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Jack London, vagabundo de las estrellas

Jack London, vagabundo de las estrellas

Si les pido que cierren los ojos y se imaginen por un momento que están en Alaska, en el invierno de 1900, es posible que se vean viajando en un trineo tirado por perros maravillosos, atravesando montañas nevadas, ateridos de frío, pero sintiéndose jóvenes —no digo que no lo sean—, y más vivos que nunca. Tormentas de hielo, fogatas nocturnas, viejas mantas de lana en las acampadas al raso, siempre intentando protegernos del viento. Abríguense, por favor y estén alerta, por si algún lobo nos acecha. En unos meses llegará el deshielo, con el correr de los arroyos, las flores y la primavera, aunque la vida seguirá siendo muy dura.

En esa naturaleza salvaje se forja la amistad más allá de la vida, esa que nace de las emociones más puras, despojadas de cualquier impostura. Se da entre los hombres y los animales, y Jack London la describe a la perfección en La llamada de lo salvaje o Colmillo blanco.

"London representa al héroe americano: independiente, valiente, patriota intachable, ejemplo de todo. O de casi todo."

En la película Aventuras de Jack London, estrenada en 1943, en plena exaltación del patriotismo norteamericano con la Segunda Guerra Mundial, nos lo describen como un “americano de verdad, algo más que un gran autor, que vivió y escribió para que todos los demás fueran libres, para alzar la voz en nombre de la felicidad de los seres humanos (…)”. A nuestro autor le tocó vivir un momento social y económico muy complicado en Estados Unidos, con el progreso industrial avanzando imparable y llevándose por delante empleos e individuos. El nuevo siglo trajo consigo los primeros automóviles, las grandes cadenas de montaje y la producción en masa. Se observan mejor que nunca las diferencias entre la refinada civilización del Este y el estado semisalvaje del Oeste, que se va puliendo a golpe de talonario recién salido de las nuevas fábricas. London representa al héroe americano: independiente, valiente, patriota intachable, ejemplo de todo.

O de casi todo.

Jack London nace en San Francisco el 12 de enero de 1876 como John Griffith Chaney, pero su padre, astrólogo ambulante, abandona a su madre durante el embarazo. Ésta, espiritista y profesora de música, con una más que complicada salud mental, lo deja al cuidado de una nodriza. El niño se cría casi en la indigencia y continúa igual de desatendido cuando regresa a vivir con su madre, ya casada con John London: de ahí el apellido.

Con diez años, una profesora del colegio le deja los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, y él contará años más tarde cómo lloró desesperado al devolverlo, porque por pura timidez no se atrevió a pedirle que le prestara más libros. La biblioteca púbica de Oakland se convierte en su refugio natural, y la lectura en la única constante en su vida. Lee siempre, a pesar de las burlas de los otros niños.

"En los 30 días que pasa en la cárcel lee entusiasmado a Marx y a Engels, afiliándose al Partido Socialista de Oakland en cuanto regresa a su ciudad"

Repartiendo periódicos por las noches, es testigo de crueles escenas en los bajos fondos de San Francisco, y aprende a defenderse en la calle. A los catorce años abandona los estudios y a los quince, su casa. Quiere ganar dinero como sea, y comienza trabajando como pescador furtivo de ostras, pero los riesgos son enormes en todos los sentidos. No le compensa, y se pasa a la patrulla costera gubernamental de California, persiguiendo, lógicamente, a sus antiguos camaradas y competidores. Tampoco es suficiente, y apasionado del mar, a los diecisiete años se enrola en el Sophie Shuterland, que parte hacia Japón para cazar focas en el estrecho de Bering. Escribe todo lo que puede a bordo, y por las noches, roba horas al sueño para leer y releer El origen de las especies de Darwin. A su regreso a San Francisco, pasa una temporada trabajando en una fábrica de conservas —más de dieciocho horas diarias—, y gana un concurso de relatos en un periódico local, lo cual le llena de esperanza. No soporta el creciente capitalismo que considera salvaje, ni la explotación de los trabajadores que ha presenciado demasiadas veces. Parte hacia Washington en una marcha por los derechos de los trabajadores. Duerme en los trenes, come lo que puede, y tras un año recorriendo el país casi en solitario, la policía le arresta por vagabundo. En los 30 días que pasa en la cárcel lee entusiasmado a Marx y a Engels, afiliándose al Partido Socialista de Oakland en cuanto regresa a su ciudad.

Estamos en 1894 y tiene sólo dieciocho años… Tomen aire porque Jack London no para ni un segundo.

Vamos allá.

Decidido a formarse en Literatura, consigue ser admitido en la Universidad de California, pero la abandona enseguida porque tiene su propio criterio académico, y además no gana dinero suficiente como para dedicarse a estudiar.

