Ahora que vivimos encapsulados en la cárcel dorada de nuestras absoluciones, engañados por máquinas superinteligentes que nos hacen creer que una simulación computerizada es la realidad, regresa el maestro de la fábula como modelo de investigación solipsista. Dos años después de su fallecimiento, revive Javier Marías (Madrid, 1951-2022) a través de su indagación ilustrada del cosmos que se abre dentro de uno mismo.
Contradice así el Premio Nelly Sachs 1997 el prejuicio categorial del filósofo Descartes que promulga que apenas somos cerebros aislados en categorías: ser significa hacer, más que pensar. Para Javier Marías escribir significa actuar, trascender la res cogitans o cosa pensante: su frecuentación nos convierte en sujetos activos contra las limitaciones; seres finitos, que, paradójicamente, tenemos al infinito, mientras resonamos en el texto que nos garabatea.
Nadie debería jamás contar nada
Nos sentamos frente a la pantalla para asistir a una transmisión en vivo de actores que interpretan escenas: “Deberíamos estar acostumbrados a la naturaleza temporal de las cosas, pero no lo estamos. Insistimos en no ser temporales, por eso es tan fácil asustarnos”. El autor edita el metraje (con afectos espaciales) en un largometraje escrito (o una obra de teatro filmada) mientras la cámara nos acecha, furtiva.
Los detalles que aporta el protagonista, Jacques o Jaime o Jacobo Deza, se ajustan a la fisonomía de quienes le rodean, pero el interlocutor se permite un margen de duda para imaginar esas realidades desde su propio interior, como si articulara el equivalente literario de un tratado de biología, con genes que se transmiten, mutan aleatoriamente o sufren selección natural, explicaciones pseudocientíficas estas que nunca logran explicar del todo la experiencia humana.
Si el poeta inglés William Blake fue capaz de concebir el universo en un grano de arena, el Premio Comunidad de Madrid 1998 nos descubre las galaxias de significados que encierra toda falacia: “¿Hasta qué punto eres capaz de dejar de lado los principios? (…) Todos lo hacemos de vez en cuando, de lo contrario no podríamos sobrevivir: por conveniencia, por miedo, por necesidad. Por sacrificio, por generosidad. Por amor, por odio”.
Una actuación continuada
La ficción primordial, cruzada de ficciones adyacentes, ejerce un poder correctivo contra el enfoque primigenio de que la ignorancia es felicidad: “Tendemos a pensar que hay un orden oculto que desconocemos y también una trama de la que querríamos ser parte consciente”. Al insistir en el velo que nos separa de la verdad, las derivas intergeneracionales derriban prejuicios: no es aquí donde estamos, no somos quienes seguimos leyendo, trascendiendo límites, anulando las insuficiencias “del método —saber que existe, o se le atribuye—, de modo que cualquiera pierde su bendito rumbo variable, impredecible, incierto, y con ello su libertad”.
La historia principal refuta las tramas secundarias que solemos contarnos, eso que denominamos experiencia, donde “no hay luz, ni espacio para respirar, ni ventilación en la unanimidad, ni en los lugares comunes compartidos. Hay que escapar de eso para poder vivir”. Leemos refutando nuestra lectura a medida que procesamos los datos en una entidad física, ese libro abstracto, capaz de dar y recibir argumentos fantasmagóricos, un objeto etéreo que aceptamos “sin sentirnos atrapados en el tiempo en que nacimos y en el que moriremos”.
Es posible contemplar la bibliografía del Premio Grinzane Cavour y Alberto Moravia 2000 como el exorcismo de ese espíritu llamado ser humano, tan parecido a un autómata “que se ve a sí mismo actuando, como si estuviera en una actuación continuada”. Se desentrañan ideas complejas en oraciones que nos impulsan hacia pasajes febriles, donde la inteligencia sucumbe a la enajenación, atormentada por espectros: “¿Quién cree que el exterior sólo existe en la medida en que cuenta y los acontecimientos sólo en la medida en que cuentan algo, aunque sea muy poco probable que alguien se moleste en contarlos, o en contar esos hechos concretos, es decir, los hechos básicos?”
Todo baila con nosotros hasta el final de los días
Evoca el Premio Alessio las bellezas del mundo natural al tiempo que los hedores de la podredumbre especulativa en el túmulo mortuorio de la costumbre, donde “nos entregamos a la interpretación perpetua, incluso de lo que conocemos y sabemos con seguridad, y así lo hacemos flotar inestable, impreciso, porque nada es nunca fijo ni definitivo, y todo baila con nosotros hasta el final de los días”.
Insiste el Premio José Donoso 2008 en la certeza de que, libro adentro, no hay página, ni hay pantalla, ni ego que proyectar en ella: más bien, son nuestros cerebros la maquinaria que procesa la información, mientras que el yo es una entidad ilocalizable, porque “no soportamos las certezas, ni siquiera las que nos convienen y consuelan (…) nadie quiere convertirse en eso, en su propio dolor y su fiebre y su lanza”.
Es la vida misma, en definitiva, la que nos empuja a sanar la herida que nos inflige el hecho de sabernos mortales, lo que ilumina, en definitiva, nuestro camino hacia la trascendencia. Son estos tres volúmenes del America Award 2010 un artilugio esencial, rebosante de prolijos debates existenciales que se deleitan, sobre todo, en los silencios que fomentan. Porque si amas, parece sugerir el Premio de Literatura Europea austriaco de 2011, es posible que te quedes sin palabras.
El rostro bajo la máscara
Sostienen los personajes, tan quiméricos como incorpóreos, que es posible la conciencia, pero dependiente de la conducta y sus predisposiciones. Aunque diferentes, forman parte de una misma ficción: “¿Cómo no conocer hoy tu rostro mañana, el rostro que ya está ahí o se está forjando bajo el rostro que muestras o bajo la máscara que llevas puesta, y que sólo me mostrarás cuando menos lo esté esperando?” La intención cosmológica de Tu rostro mañana parece ser cuestionar el lugar de la humanidad en la naturaleza, o lo que es lo mismo, su misión en el planeta Tierra.
Comparte el Premio Formentor 2013 su habilidad para reanimar lo sucedido en de manera cognoscible para los demás, sin dejar de ser fiel a sí mismo. Aunque se resiste a los binarios de culpable e inocente, víctima o perpetrador, uno no puede evitar compartir esa mezcla de simpatía y repulsión que nos provoca a medida que conocemos la peripecia del Premio Bottari Lattes Grinzane 2015, basada en explorar cómo hombres y mujeres se proponen desatar la mentira de sí mismos con consecuencias devastadoras para su alteridad.
Transcurridos dos años de su desaparición, regresa Javier Marías, Premio Liber a toda su trayectoria en 2017, con este volumen esencial, al igual que las cuestiones que plantea, poblado de entes fascinados por deshacer los estragos de la muerte, que permite al que fuera miembro de la Real Academia Española y de la británica Royal Society of Literature vincular las más diversas tradiciones para encontrar el infinito no en un dios etéreo, sino en aquello que somos capaces de percibir a través de los sentidos: el amor, o su reconstrucción en la omnicomprensiva recreación.
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