Además de por parir versos con una lírica y una precisión métrica exquisitas —hay más literatura en “Abajo el alzheimer” que en toda la generación presuntamente poética de Instagram—, Javier Krahe fue un sumo sacerdote pagano de la lengua de Cervantes por buscar siempre y utilizar con rigor las palabras adecuadas. Por ejemplo: un día, estando con El Gran Wyoming en Zahara de los Atunes, unos chavales se le acercaron y le pidieron que firmara un manifiesto contra la xenofobia. Tras leer el documento, el cantautor se negó a estampar su autógrafo: “Aquí se habla de “tolerarlos” (a los inmigrantes), y se toleran los dolores, las molestias… Se tolera, por educación o por convivencia, aquello que detestas, y a mí ellos no me molestan. Así que yo, en estos términos, no lo puedo firmar”.
De Haro ha explicado que, para elaborar su libro, ha contado con la colaboración “de la familia de Krahe, amigos y compañeros de profesión”. Entrevistó a unas 60 personas y empleó dos años en el proceso de documentación: “Reuní un gran bloque de información y me limité a quitar lo que sobraba”. El autor quería, “respetando la cronología y los hechos y con el debido rigor, hacer un perfil íntimo de Javier Krahe, de su mundo, de su obra y su vida”. Además, recuperó cinco canciones inéditas de su primera época, entre las que destacó “El obseso sexual”, citada por Camilo José Cela en Diccionario secreto.
Por su parte, López de Guereña recordó la noche en la que Krahe falleció: “Fuimos a tomar una copa por la noche y a la vuelta se nos murió. En seguida, Javier Ruibal me dijo: “Apúntalo todo. Esto hay que contarlo”. Yo no tenía oficio para eso ni la distancia adecuada: para hablar de alguien así, no se puede estar tan pringao, tan cerca de alguien como estoy yo”. El guitarrista describió al cantautor como un ser “extraordinario”: “Aparte de las canciones, la parte más interesante fue su vida, su ingenio, su chispa, su bienestar. Era una buena persona, no sólo una persona inteligente, y lo que transmitió a la gente antes de dejarnos en este mundo fueron cosas buenas”.
En el turno de preguntas, se habló sobre la relación de Krahe con Zahara de los Atunes, sobre su originalidad como músico —“son canciones muy bien-mal hechas”, en palabras de López de Guereña— y sobre la influencia que recibió de “su gran maestro”, Georges Brassens. Respondiendo a preguntas de Zenda, De Haro señaló que “no podía hacer un libro de Krahe si no era divertido. Dosificaba muy bien en sus conciertos sus momentos de carcajadas. Siempre buscaba más la sonrisa cómplice”.
Finalmente, Zenda también preguntó por la posible influencia, aunque fuere residual, de Leonard Cohen —a quien el biógrafo dedica el libro— en la obra de Krahe: “Beben de fuentes completamente alejadas. No le influye como autor de canciones, pero le gusta mucho. Era de esos pocos a los que Krahe manifestaba su admiración”. Guereña también apuntó, en este sentido, los nombres de Manuel de Falla y Debussy: “En sus canciones hay mucha música y parece que la gente no se da cuenta”.
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