"En 1897 se une a una expedición para explorar el Yukon, un territorio salvaje entre Alaska y Canadá"

Son los últimos coletazos del siglo XIX, y ha estallado la fiebre del oro. Miles de hombres se dirigen a Alaska, con la esperanza de encontrar las pepitas mágicas que les sacarán de la pobreza. En una aventura semejante, Jack London no puede faltar: en 1897 se une a una expedición para explorar el Yukon, un territorio salvaje entre Alaska y Canadá, atravesado por el río Klondike. Se instala allí, pero las condiciones de vida son imposibles: además de la tremenda soledad, el frío, la pobreza extrema, y la escasísima alimentación hacen que contraiga el escorbuto y su salud queda mermada para siempre. Se recupera en Dawson City y a la vuelta a San Francisco, comienza a publicar sus relatos y se dedica a la escritura en cuerpo y alma. Se le comienza a reconocer como articulista y escritor de relatos cortos.

En 1900 se casa con su amiga Bess Maddern, pero no crean que por amor. Lo hace, siguiendo las teorías darwinistas, para mejorar la especie: es un matrimonio puramente científico. Tras dos hijas en común, se divorcian en 1904. Esos cuatro años han sido increíblemente fructíferos para London: ha viajado a Londres para conocer de primera mano y escribir sobre los bajos fondos de la capital inglesa, y el resultado es  La gente del abismo, un auténtico alarde de crónica periodística. Le siguen La llamada de lo salvaje, Colmillo blanco, Martin Eden y tantos otros. Se desata la locura en torno a la figura del escritor.

Encender un fuego, inspirado en su experiencia vital en el Yukon, es una maravilla. Como corresponsal, cubre la guerra de los Boers y la guerra entre Rusia y Japón. A estas alturas, ya es un héroe, un americano hecho a sí mismo. Se enamora, por fin, y se casa con Charmian Kittredge. Gana dinero a espuertas y se compra un rancho enorme, que comienza a remodelar, y un barco, el Snark, con el que navega por el Pacífico. Pasa por Haití, donde descubre el surf, y por Australia, donde pasa un mes ingresado en el hospital por una extraña enfermedad cutánea.

"La noche del 22 de agosto de 1913 la casa de su recién construido rancho arde hasta los cimientos. London lo pierde todo"

Es acusado varias veces de plagio. Él alega que es cierto que se inspira en noticias leídas en la prensa, o incluso en algunas obras de otros autores, pero que siempre les ha informado de ello. Esto no merma su éxito financiero, y trata de llevar a sus tierras los modos de explotación agropecuarios que ha conocido en Asia, gastándose una auténtica fortuna en el intento.

La noche del 22 de agosto de 1913 la casa de su recién construido rancho arde hasta los cimientos. London lo pierde todo. Como gestor fue un auténtico desastre, y a eso se une un detalle que hasta ahora hemos pasado por alto: fue un alcohólico irredento toda su vida, y llegó a publicar unas memorias dedicadas en exclusiva a su afición a la botella. En ellas cuenta cómo se emborrachó con cerveza por primera vez a los siete años, y la segunda con vino a los catorce. Fueron sus dos primeras borracheras épicas, y a partir de ahí se pierde la cuenta.

"Hombre de acción, siempre en busca de otro trabajo, de otra aventura, de otro destino y sobre todo, de sí mismo"

Fumador compulsivo, alcohólico, con muchas secuelas del escorbuto y de la afección contraída en Australia, requería de morfina para sobrellevar su frágil salud, aunque ésta nunca impidió que escribiera al menos mil palabras al día, se publicaran o no. Muere con 40 años el 22 de noviembre de 1916. Parece un suicidio por sobredosis de morfina, aunque en su certificado de defunción conste una “uremia tras un cólico renal”. Hoy todavía se cuestiona si se trató de un suicidio, o no.

No tuvo una vida fácil, y no la hubiera querido de ninguna otra manera. Hombre de acción, siempre en busca de otro trabajo, de otra aventura, de otro destino y sobre todo, de sí mismo. El esoterismo tampoco le fue ajeno, y estaba convencido de que en condiciones determinadas, el individuo puede revivir eventos prenatales, gracias a una memoria ancestral que se reactiva en momentos de peligro. Algo más profundo que el mero instinto, exactamente igual que Buck en La llamada de lo salvaje. Ese Buck que ha sido el mejor perro del mundo.

Si han leído hasta aquí, sólo me resta agradecerles la compañía en este viaje tan intenso a través de la vida de un Vagabundo de las estrellas.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Al final, si no todos, casi todos somos vagabundos de las estrellas, sobre todo aquellos que leemos con fruicción.

Excelente glosa de la que he disfrutado.

ALBERTO
ALBERTO
2 años hace

El llamado de la Selva lo leí como un libro místico. No sé el suficiente inglés para leerlo en su propio idioma, pero quien tradujo la versión que leí me dejó una gratisima impresión en los sentidos… Su muerte prematura nos privó de mucha de su obra que ya no escribió….

francisco montoya
francisco montoya
2 años hace

Estas biografias que nos trae Paula nos sacan de un mundo apagado y mediocre en el que por regla general no arriesgamos nada pero tampoco conseguimos nada, y nos transportan a una epoca en la que vivir suponia arriesgarte a decidir con honestidad y valentia tu propio camino.
Jack London gran lector y escritor, que decidio vivir su vida hasta sus ultimas consecuencias.
Paula, una vez mas disfrutando de tus biografias.