Apenas dos años después de obtener el Premio Planeta, Javier Cercas continúa la historia que inició en Terra Alta con Independencia. Protagonizadas ambas por Melchor Marín, en la primera Cataluña era un volcán en erupción; en Independencia (Tusquets, 2021), que llega ahora a las librerías, del volcán cuyo magma amenazaba a la sociedad apenas queda un leve hilo de humo.
No sólo la muerte de su mujer le parecerá un mal sueño. La política independentista aparece, en Independencia, relegada a un segundo plano. Sus personajes —Casas, Vidal…— también han aparcado de sus conversaciones el ímpetu secesionista y la actualidad —un chantaje por un vídeo sexual de la actual alcaldesa de la ciudad— se ha hecho su merecido hueco en los corrillos de la alta sociedad catalana.
Zenda se reúne con Javier Cercas para hablar de este nuevo título. Conversamos sobre el ocaso del procés, sobre ideales políticos y políticos ideales y cómo la literatura —como aquel magma político ya casi inexistente— impregna la vida.
—Leyendo una de las críticas que salió hace unos días de su novela, hablaban de este título como western.
—¡Ojalá! (Risas)
—¿Se puede escribir un western sobre la independencia catalana?
—¡Se puede escribir un western sobre todo! No sé, no he visto esa crítica. Yo lo he dicho muchas veces: me encantaría decir, como John Ford: “Me llamo Javier Cercas y escribo westerns” (Risas). Yo me he alimentado, de chaval, de las novelas de aventuras. Y en el fondo, quizá, todas mis novelas han sido westerns de alguna forma. No sé si esta sobre la independencia de Cataluña… creo que no es una novela abiertamente política, pero hay una lectura política en la novela. Yo siempre intento escribir novelas de aventuras, eso es lo que me gustaría escribir, a mi manera. En todo caso, novelas con aliento épico. Esto lo dijo Alberto Manguel. Decía que lo que yo hacía era recuperar la épica. Está muy bien visto. Borges decía: “El siglo XX proscribió la épica, la apartó. Se refugió en Hollywood, se refugió en el western”. Así que… sí, son novelas con aliento épico. Es así.
—¿Cómo llega un extremeño a escribir sobre la independencia?
—Es que yo soy un extremeño catalán. O un catalán extremeño. No sé. Entonces, ¿por qué no voy a escribir sobre eso? Como sobre cualquier otra cosa. Por lo demás soy un catalán bastante normalito, porque hay muchísimos catalanes extremeños, andaluces… Somos la mayoría, diría yo. No es nada raro, al contrario.
—Dice uno de sus personajes, Casas, que el procés fue una borrachera de poder. ¿Cree usted que está ahora mismo la política catalana de resaca?
—Está bien visto. Sí. Probablemente estemos en una resaca. El procés como tal… hay gente que se sorprende de que los personajes del libro hablen del procés en pasado, pero es que todo el mundo ya habla en pasado del procés. En Cataluña ni un solo político habla del procés en presente, y de hecho, los periodistas también hablan en pasado del procés. Esto creo que hay gente que todavía no lo ha entendido. El procés como tal acabó en 2017. Tal y como se había organizado en 2012 acabó en 2017, cuando se topó con el Estado de Derecho, con la Unión Europea y con todo. Ahora está bien. Probablemente estemos en la resaca. Lo que pasa es que la resaca puede ser peor que la borrachera.
—Uno de los personajes cita a Montaigne para defender que en la política hay que ensuciarse las manos. ¿Cree que Independencia es su novela más sucia?
—No sé si es mi novela más política, si esa es la pregunta… No, creo que no. Creo que, por ejemplo, Anatomía de un instante es una novela más política, lo que pasa es que es una novela rara, sin ficción. Todas mis novelas, o casi todas, tienen un componente político; pero, por ejemplo, Independencia es mucho más política que Terra Alta (que es la primera parte). Aunque esta novela, como has visto, es independiente. La novela se puede leer autónomamente, pero, al mismo tiempo, es la segunda parte de Terra Alta. Esa es la ambición del ciclo: escribir novelas autónomas, pero que formen parte de una sola novela. Es mucho más política que Terra Alta, sin duda, pero no creo que sea la novela más política que he escrito.
—En Independencia, ni la política ni la élite económica salen bien paradas. ¿Hay algún político bueno?
—Sí. Buena persona, sin duda. Y algún buen político también. En España, por supuesto que sí, sin duda. No te voy a dar nombres, pero hay gente que está en política —no de un partido, sino de muchos partidos— con las mejores intenciones, estoy seguro. Otra cosa es la práctica, que salgan adelante… y que la política, efectivamente, te obliga a ensuciarte las manos, está claro, y a hacer cosas que probablemente no querrías hacer. Pero que hay gente en política con buenas intenciones no tengo ninguna duda. Eso de que todos son iguales no me lo creo. Eso es lo que decía Franco: «Todos son iguales, haga como yo y no se meta en política» (Risas).
—Esta es una novela sobre la manipulación de los ideales de la población para moverla, o para hacerla creer en un supuesto bien común. ¿Qué ocurrió, o cuál fue el detonante, para que usted dijera: “Hasta aquí hemos llegado. Voy a escribir sobre esto”?
—Yo como novelista no opero de esa manera. En realidad, el detonante de esta novela es la novela anterior. La clave de todo, lo que lo inicia todo, es Terra Alta, que es un intento de reinvención. Ahí empieza un nuevo ciclo de mis libros, del cual este es una consecuencia. Creo que el tema es el mismo, el tema de fondo es la justicia, el dilema entre justicia y venganza, es la legitimidad de la venganza en el fondo. Con el tiempo me he dado cuenta más que el detonante, el carburante, fue la situación que se vivió en Cataluña, pero no en lo político, sino en lo personal, la sacudida personal que significó para mí, como para todo el mundo —se hayan dado cuenta más o menos—. Es un shock personal y colectivo.
