James Ellroy (Los Ángeles, 1948) ha retratado en sus novelas los bajos fondos y dedica la última a Freddy Otash, un expolicía que en los años 50 difundió cotilleos y extorsionó a estrellas de cine y políticos para tapar escándalos en un Hollywood que, asegura, es todavía un lugar de perversión, sexo y drogas.
Fue en los años 50 cuando este «tipo repugnante» se dedicó en la revista Confidential a difundir todo tipo de historias sobre políticos, actores y actrices: James Dean, Burt Lancaster, Liz Taylor, Rock Hudson o Montgomery Clift fueron algunas de sus múltiples víctimas, aunque a algunas de ellas también las ayudó a tapar sonados escándalos, siempre pagando.
En esta revista se hablaba de vidas amorosas y peculiaridades sexuales de las estrellas de cine y de los políticos, recuerda Ellroy, que conoció personalmente a Otash en 1989 y le trató hasta que murió en 1992: «Hablando de los viejos tiempos nos hicimos unas risas», indica sobre este detective.
«Conocía muchas cosas y todas eran ciertas, algunas por dinero las divulgaba en la revista», dice el autor de novelas como L.A. Confidential o Dalia Negra en un encuentro con periodistas. Y cree que tanto el personaje protagonista como la revista para la que trabajó fueron precursores de internet en la difamación, «en el periodismo de escándalo».
Respecto a las estrellas que aparecen en su novela, el autor sostiene que Otash no tuvo las claves de la muerte Marilyn Monroe: «Sencillamente se murió de sobredosis. Se tomaba muchas pastillas, era adicta y borracha». Y sobre James Dean y el director de Rebelde sin causa, Nicholas Ray, el escritor sostiene que eran «unos tipejos», «pervertidos y raros»: «Yo quería ponerlo de manifiesto y darles duro, desde un punto de vista cómico» en su libro, asegura.
Este autor escribe novelas negras ambientadas en esos años porque, dice, vive en el pasado y la actualidad le importa «una mierda». Y está convencido de que un escritor de novela negra nunca ganará un premio Nobel de Literatura. «Sí, tengo nostalgia», reconoce este autor, al que le gustan «la corrupción de antes, los coches antiguos, cómo vestían las mujeres en los años 40 y 50, la Segunda Guerra Mundial o la bomba atómica, Roosevelt, Eisenhower o Kennedy».
Ellroy no utiliza ordenadores, nunca ha usado internet, no tiene teléfono móvil, no ve las noticias en televisión ni lee los periódicos. Tiene un teléfono fijo y usa fax. Sí sabe que Putin ha invadido Ucrania y dice que lleva una bandera del país.
También considera que el dirigente ruso «es otro de los psicópatas que existen» y le gustaría que el presidente de su país, Joe Biden, fuera «un líder más fuerte», pero «es muy mayor», agrega. «Quizá esté hasta senil».
James Ellroy vivió años envuelto en delincuencia, alcohol y drogas, pero dice que no lamenta nada: «Ante Dios confeso mis pecados y me arrepiento. Pero por muy dura que fuera mi vida tampoco fui tan malo. Era un chico estúpido, descuidado y un poco temerario y eso pasó. Agradezco a Dios el don que tengo de escribir pero por la razón que sea, que la ignoro, vivo en el pasado», insiste. Reconoce que tiene un ego «bastante monumental» pero dice que ha aprendido a comportarse «un poco».
Varias de sus novelas han sido llevadas al cine y todas las adaptaciones «son basura», considera, «pero me pagaron». Por eso, por el dinero, dejaría que su última novela fuera también llevada a la gran pantalla porque cree que a su libro no le pueden hacer nada.
Un autor vivo interesante y que cae bien a la primera. Debe de ser mi día de suerte.