Javier-López es un periodista ya muy experimentado, periodista vocacional, que ha publicado recientemente un libro titulado El vendedor de camisas (Kolima / El Club de la Niebla). Este libro es una reflexión muy interesante y valiente sobre el periodismo en los últimos años, basada en su propia experiencia. Después de trabajar ocho años como presentador de telediarios en TVE, y conducir después programas informativos en otras cadenas de televisión, el autor se vio obligado a vender camisas en un centro comercial, haciendo compatible este puesto con su oficio de periodista.
En 2015 publicó el libro Más allá de Podemos.
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—¿En qué medida este libro ha sido una terapia para ti?
—El valor terapéutico de El vendedor de camisas es fundamental. Necesitaba hacer un alto, verme a mí mismo con distancia, intentar explicarme, responder a la pregunta “¿qué ha pasado?”, y más aún, cuál es el motivo por el que pasan ciertas cosas en nuestra sociedad, cosas anómalas, digamos, como que una persona con una trayectoria profesional amplia y con momentos de éxito tenga que dedicarse en una curva inesperada del camino a vender camisas como dependiente de centro comercial.
—¿Te ha ayudado escribir este libro?
—Sin duda, no hay nada como salir de la isla para ver la isla. Necesitaba ese punto de contacto conmigo mismo e intentar establecer desde ese lugar una nueva comunicación con el oficio que sé hacer, el de periodista.
—¿Ha sido también una catarsis?
—Ha sido un punto de inflexión, establecer un punto de arranque y un punto de llegada, un “yo quiero contar esto” y luego ya veremos, pero que nadie me quite la satisfacción de plantar ese árbol, que es un testimonio valioso.
—¿Crees que el periodismo tiene arreglo?
—El periodismo es uno de los oficios más maltratados de quince años a esta parte. Ha cambiado todo desde aquella gran crisis económica en la que, junto con los trabajadores de la construcción, fuimos el sector más perjudicado. A la falta de disponibilidades económicas se ha unido el propio desdibujamiento de la labor del periodista. Hoy ni siquiera tenemos claro qué es un periodista y qué no lo es. Es más, la sociedad prefiere otro tipo de figuras que pueden transmitir información o análisis pero que lo hacen desde coordenadas muy diferentes a las que nos enseñaron en la facultad. Son los nuevos influencers que conectan mejor que nosotros con esta sociedad de la desinformación. Digamos que hacen mejor el juego al ambiente reinante. Lo trágico del asunto es que a los periodistas “pata negra” no nos queda otra que seguir ese juego y adaptarnos si queremos seguir vivos.
—¿Cómo tendría arreglo el periodismo?
—Me temo que la resurrección del periodismo de calidad tendría que venir de la mano de una catarsis de la sociedad que nos colocara ante un nuevo escenario que sería también una vuelta al respeto a ciertas jerarquías. Que todo el mundo pueda opinar de todo o que todo el mundo tenga derecho a votar en una sociedad democrática no quiere decir que todas las opiniones tengan el mismo valor, y comienzo por nosotros mismos: los periodistas, pienso que al menos los de un cierto nivel de experiencia, debemos tener capacidad para contextualizar los hechos, pero no somos expertos en todo, salvo en algún tema en el que podamos tener un mayor grado de formación.
—¿A qué te refieres exactamente?
—¿Qué es eso de estar utilizando a periodistas para rellenar horas de programación con tertulias y más tertulias? No, no somos “sumos pontífices”, somos informadores, y podremos ser, en algunos casos, analistas, editorialistas, relatores de contextos, siempre desde una capacidad de informar, que es nuestra tarea primordial. Pero en el momento actual de la sociedad no veo solución al periodismo, más allá de que “los resistentes” sigamos sobreviviendo en el charco en el que convivimos con otras especies que se pueden llegar a confundir con nosotros.
—¿Qué futuro crees que tiene el periodismo?
