Se da por supuesto que los representantes del poder, bien sea político, financiero o religioso, son los principales protagonistas de la historia, pero en ocasiones ciudadanos anónimos de a pie modifican su curso. En Los guardianes del Prado (Espasa, 2022) Javier Alandes (Valencia, 1974) cuenta cómo un cuarteto de esas personas normales y corrientes frustran un plan secreto ideado por dos ambiciosos generales; un plan que de haberse llevado a cabo habría diseñado otro mapa de Europa.
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—En tu anterior novela fabulabas sobre la vida de Sorolla, y en ésta dos cuadros del Museo del Prado tienen un papel esencial. ¿Por qué esa predilección por el mundo del arte?
—El arte nos habla de quiénes fuimos y de quiénes somos, y no podemos mirar hacia adelante sin mirar hacia atrás. El arte no pertenece a un museo o a un país, sino que es patrimonio de la humanidad. Yo disfruto de Las meninas, por ejemplo, pero también quiero que lo disfruten mis hijos, mis nietos, mis bisnietos. Para que eso ocurra hay que protegerlo. Además, los pintores españoles y sus obras tienen secretos y misterios maravillosos, y novelarlos entrelazándolos con ficción es una forma de hacerlos llegar a los lectores de una manera amena y emocionante.
—¿Qué pautas has seguido para insertar la ficción en el tapiz de la historia?
—En ningún momento mi intención era desvirtuar la historia. Insertar una trama de ficción no podía tergiversar nada ni mover nada. Pero sí contar hechos que podrían haber ocurrido, o dar explicación a otros que todavía no la tienen, como el misterio del tesoro del Vita. La novela es fidedigna en cuanto a hechos históricos se refiere, pero sí es cierto que llega un momento en que se hace difícil diferenciar realidad y ficción. Ahí es donde se establece el pacto no escrito con el lector, la verosimilitud que da credibilidad al relato.
—El traslado de los cuadros del Prado es un hecho histórico muy estudiado, pero se desconoce el destino de la colección de monedas del Museo Arqueológico Nacional. ¿Es posible que estuviera en el buque Vita, que partió hacia México cargado de joyas para ayudar a los exiliados?
—La colección de monedas del Museo Arqueológico Nacional era una de las mayores del mundo, y fue otro patrimonio que el gobierno republicano sacó de Madrid y trajo a Valencia. La historia oficial es que las monedas fueron cargadas en el Vita, cuyo destino era México. Pero esas monedas jamás aparecen. El gobierno sostuvo que se cargaron en el buque, y la junta de españoles exiliados en México afirmó que jamás llegaron. De ahí la creación del misterio del tesoro del Vita. En mi novela ficciono que esas monedas caen en manos del III Reich, porque es el pago que han exigido para enviar a la Legión Cóndor a bombardear zonas republicanas.
—¿Entre los 200 personajes que aparecen hay alguno con el que te sientes más identificado?
—La novela transcurre en dos tiempos. La trama de 1936-1937 nos cuenta el complot para robar Las meninas en Valencia, mientras que la trama situada en 1980-1981 es la investigación de un periodista que destapará esos hechos ocurridos en tiempos de la Guerra Civil. Fernando Poveda, el periodista, es el personaje con quien más me identifico: un hombre hundido tras una trágica pérdida familiar, a quien esa investigación volverá a sacar a flote y hacerle sentir periodista de nuevo. Era una forma de decirme a mí mismo que la vida siempre nos ofrece algo para que sigamos adelante.
—Posiblemente la figura ambigua de Félix Santurce es una de los más logradas. ¿Cómo lo compusiste?
—Félix Santurce era una figura clave en una novela que no trata de bandos, sino de personajes. No hay personajes blancos y personajes oscuros; todos se mueven en una escala de grises que les lleva a hacer cosas correctas y cosas incorrectas. Ni más ni menos que la condición humana. Pero dentro de toda esa gama, Félix Santurce es el personaje más complejo, el más conocido por todos, pero el más desconocido en sus ambiciones. También el más consciente de lo que está ocurriendo, y el más autoconsciente de sus objetivos y sus deseos. Para mí es un tipo irresistible.
—La mayor parte de la acción transcurre en Valencia, con numerosas referencias a calles y lugares concretos que destilan un gran amor a esa ciudad.
—Valencia es infinita. Tenemos desde lo más histórico a lo más moderno e innovador. La novela es un canto de amor a mi ciudad. Pero es que fue en Valencia donde ocurrieron los hechos que relato, y los lectores todavía pueden pasear por el centro de la ciudad y pisar el mismo suelo que los personajes de la novela.
—La vida del ser amado siempre importa más que el arte, cavila uno de los protagonistas. O como la frase que se atribuye a Giacometti: «En un incendio, entre un Rembrandt y un gato, salvaría antes al gato».
—En un conflicto armado o una catástrofe, lo primero siempre son las vidas humanas. Nada hay más importante que eso. Pero sí es cierto que la pérdida de una obra de arte es una pérdida eterna, es un legado que dejamos de compartir y traspasar. Pero en momentos decisivos, Alejandro Santoro, uno de los protagonistas, se da cuenta de que la vida de cualquier persona, pero sobre todo la de un ser amado, está por encima de todo.
—Personas desinformadas pueden pensar que escribir una novela y publicarla en una importante editorial es pan comido.
—Para nada es pan comido. Las grandes editoriales solo publican una ínfima parte de todas las novelas que se escriben en España cada año. Salvo excepciones, cuando escribimos una novela ni siquiera sabemos el destino que le depara. Dedicas miles de horas sin saber siquiera si le va a interesar a alguien. Es un completo acto de fe. Y son más escasos aún los casos de personas que escriben y a quienes una gran editorial les publica su primera novela. Es una completa travesía de años por el desierto, donde importa muchas veces más tu resistencia que la calidad de tus primeros escritos. Esta es mi sexta novela, y todo lo que ha ocurrido con cada una de ellas, lo bueno y lo menos bueno, ha sido necesario para llegar hasta aquí. Ahora bien, también quiero recalcar que si yo he podido llegar a publicar con una gran editorial, cualquier persona que se lo proponga también puede.
—¿A qué atribuyes tu pulsión de narrar?
—Yo crecí emocionándome y viviendo las aventuras de Julio Verne, Emilio Salgari o Robert Louis Stevenson. O las películas de Errol Flynn, Douglas Fairbanks, Burt Lancaster… Grandes aventuras que nunca he perdido la pasión por seguir disfrutando. Y, tras alimentarme de esas aventuras durante cuarenta y siete años, había llegado el momento de crear la mía propia, y hacerla vivir a los lectores como yo las vivo. Contar es compartir, es invitar a vivir otras vidas, es caminar juntos hacia los peligros. Y eso, al menos a mí, me aleja de los problemas durante un rato del día. Ojalá con esta novela los lectores sientan lo mismo.
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