte una que es otro género diferente, que es una mirada distinta. Es de una persona que fue ministro de Educación en su momento y de Presidencia, en la época de Suárez, que es Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, que escribió un libro que, prácticamente, cubre desde el 39 hasta el 78, que se llama Memorial de transiciones. Ahí aparecen muchas transiciones en una época sobre la que todavía no se ha escrito lo suficiente. Y es muy, muy interesante, muy bien documentado, el Grupo Tácito, etcétera. Otro mundo. Hizo otro hace poco que tiene que ver con la UCD a partir del 75 y su declive. Es verdad que te he recomendado dos de política así por instinto…
—Si quiere recomendar otro a modo de bis, de posdata…
—Una posdata: quizás, el libro más interesante, que me ha parecido determinante en algunos puntos, y que puede ayudar a lo que es entender el momento actual en España, es Ideología, de Jorge Alemán. Hay que introducirse con pausa, pero creo que hay una serie de conceptos, como “soledad común”, que, después de la pandemia, pueden ayudar a entender dónde estamos y dónde no estamos.
—¿Algún libro que le haya quitado el sueño?
—No. Por lo general, cualquiera que escriba un libro, aunque sea un libro equivocado o una sarta de mentiras, ya merece, al menos, por mi parte, un primer respeto. Un libro que me haya quitado el sueño… Los de Tolstói. La literatura rusa, en general, siempre me ha llamado la atención. No es nada fácil…, y hay un clásico, que es uno de los libros que más me ha costado leer, pero del que me quedó un concepto vital que nunca he olvidado cuando lo terminé, que es el de epifanía. Me refiero al Ulises de Joyce. Es un libro dificilísimo, al menos, para mí lo fue, pero, por otra parte, es un libro que te da mucho y muy gratificante. Sumaría al planteamiento dos obras más que dicen mucho también sobre mí: por ejemplo, Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, para mí fue espectacular. Luego, las vanguardias de Juan Larrea, con Versión celeste. Sabes que el qué que tienen estos dos autores es muy poderoso, pero en sus obras además te metes en un mundo en el que el cómo es importante. Y te ayudan a pensar, te ayudan a innovar, a tener creatividad. A ir un paso más. Creo que, no sólo en literatura, sino también en política, en la empresa y en la vida, tiene que haber estructura, tiene que haber orden, tiene que haber pasión y sentido del humor. Esto último o lo tienen los autores o lo pones tú. Para disfrutar conversando con ellos. Cada lectura que he tenido, de menos a más, siempre ha sido un diálogo con sus autores a través de los libros. ¿Quieres hablar con ellos? Puedes. Léelos. Luego, disfruto mucho también con nuestra prensa escrita. Tenemos firmas en España fantásticas y soy de los que me estudio los diferentes puntos de vista. Para mí, la prensa es una lucha de cerebros. Es el sistema hablándose a sí mismo todos los días. La guerra de posiciones, la lucha de poder. Está todo ahí para el que lo sepa ver. Disfruto tanto con los periódicos, leyéndome hasta al último analista, como cuando estoy leyendo muchos libros de divulgación. La verdad, es que es como un 80-20: leo más este tipo de ensayos que novela y poesía. Y, entre novela y poesía, siempre he leído mucha más poesía.
—Eso no me lo esperaba.
—Siempre me ha gustado mucho más. Y me parece fantástica la novela, eh. Pero me aficioné a los veintitantos y es un disfrute. Me encanta, hay poetas maravillosos. Blas de Otero, Luna Miguel, Elvira Sastre o el propio Antonio Lucas. A veces se olvida que soy académicamente una persona de Filosofía y Letras y luego de Economía. La comunicación me adoptó y no me quejo, gracias a ello tengo una familia profesional y un oficio. Pero soy por convicción, antes que nada, una persona de Humanidades, porque me lo creo, porque me gusta, me sale natural y sin ese mundo y sus preguntas no entendería hoy el paso de la mirada informativa a la mirada estratégica.
—Bajemos al barro: ¿algún autor u obra que no soporte?