—Creo que podríamos llegar a una especie de sociedad a dos velocidades, en el sentido de que haya una parte de la sociedad más informada, con puntos de vista tomados desde un fondo cultural profundo, desde una sabiduría, desde un conocimiento de las cosas, personas que utilicen los medios digitales para nutrirse, además de los tradicionales asociados al papel, y otra parte de la sociedad que se alimente más bien de este fast food informativo / desinformativo de carne picada que nos sirve a todas horas la era digital. Y esto no tendrá nada que ver, como en otras épocas, con niveles económicos. Es verdad, en este sentido, que la información se ha democratizado y el conocimiento hoy está al alcance de todos. Gracias a esta democratización hay obreros con un conocimiento profundo de lo que nos está ocurriendo y licenciados de una mediocridad espantosa.
—¿El periodismo de tu vocación, digamos, tiene solución?
—Me temo que no, pasó a la historia. Ese periodismo que yo disfrutaba con mi abuelo Isidoro, una figura que tanto ha influido en mi familia, como cuento en el libro, no existe ni existirá. Ese periodismo en el que uno iba al quiosco a comprarle los periódicos al abuelo y encontraba dos o tres cabeceras más a la derecha, y dos o tres cabeceras más a la izquierda, esas emisoras de radio, cada una con su tendencia, pero con puntos de encuentro en ciertos temas, hoy es imposible. Nunca como ahora las personas no se informan, simplemente alimentan sus prejuicios.
—¿El periodismo hoy por hoy está enfermo gravemente?
—Está enfermo sobre todo el periodismo apegado a la actualidad política o económica, que es en el que yo me centro y al que me dedico. El periodismo que ejercemos los periodistas que somos, digamos, como “médicos de medicina general”. No tanto el periodismo especializado, en gastronomía, en turismo, en defensa, en cine, en inteligencia artificial, que sé yo. Ese periodismo al que me refiero no solamente está enfermo sino herido de muerte, con muy pocas posibilidades de restablecimiento. Como digo, solamente cambiará con una profunda catarsis de la sociedad.
—¿Cómo y cuándo se estropeó el periodismo?
—Hay un punto de inflexión, que fue la crisis económica en torno a 2010. Ahí cerraron cientos de medios, y decenas de miles de periodistas y otro tipo de trabajadores en medios de comunicación se fueron al paro o se reinventaron totalmente, pero poco después a la crisis económica se sumó la crisis existencial del periodista, rebasado por esos seres poco definidos que comenzaron a pulular por las redes sociales con sus informaciones, con sus análisis o con sus peroratas, muchos de ellos jóvenes, millennials llenos de vanidad y egocentrismo, insolentes, algunos brillantes, otros mediocres, en ningún caso periodistas. Pero la sociedad respondió positivamente a sus requerimientos, y los periodistas les hicimos el juego.
—¿Cómo se puede ganar hoy la vida un periodista?
—Hay periodistas que nos seguimos ganando la vida al modo tradicional, dependiendo de un medio que te ofrece una nómina a cambio de tu trabajo, y quizá con algunas colaboraciones. Yo retomé ese camino hace poco, tras más de cinco años compatibilizando mis labores periodísticas con otras cosas, lo más llamativo, desde luego, lo de vender camisas. Pero es muy frecuente que haya cada vez más periodistas freelance, autónomos que suman lo necesario para llegar a fin de mes trajinando de aquí para allá, entre tertulias, colaboraciones, artículos, presentando eventos, etc.
—¿Qué le aconsejarías a un joven que cursa la carrera de Periodismo?
—Que explore si realmente tiene una vocación profunda y auténtica. Nada de películas y pajaritos, y le diría que lo que tiene algo más de futuro es la comunicación corporativa, que piense en hacer algún máster relacionado con esto, pero que piense también si esa fue su inquietud cuando brotó en él la vocación por ser periodista.
—¿Y a otro que se plantea empezar la carrera?
—Le diría exactamente lo mismo.
—¿Fue muy duro tener que vender camisas?
—Inicialmente fue muy duro. Imagina que cuando sucedió, a finales de 2017, yo ya había sobrepasado los cuarenta años y me planté en esa encrucijada tras haber sido durante varios años presentador de informativos en TVE y otros grupos de comunicación importantes, había dirigido proyectos de comunicación y escrito en bastantes medios. De repente no ves salida, es un tema puramente económico, y te ves en medio de una planta de un centro comercial ganándote un dinero vendiendo camisas “como un elefante en una cacharrería”, siempre, y eso fue un empeño personal, sin dejar de tener un pie puesto en temas periodísticos. Sí, el impacto fue brutal. La experiencia duró cerca de tres años, pero cada vez fue más agradable.
