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Mauricio o una víctima del vicio

Según sus propias palabras, Carlos Arniches no se fue a trabajar a Hollywood en los años veinte porque no había agua de Solares. Y eso que Hollywood le necesitaba más que él a su agua de Solares. Se había acabado el cine mudo, sepultado por Al Jolson y su El cantor de jazz (1927), y las grandes productoras aún no sabían cómo sustituir la labor que realizaban los ‘explicadores’ con las películas silentes, es decir, no sabían cómo reemplazar a esos que se dedicaban a relatarlas mientras se proyectaban al público extranjero. En ese momento necesitaban ayudas narrativas frente a tanto silencio y tanta cartela en inglés. La primera solución al cine sonoro la encontraron en las versiones múltiples de un metraje en diferentes idiomas y con actores que hablasen la lengua del país donde iba a comercializarse. Y ahí fue cuando pensaron en adaptadores como Arniches o, incluso, Blasco Ibáñez. Ninguno quiso. Pero tras ellos venía una generación joven dispuesta a coger el petate y renunciar al agua de Solares, que de buena, es única.

"Al leer el sobresaliente trabajo de Aguilar y Cabrerizo, no te queda más que pensar en cómo utilizan estos dos las cosas del pobre Jardiel para hablar de Jardiel, que probablemente fuese lo más importante sobre lo que el propio Jardiel pudiese hablar."
 Aparecieron Jardiel, o Tono, o López Rubio, o Neville, famosos ya algunos y, en general, pobrecitos, para encargarse de las versiones españolas en tierras norteamericanas. La aventura hollywoodiense duró poco y ellos trabajaron todavía menos, contratados por los estudios y rascándose los huevos en Los Ángeles con proyectos que no conseguían materializarse. De pronto, cambió el método: les llegó el doblaje antes de casi ni empezar el trabajo de hacer versiones múltiples. Ya entonces en Jardiel comenzó a funcionar la idea de sonorizar películas extranjeras y adaptarlas no solo a su idioma, sino también a su estilo humorístico. Así nacieron los ‘celuloides rancios’, doblajes cómicos de películas serias, al estilo de las que popularizaría cuarenta años después Woody Allen con su What’s up, Tiger Lily? (1966), una reinterpretación del filme japonés Kokusai himitsu keisatsu: Kayaku no taru (1964) en el que el cineasta neoyorquino convertía toda la trama de acción original en la búsqueda de una receta de una ensalada.

En 1933 a Jardiel le llegan desde Hollywood varias cintas cortas en un paquete con el encargo de su sonorización en castellano. De golpe le estalla la cabeza como solo le podría estallar a él y lo mejor de todo es que no hay nadie que le controle para que no le estalle demasiado. Así, por ejemplo, el western Asalto y robo de un tren (1903) pasa a llamarse en sus manos Los ex-presos y el ex-preso (1933), Twin Dukes and a Duchess (¿1905?) o The Heart of Valeska (1913) saltan a los títulos El calvario de un hermano gemelo (drama de amor y psiquiatría) (1933) y Ruskaia gunai zominovitz (drama ruso de amor y miseria) (1933). Este tumulto de metrajes cortos doblados a la comedia, vamos, estos ‘celuloides rancios’ se convierten al instante en una marca de la casa Poncela, que no da abasto de amplia y luminosa como un cartel de la Gran Vía, hasta que llega la Guerra Civil y su desdicha de no tener ideología en un mundo violentamente ideologizado.

Mauricio o una víctima del vicio, ceuloide rancio

Todo lo que acabo de escribir sobre Jardiel y sus primeros ‘celuloides rancios’ no lo sabía hasta hace dos años. Me han contado los espléndidos estudiosos (y narradores) Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo en su nuevo ensayo Mauricio o una víctima del vicio, título del ‘celuloide rancio’ de larga duración que Jardiel estrenó en 1940 y que, justo, casi coincidió en fechas de estreno y en formato (doblaje cómico de un metraje extranjero) con Un bigote para dos, de Tono y Mihura, una producción que ya abordaron los autores en un ensayo previo publicado también por Bandaàparte en 2015. Si Mauricio o una víctima del vicio procedía de una mezcolanza de La cortina verde (1917) con insertos de escenas nuevas rodadas por Jardiel, Un bigote para dos salía de Unsterbliche melodien, un filme austriaco de 1935 sobre Johan Strauss.

portada-un-bigote-minEn la utilización del mismo recurso humorístico, en ese campo de batalla restalla la rivalidad entre Jardiel y Mihura. El primero considera al segundo, según Cabrerizo y Aguilar, “un señorito, hijo de un autor teatral de tercera” y un plagiador de mierda, añado. El segundo, ni responde, quizá porque es un señorito, añado también. En medio, da pena Tono, hombre silente e íntegro, que asiste a los golpes entre un amigo y colaborador y un compañero al que respeta.

Al leer el sobresaliente trabajo de Aguilar y Cabrerizo, no te queda más que pensar en cómo utilizan estos dos las cosas del pobre Jardiel para hablar de Jardiel, que probablemente fuese lo más importante sobre lo que el propio Jardiel pudiese hablar. Ahí están todas las cuestiones, en formato de breve ensayo, que nos importan a los que nos gusta leer cine y que completan al primer ensayo ‘Un bigote para dos’: la innovación (cómica); las hostias a panes con otros que se aprovechan de esta innovación (cómica), por mucho que cualquier novedad artística deje de ser tuya en cuanto se pone en público; la vida de la ‘otra generación del 27’ en Hollywood; la rivalidad entre Jardiel y Mihura (feat. Tono); las desdichas de Jardiel; y, de fondo, la producción y desarrollo de ‘Mauricio o una víctima del vicio’ con abundante documentación, guiones, críticas y hasta programas de mano del estreno.

En los carteles que anunciaban Mauricio en el cine Fantasio de Madrid, año 1940, se leía (con errata de año de estreno incluida): “La cinta más trágica del año 12, convertida por la gracia de JARDIEL PONCELA en la película más cómica del año 41”. Para anunciar el ensayo de Aguilar y Cabrerizo habría que reformularla (y mantener la errata de año de publicación, claro): “La cinta más cómica del año 40, convertida por la gracia de AGUILAR Y CABRERIZO en el ensayo sobre cine más interesante del año 17”.

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Título: Mauricio o una víctima del vicio. Autores: Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar. Editorial: Ed. Bandaàparte

Título: Un bigote para dos. Autor: Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar. Editorial: Ed. Bandaàparte Edición: Tapa blanda

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