—No. Pero me resultan aburridas esas personas que escriben, se creen que tienen todas las respuestas y que, cuando ven algo innovador, son los primeros que se asustan. Suelen ser los mismos de siempre en nuestro país. Me los he encontrado muchas veces. Todavía hoy a cualquier cuestión que escribo, pienso o expreso públicamente ahí están como el katejón. Pero no tengo ninguna fobia con ninguno, me cuesta decirte a quién no soporto. Piensa en quien quieras… Sé que les duele que les soporte (risas). En realidad me sucede lo contrario: suelo encontrar testimonios de personas que están muy alejadas de mi pensamiento, y a los que yo dedico mucho tiempo y escucho. Uno de ellos es Federico Jiménez Losantos. Es una persona de la que aprendo y nos respetamos mucho intelectualmente y, como dice él, hemos hecho de todo menos sexo. No sé cómo el lado derecho no encuentra tiempo para preguntarle fuera de antena. Ellos se lo pierden. E ideológicamente estoy en lo más opuesto. Se trata de aprender: cuando estaba en la uni, cambiaba de periódico asiduamente, un día aparecía con El País, otro con El Mundo, otro con La Razón, con el ABC y, por supuesto, con El Diario Vasco siempre. Siempre me ha gustado, si estoy con una causa, enamorarme de la causa del rival para poder ganarle.
—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?
—Pip, de Grandes esperanzas. De Pip y de su tío. Fue amor a primera vista. Y luego, autores de los que me he enamorado: Walt Whitman y Robert Frost. Me han aportado muchísimo y me han acompañado en todos los momentos importantes de mi trayectoria profesional.
—¿Y algún personaje literario al que haya querido asesinar?
—No, pero siempre he querido asesinar a un personaje universal: el Leviatán.
—¿Qué está leyendo ahora?
—Esta última semana me he comprado once libros a través de diferentes librerías y de Amazon. Lo último que estoy leyendo son Cabos sueltos, de Tierno Galván. Estoy recuperando estos días también a José Luis Aranguren. Normalmente, en Navidades, me hago un planning. Por lo general, suelo introducirme en lecturas que me permitan ver si hay conexiones entre lo que pasó hace cien años y lo que pasa hoy. Estoy permanentemente en días de futuro pasado.
—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—Sí. En muchos parámetros. Una de las grandes enseñanzas de todos los libros de política es que hay que decir menos de lo necesario. Funciona (risas). Aunque a veces no des la respuesta que quiere un periodista en una entrevista. También he aprendido que lo más interesante es el misterio. Más que cualquier otra cosa. Y luego, en todos los cómics que he leído que son novela gráfica… Antes te he hablado de los manga, pero tengo toda la colección, por ejemplo, de Secret Wars, en Marvel me lo he leído en los 80 y 90 absolutamente todo… El superhéroe que más me ha gustado siempre es Daredevil. Spiderman, Capitán América y el Batman de Frank Miller también me gustan. Y en las versiones más actuales de los superhéroes, también tenemos una serie de arquetipos que hablan sobre nuestras sociedades, que dicen mucho de quiénes somos, del héroe, del antihéroe, y de las diferentes visiones que tienes que tener de los que se supone quiénes son los buenos, quiénes son los malos, y cómo se van entremezclando. La enseñanza reside en que el mestizaje de que nadie es tan bueno ni tan malo como parece. Lo aprendí a través de grandes dibujantes y guionistas.
—Por cierto, cuando escucha, por ejemplo, a la ministra de Igualdad hablar de todos, todas y todes, ¿qué piensa?
—Que estamos innovando.
—¿Seguro?
—Que estamos innovando y que si algo hay que explicarlo, suele no funcionar. Si algo hay que explicarlo en política, estás perdido. Pero entiendo el movimiento y lo respeto. Pero en muchas ocasiones, para que la verdad en política tenga una oportunidad, en un mundo en el que el ruido lo domina todo y la señal es muy difícil que llegue sin intermediarios, hay que utilizar el lenguaje de las sombras frente a las sombras y combatir con el mismo lenguaje mediático para que la verdad, en este caso, la igualdad, tenga una oportunidad. Esto es importante. Y la verdad sigue teniendo luz: por eso seguimos hablando de todes y me preguntas por ello.
—Para finalizar, si yo le digo Raúl del Pozo, que es quien ha facilitado este encuentro nuestro, usted me dice…
—Mi mentor. Me lo ha enseñado todo. Es una fortuna que nos lo hayamos podido encontrar tú, yo y otras personas. Me ha conectado con elementos narrativos, muchos conceptos, personas y experiencias que, a mis 40 años, me ayudan a seguir aprendiendo y mejorando. Es el número uno, puede escribir lo que quiera. Es el Balón de Oro, el Goya de Honor. Y tiene mucho sentido del humor. Antes te he dicho: estructura, orden, pasión y sentido del humor. Y él lo pone. A nosotros nos une hoy estando aquí y se lo agradezco.