—¿Qué sentiste cuando te sentiste obligado a optar por esta alternativa?
—Una frustración total, una sensación de que la vida me había estafado en algún momento. Cada día me preguntaba “¿qué ha pasado?”, “¿qué hago yo aquí?”. Pero todo eso fue diluyéndose a medida que mi nuevo oficio penetraba en mi vida, con unos compañeros estupendos y un microcosmos que me resultaba totalmente ajeno pero lleno de humanidad, un mundo por descubrir ante mis ojos de periodista. Así fue. Los vendedores de centros comerciales son, por lo general, personas que te dan la medida más correcta de las cosas.
—Pero vender camisas es un oficio tan digno como cualquier otro, ¿no crees?
—Claro, es un oficio como cualquier otro; la dignidad o la indignidad la pone cada uno, vendiendo camisas o presentando telediarios.
—¿Se te daba bien?
—Pues sí, tenía mucho miedo al principio, los compañeros me ayudaron a reconocer las tallas, doblar y desdoblar camisas, todo un mundo… Pero al final se me dio bien, y te podría decir, así a golpe de vista, si necesitas una talla L pero si es “para vestir” igual te conviene más una XL entallada porque tienes un cuello un poco desproporcionado con el tronco, y a la hora de ajustarte la corbata la L te quedaría demasiado justa de cuello.
—¿Qué aprendiste en el centro comercial en el que trabajaste?
—Según voy tomando distancia de aquello, lo recuerdo con más cariño. En primer lugar, compañerismo y humildad. En segundo lugar, un montón de sensaciones, incluso asociadas a las distintas épocas del año, que quedan impresas en la memoria siempre. En los centros comerciales se viven las estaciones del año muy intensamente, con sus sensaciones invernales, navideñas, primaverales, estivales o de otoño. Esto es muy interesante. Tengo anécdotas, algunas reflejadas en el libro, que lo retratan bastante bien. Diría que humanidad en estado puro, aunque las que más han llamado la atención son las que inciden en esa vida fraccionada que llevé durante ese tiempo, como aquella del señor al que le vendí una camisa un día después de verme en un debate de TVE en el que era colaborador en esa época.
—¿Cómo se te ocurrió la idea de escribir este libro?
—Me salía de dentro. Creo que es la mejor forma de explicarlo, o podría decir también “la historia estaba pidiendo paso”. Primero, necesitaba ver la historia con cierta distancia, no demasiada, pero sí un poco de distancia para que no estuviera muy condicionada por sensaciones muy del momento. Necesitaba haberla digerido, y desde ese punto de partida que fue aquella coyuntura de vender camisas establecer una reflexión sobre mí mismo, mi trayectoria y hasta mis circunstancias familiares (recomiendo vivamente el capítulo “Mi feria iba en un Dos Caballos”), y sobre todo lo que me rodea, que es lo que rodea a personas como yo, gente de mi generación, los que ahora estamos en el entorno de los cincuenta años, un buen momento, además, para hacer balance. Por eso me parecía que el testimonio podía ser válido e “inspirador”, como dicen tanto ahora.
—Yo veo que es un libro muy valiente, porque dices cosas que lo son, e incluso arriesgadas, sobre el oficio, sobre periodistas, políticos…
—Una de las premisas que me marqué fue ser muy sincero sobre personas que de una u otra forma se cruzaron en mi vida. De otra manera no hubiera aportado nada, y salen mejor o peor parados. Siempre desde el respeto y la educación, y por las páginas de El vendedor de camisas desfilan, sí, personas como Pedro Piqueras, o Juan Ramón Lucas, como Isabel Díaz Ayuso, o Soraya Sáenz de Santamaría, etc. Algunos me dicen que he sido muy valiente y otros me dicen que me quedé corto, no sé. Lo cierto es que todo lo que digo es cierto, aunque me guarde algunas cosas, lógicamente.
—¿Para qué escribiste el libro?