—En su novela El móvil, el protagonista —un aspirante a escritor— pensaba que lo verdaderamente literario es releer. ¿Opina igual?
—Sí, sigo opinando igual. Lo opinaba él y lo opinaba yo entonces, y lo sigo opinando. La literatura es aquello que releemos. Por eso yo aspiro a escribir novelas fáciles de leer y difíciles de entender. Novelas que lees de manera absorbente (page turners, lo llaman los ingleses) y que cuando llegas al final dices: “¡Ey, aquí hay más cosas de las que parece”. En el fondo es lo que es un clásico. Calvino decía —una de las definiciones que más me gustaba de «clásico»—: “Un clásico es un libro que nunca para de decir aquello que tiene que decir”; un libro que relees una y otra vez porque siempre hay algo nuevo y hay un núcleo que se te escapa. Yo releo más que leo, pero releo a pocos autores.
—También decía que un texto literario es una conversación con el lector. ¿Qué conversación mantiene hoy día con sus lectores?
—Son los lectores los que conversan conmigo, con lo que yo escribo. Conversar significa que ellos terminan los libros. El Francés —un personaje que aparece en Terra Alta y reaparece aquí— dice una de las pocas verdades absolutas que yo conozco: “La mitad de una novela la pone el autor, la otra mitad la pone el lector”. Creo que eso es así. Un libro es una partitura. Es el lector el que la interpreta. Cada lector la interpreta a su manera. En eso consiste el diálogo entre el texto y el lector, o entre el autor y el lector. En eso consiste la literatura. No hay literatura sin lector. Un libro sin lector es letra muerta. Es cuando el lector abre sus páginas y empieza a leerlo cuando esa letra muerta cobra vida, una vida nueva y distinta en cada caso. En eso consiste el diálogo.
—A Melchor, el protagonista de la novela, la lectura de Los miserables le cambia la vida. ¿Qué lecturas le cambiaron a usted?
—Muchas. Podría poner muchos ejemplos. El libro que no te ha cambiado de algún modo no es un buen libro. Luego, depende de las circunstancias.
—Melchor tiene una manera muy directa —y muy poco ortodoxa— de vengar la violencia contra las mujeres. En cierto modo, está ajustando cuentas. ¿Cree que la literatura es una manera de ajustar cuentas?
—Sí.
—¿Con qué está ajustando cuentas con esta obra?
—La literatura es una forma de ajustar cuentas contigo mismo y con la realidad. Escribes porque la realidad no te gusta. Si la realidad te gustase, ¿para qué vas a escribir? Es una forma de rectificación de la realidad. Por eso el mejor carburante de la literatura es lo malo, no lo bueno; la injusticia, no la justicia; el mejor carburante de la literatura es la furia, el dolor… En un mundo feliz no habría literatura, al menos no habría novela. ¿Poesía? Tal vez, poca y malísima. Pero novela seguro que no. La novela es una rectificación de la realidad, es un ajuste de cuentas con la realidad.
—La novela incluye la confesión de uno de los personajes. ¿Cree usted que la literatura puede absolver pecados?
—No, no creo. Nunca me he hecho esa pregunta. Los pecados sólo los puede absolver el sacerdote (Risas). Para los que creen, claro. La literatura sirve para muchas cosas, pero no para esa. Si acaso sirve para aliviarte de muchas cosas, y sobre todo para sacar de ti mismo —como escritor y como lector— aquello que no puedes sacar en la vida cotidiana, en la vida social o personal. En cambio, en la novela sí.
—¿A qué le tiene miedo Javier Cercas?
—El miedo es el enemigo del hombre. Yo tengo miedo, como todo el mundo. Walter Benjamin decía: “La felicidad consiste en vivir sin temor”. Yo tengo miedo a muchas cosas, a que le ocurra algo a las personas a las que quiero. Tenemos que convivir con el miedo. La valentía no consiste en no tener miedo, eso es temeridad. La valentía consiste en tener miedo, aguantarlo y seguir adelante. Mi catálogo de miedos es tan largo como el de cualquiera.
—¿Qué cree que haría si no fuera escritor?
—No tengo ni la más remota idea. Me gustaría saberlo. Yo era profesor. Pero nunca fui un profesor que de vez en cuando escribía novelas, sino un escritor que se ganaba la vida en la universidad, lo cual es muy distinto. Desde que tenía 14, 15 años, siempre me he imaginado… Nunca pensé que sería escritor, porque eso salía fuera de mis cálculos, y menos un escritor profesional. Nunca me vi como periodista, por ejemplo. Desde muy pequeño supe que quería escribir, no ser escritor, escribir.
—¿Siempre concibió esta obra como una tetralogía?
—En cuanto acabé de escribir la primera parte. En ese momento la concebí como una tetralogía. Pero ahora…se me están complicando las cosas: no sabemos cómo va a acabar. Ni siquiera al principio lo concebí como una novela policial, no era mi intención. De hecho, no sé si lo es, me da lo mismo. Si alguien quiere leerla así, me parece estupendo. Si alguien quiere leer todas mis novelas como policiales, me parece fantástico. Borges decía que todas las novelas son novelas policiales. Lo que pasa es que ahora se me complica… no es que vaya a hacer los casos de Melchor Marín, ¡en la siguiente novela ni siquiera es policía! Pero se me está complicando el mundo de Terra Alta, aparece mucha gente por ahí. Vamos a ver qué pasa. En principio la idea es hacer una novela en cuatro partes.
—¿Para qué sirve escribir?
—Para lo mismo que sirve leer: para vivir más, es decir, de una manera más rica, más compleja y más intensa.
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