«Matar a Leviatán». ¿Significa eso que el señor Redondo se va a suicidar? Me choca ver a un manipulador de masas, a un fabricante de «relatos», al rey del «relato» autocalificarse de humanista. Él lo sabe todo, se ha informado de todo, lo ha leído todo, es el «TODO». Conoce el pasado, luego lo manipula y lo cambia; conoce el futuro e intenta cambiarlo para quien le pague. Está por encima de los políticos (aunque eso no sea difícil), por encima de los ciudadanos, por encima de TODO; el corcho insumergible es él. Dice que el habla menos de lo necesario y trabaja denodadamente para que la gente piense menos de lo necesario. El, al ser el TODO, ya ha decidido por todos nosotros: la Constitución será cambiada. Su credo es: «la opinión no existe, la opinión se fabrica». Es terrible tener que decir esto pero la democracia en manos de estos manipuladores no es democracia. Ha mencionado libros, ha mencionado autores, filósofos, etc. Pero no ha mencionado su principal alter ego que no es Maquiavelo: Goebbels.
A llorar a la llorería. Yo creo que su discurso rencoroso está un poquito más colindando con el Goebbels al que señala como alter ego de Redondo. Aunque también destila cierta perversión sadomasoquista de hetero-curioso al que le gustaría un buen abrazo de oso peludo por parte del Sr. Redondo, pero me temo que Don Iv´án tiene pinta de depilarse el pecho. Pero oiga, todos tenemos derecho al pataleo, hasta la rancia derecha española, así que le deseo un buen día y gracias por expresarse con libertad de llanto. Un besi.
Resbalar. Gracias por el buen día, muy amable. Todos necesitamos buenos días alguna vez o muchas. Resbalar es slgo que sucede cuando a uno no le afectan determinados calificativos y resbalar es algo que le sucede a alguien cuando sus juicios son erróneos. Por ello, lo de «rancia derecha española», no me afecta lo más mínimo y demuestra la superficialidad con la que se suele juzgar en este país a quienes no comulgan con ruedas de molino. Sus comentarios rozan el desprecio y rozan el insulto, pero… me resbala. No es necesario ser de derechas para criticar a la izquierda cutre de este país. Es evidente que mis palabras, sin intención, le han ofendido. Mis disculpas por ello. Pero sus palabras han alcanzado la falta de respeto que todo debate debe evitar. Descalificar con insultos y «besis» es propio de totalitarismos intransigentes, sean del signo que sean. Y, respecto al llanto, no me averguenzo de él respecto a aquellas cosas o personas que aprecio; respecto a polítcos o mandatarios, nunca he derramado una lágrima, ni lo haré. Las tácticas de despreciar, desvirtuar o denigrar al contrario están ya muy vistas. Por cierto cuando llore, si lloro, iré donde a mi me dé la gana. Resbalar, resbalando, resbalado. Verbo con unas connotaciones muy interesantes.
Por cierto, se me olvidaba. Permítame decirle que es un error calificar de goebbeliana a una crítica que se le haga al poder, a alguien que detente o haya detentado poder. Goebbeliano/a es un calificativo que es correcto aplicar al que ejerce ese poder omnímodo y se aprovecha de él. En mi caso o en el caso de cualquier ciudadano, sea de la adscripción política que sea, es incorrecto dar tal calificativo. Es como llamar torturador a una víctima de Menguele por quejarse. Pero, bueno, estamos en la época de la posverdad y del relativismo, paradigmas de esa izquierda cutre que mencionaba anteriormente.
Saludos cordiales.
Goebbels estuvo en la oposición, trabajando en propaganda también, atacado al «poder» judío ¿no lo sabías?
El insulto es más bien característico de la libertad que su contrario, el totalitarismo, que no acepta la contradicción ni la discrepancia.
Luego ¿acaso te parece descabellado que respondan de malos modos a tu primer comentario, que destila tanto odio?
Totalmente equivocado está usted. Mi comentario no «destila odio» ya que no siento ninguno… por nadie. Mi comentario es objetividad contra alguien que ha detentado exagerado poder y que ha manipulado con «relatos» y que ha tergiversado la realidad para fdines espúreos. Lo que si me parece es que la expresión «poder judío» tiene tintes de antisemitismo y no destilo odio contra usted al decirlo. También capto un punto de admiración por Goebbels en su comentario y que, efectivamente, estuvo en la oposición donde no detentó el mayúsculo poder de persuasión del que disfrutó cuando fue la mano derecha de Leviatán (este comentario no implica destilar odio contra Hitler, aunque… estaría más que justificado). Su verdadero poderío propagandístico lo desarrolló, no hay la menor duda de ello, cuando fue ministro de propaganda. Y, pàra finalizar, totalitarismo, además de otras características, es el poder que intenta introyectar en las mentes de los demás una ideología concreta, sea del signo que sea.