—Lo primero, para dejar un testimonio, como el que deja plantado un árbol. Me gustaría que este libro lo lea un estudiante de Periodismo dentro de cincuenta años y le lleve a determinadas reflexiones. También como ejercicio terapéutico y por necesidad de reivindicar un trabajo y una trayectoria. Necesitaba poner algo de luz sobre mí mismo y sobre mis esfuerzos por sobrevivir. Eso es lo que puede ser valioso e inspirador para los demás.
—¿En qué lectores pensabas al escribirlo?
—Eso fue lo más complicado, determinar un target. ¿Periodistas?, ¿estudiantes de periodismo?, ¿personas en la mediana edad con vidas sujetas a imprevistos y reinvenciones llamativas? Desde luego, esos parecen ser los tres grupos de destinatarios más claros.
—¿Sigues sintiendo la vocación periodística?
—Sí, si no lo sintiera no habría hecho el esfuerzo de reincorporarme plenamente a ella, tras aventuras como las de vender camisas y otras.
—¿Por qué el periodismo es necesario para la sociedad?
—Si no hay periodismo no hay información, si no hay información no hay conocimiento, si no hay conocimiento la libertad queda muy limitada.
—¿Ha habido cambios en el oficio, y en ti, después de lo que cuentas en el libro?
—No, en el libro queda retratada una situación, tal y como yo la percibo, que puede no coincidir con otros puntos de vista. Pero sin variación por el momento.
—Hoy por hoy, ¿qué es lo que más te atrae del periodismo?
—Creo que sigue siendo la radio, mi vocación más inicial. Es lo que me parece que tiene parcelas menos contaminadas, y es la que ha sabido mantenerse en pie con mayor dignidad en medio del terremoto brutal que ha asolado nuestro oficio.
—¿Qué es lo que más te atraía cuando sentiste despertar tu vocación?
—Muy al principio, los periódicos, y esas lecturas de varios diarios con mi abuelo Isidoro. Quería ser un gran columnista, un analista de primera. Luego la radio, y me enamoré de ella, como tantos otros. Después la televisión se cruzó en mi camino y gracias a mis años en TVE adquirí unas herramientas de trabajo que hoy me siguen sirviendo y abriendo puertas.
—¿Qué es lo que menos te gusta hoy?
—Creo que lo he reflejado en el libro. El desdibujamiento total de nuestro oficio, el ser apéndices de luchas puramente políticas y ese cierto complejo que sentimos hacia los “neoperiodistas”, llámalos influencers o como quieras, quizá pontífices de la era digital. Insisto en que me refiero siempre a los que somos periodistas del día a día, los que estamos pegados a la actualidad, los que somos como médicos de medicina general, no a los periodistas especializados o los que trabajan para empresas o instituciones.
—¿Qué futuro le ves?
—Veo si acaso el futuro de los resistentes, y quizá, en el mejor de los casos, un cambio para bien en la sociedad que lleve a revalorizar ciertas formas de hacer, de expresar y de contar.
—¿Qué futuro te ves?
—Como se suele decir, yo ya estoy curado de espanto. Me gustaría poder llegar al fin de mi vida laboral haciendo dignamente lo que mejor sé hacer: comunicar con mi voz, con mi imagen, con mis textos. Pero insisto, estoy curado de espanto y después de lo vivido ya no me aturden otras opciones, todo lo contrario.
—¿Estás contento con tu situación actual?
—Muy contento, porque después del punto de inflexión marcado con el libro he rehecho mi vida profesional, me dedico plenamente al periodismo de nuevo, gracias a la llamada de ESdiario a través de su director, Benjamín López, y además continúo con mi programa sobre el mundo rural, Llena de vida: La España vaciada, con el que llenaba mis horas periodísticas cuando la dedicación era a tiempo parcial y dedicaba bastantes horas a otros menesteres. Sigo colaborando también, como desde hace años, con CMMedia y grupo Promecal.
—¿Habrá otro libro?
—Creo que debería haberlo.
—¿Cómo será, si ya sabes algo?
—Seguirá la estela de El vendedor de camisas; quedan cosas por contar. En cualquier caso, he descubierto que cualquier cosa que quiera escribir en formato libro debe estar atravesado por lo personal, mis vivencias, aunque sea un puro análisis.
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